Tribuna

La iracundia

Recordaba haber escrito hace tiempo (hace más de un año, para ser precisos) un artículo sobre los estremecimientos de Shakira después de su separación. Estaba equivocado. Eran dos artículos. Me remitía entonces a las habituales referencias a los clásicos, a los que siempre hay que recurrir y más aún en tiempos de tribulaciones. No hacer mudanzas, decía San Ignacio, y podía haber añadido no componer canciones que hagan referencia a tu vida más íntima. En aquellos artículos, que nacían tanto de la fascinación que me producía la cantante como del impacto de ver hasta qué nivel podía llegar el despecho provocado por el desdén amoroso, había citas de poetas románticos y de griegos tan destacados como Ovidio, que descartaba por completo la necesidad de una explicación detallada de cualquier rotura.

Es evidente que Shakira no leyó los artículos o que, si lo hizo, no atendió a los consejos desinteresados que le ofrecía. No solo no ha dejado el asunto a un lado, sino que ha insistido de forma desaforada en sus ataques musicales. De hecho, a mí me da igual y no me afecta lo más mínimo, pero sabe mal que un género con tantas referencias literarias de primer orden, como los sirventeses de Guillem de Berguedà, tenga que vivir momentos tan lamentables, con rimas ciertamente pueriles, combates que no van más allá del cuerpo a cuerpo más epidérmico, de la obviedad y el mal gusto convertidos en bandera poética.

Ya he perdido la cuenta de las veces que Shakira, en alguna de sus producciones más recientes, ha insistido en la mala fe del examante y de su familia. Ha derramado ánforas de veneno y litros y litros de exasperación, ha apilado capazos de furia, cargamentos de furor y de indignación. Ha esparcido el perfume de la iracundia sobre la piel y la memoria de aquél con quien se acostaba y que ahora yace junto a otra, que también ha sido diana de las flechas coléricas de la cantante colombiana.

Este tipo de estremecimientos deberían poder escribirse con la serenidad de quien ha dejado pasar los días y ha podido calmar los instintos de venganza. Por otra parte, sabemos también (los sirventeses de los trovadores nos lo dejaban claro) que la inmediatez es un factor decisivo en la elaboración de estos materiales. ¿Qué sentido tiene el encrespamiento al cabo de los años? ¿Cómo se explica el exabrupto si no es instantáneo? El secreto es aplicar la fórmula mágica: es cuando más nos alejamos del dolor que somos más capaces de convertir el berrinche o la queja en un destilado estético, un licor delicado que evoca el sufrimiento en la misma medida que ahuyenta la acritud.

Suscríbete para seguir leyendo