Animaladas

El ser humano siempre ha estado en constante relación con los animales. Compartimos espacio, intereses, necesidades… En el origen de los tiempos hasta fuimos parte de la dieta de algunos. Luego todo cambió, probablemente con el control del fuego, inclinándose del todo la balanza de nuestro lado.

Dicha relación está en constante revisión. Evolucionamos social y personalmente, transformando nuestra manera de entender la existencia. Pero de los animales nos seguimos aprovechando. Salvajes, domésticos, mascotas, de granja… todos a nuestro servicio y ninguno sale indemne. Somos mal, compañero de viaje.

Hasta no hace muchas décadas, les fue mejor, por la sencilla razón de que de su bienestar dependía el nuestro. Hoy ya no es así. En los tiempos modernos, a unos los exprimimos y explotamos económicamente de manera despiadada, y a otros los intentamos humanizar para llenar nuestros vacíos interiores. Y si a alguno le concedemos una existencia más placentera es, simple y llanamente, porque los estamos destinando a un espectáculo festivo donde les damos un horroroso final, caso de los toros de lidia.

Ni soy aficionado a la fiesta nacional ni tampoco antitaurino, lo cual me otorga el beneplácito de poder escribir desde la neutralidad. No dejo de ver la crueldad del asunto, pero tampoco creo que la prohibición sea la solución ni la salida razonable. Su final debe ser paulatino, para dar tiempo a la reubicación social de toda la industria que hay detrás y a la extinción de la afición, que la hay, pero que año a año se va esfumando. Los toros se acabarán, más pronto que tarde, por falta de interés y de público.

Lo que nunca ayuda es la polémica. En este asunto tampoco. Cataluña los prohibió cuando apenas se celebraban ya corridas en Barcelona y lo hizo, más que nada, por diferenciarse del resto del Estado. El Ayuntamiento de Gijón, la legislatura pasada, ídem de lo mismo, pero en junio hubo cambió en la corporación municipal y los vuelven a permitir. Unos dan subvenciones; otros las retiran. Unos fomentan su retrasmisión televisiva; otros la censuran. Mire usted, que la política meta sus zarpas en tan controvertido asunto arrimando el ascua a su sardina no parece que sea la medicina que necesita este enfermo. A veces lo que hay que hacer es dejar morir, favoreciendo una muerte digna. Ibiza en ese sentido ha resultado ser modélica.

Tampoco me vale la tan manida justificación de la conservación de la raza cuando la modernización y la mecanización han llevado a muchas otras al borde de la extinción. A nadie veo arar con burros, vacas o mulas para darles una utilidad y conservarlas. Habrá que insistir en su conservación por mero compromiso con la diversidad animal sin incidir en su selección o mejora genética.

Pero, por desgracia, el maltrato animal ni empieza ni acaba en los cosos taurinos: tiene muchas caras y facetas. Para no irme más lejos, acabaré exponiendo lo que está pasando con las vacas lecheras, pero sólo un par de aspectos para no hacer muy larga esta lectura. Cuando paren, apenas han lamido al ternero, se lo quitan para que ni se arrime a tan preciadas tetas. El recién nacido será criado con tetinas artificiales de látex y la madre metida al ordeño automático tres veces al día, pues es tanta su producción de leche que necesita que le vacíen las ubres con tal frecuencia. ¡Del estrés productivo de la sociedad actual no se libran ni los animales!

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