El orador y la duda

La presencia de las distintas lenguas oficiales en el Congreso es un retrato de la España plural. Su uso abre la puerta a una normalización que aún se resiste en el conjunto del país. El desprecio con el que algunos se relacionan con el pinganillo también es ilustrativo. A quien se permite exhibir repulsa por una lengua suelen sobrarle todos los que se expresan en ella.

Sí, la exhibición de las distintas lenguas oficiales es positivo, aunque no está exenta de polémicas. Y no todas protagonizadas por la derecha. La elección de uno u otro idioma ha pasado a ser tema del debate público. Y, por supuesto, de polémica. Que se lo digan a Gabriel Rufián. Es evidente que el portavoz de ERC se expresa mucho mejor en castellano que en catalán. No fueron pocos los que se apresuraron a reprocharle su acento cuando pronunció el primer discurso íntegro en catalán del Congreso. Del mismo que, más de uno, le afeó que la mayor parte de su intervención en el debate de investidura fuera en castellano. (¡Qué triste apoyo al catalán hacen los guardianes de la lengua!). Rufián justificó su elección porque el «independentismo es plural». Y sí, es cierto, aunque quizá sus motivos fueron un poco más prácticos.

El Rufián que mostraba una impresora en el Congreso ya está (por fortuna) superado. El diputado que confundía la ironía incisiva con las ofensas a granel, también. Como Pedro Sánchez reconoció en el hemiciclo, es un buen orador. Sus discursos están trabajados. En el contenido y en la forma. Las cadencias, los silencios, las inflexiones de la voz… La oratoria no es un complemento trivial para un político, en ella radica buena parte de su capacidad de convencer. Y es incuestionable que parte de su fuerza se diluye con la traducción simultánea. Si, además, se añaden problemas de sonido (impresentables) como los que hubo con la traducción a Míriam Nogueras, el resultado es desalentador.

Siempre hay un momento en que las ideas, las intenciones topan con la realidad. Por un lado, la ilusión de expresarse en la lengua elegida, la satisfacción de acogerse a un derecho recién ganado. Por otro, conseguir que el trabajo realizado obtenga el mayor reconocimiento. Las dudas sobre utilizar una u otra lengua que quizá ahora tienen algunos diputados, no son muy distintas a las que se enfrenta cualquier creador. Una cuestión de impacto, y también de beneficios (o de subsistencia). No hay una única solución para el dilema. Pero ayudaría poder abordarlo sin señalamientos ni exámenes de catalanidad.

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