Desde la marina

Del turismo, el envés

El turismo es una bendición, pero nos engañamos si le vemos sólo la cara. Porque tiene envés. Y revisar ese envés no es criticar a quien nos da de comer. La cuestión es si nos conviene ignorarlo, mirar hacia otro lado y aguantar lo que nos echen. En ese envés no se trata de los que podríamos considerar efectos colaterales, caso de las molestias estivales que crean la masificación y la incivilidad de algunos, eso es algo que mal que bien soportamos. Tenemos buenas tragaderas, tal vez excesivas. La cuestión determinante del envés que digo está, más que en cualquier otra cosa, en todo lo que, con nuestra implicación, el turismo devora, en todo lo que está desapareciendo y en la mayoría de casos será ya irrecuperable. No ver ese envés es ignorar la autocrítica que deberíamos hacer –y estamos lejos de hacer- del turismo y su gestión.

Una autocrítica que no podemos esperar hagan las discotecas, los hoteleros, las empresas de servicios y de restauración. Quien hace ‘caja’ no tira piedras a su tejado. Si la autocrítica no la hace el ciudadano de a pie y no pasa a ser, como debería, una tarea imprescindible y ordinaria de los equipos de gobierno, nos quedamos a verlas venir, en vía muerta, mirándonos el ombligo.

Uno tiene la impresión de que, en una huida ciega hacia delante, vamos cagando leches sin mirar hacia atrás. Nos negamos a levantar el pie del acelerador, pero el personal ya da señales de hartazgo. Y no se trata de turismofobia. Se trata del cabreo del malvivir estival. Y de que no se haga nada por solucionar los problemas que arrastramos y por conciliar la convivencia con un turismo que necesitamos como el agua de mayo. El ‘vive y deja vivir’ que proclamamos con orgullo no podemos mantenerlo cuando una de las premisas se incumple: cuando no nos dejan vivir. Me pregunto si no nos supera la situación que hemos creado y, lo que ya es peor, que no veamos la necesidad de reconducirla.

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