Contemplando el destrozo ajeno

u Hace diez años exactos me encontraba con unos amigos viajando por Albania. En 1986, con ocasión de un partido del Barça contra el Flamurtari en la copa de la UEFA, vi por televisión un reportaje sobre ese hermético país, sometido todavía a la dictadura de Henver Hoxa. Quedé fascinado con ese extraño lugar, me dije que algún día lo visitaría y en 2013 lo logré. Y sí, era un país pobre, lleno de arquitectura brutalista, y pasear por allá era como viajar en el tiempo, como vivir en las viejas fotos de los años 50 de Francesc Català-Roca. La costa era el Mediterráneo puro, como debían ser nuestras costas antes del turismo. El país despertaba de un largo sueño y estaba claro que iban a explotar la industria turística pero, a diferencia de nosotros, ellos no partían de cero, conocían la experiencia de otros países y podían aprender de nuestros errores. Qué gran suerte, me dije. Este verano un amigo mío se ha recorrido entera la costa albanesa y me ha confirmado que no solo no han aprendido nada, sino que se han explayado con fruición en nuestros errores. Como si quisieran recuperar el tiempo perdido, se han entregado a una ordalía frenética de cemento y están arrasando todo lo arrasable hasta convertir el litoral en un muro de hormigón. En fin, que nadie escarmienta en cabeza ajena y que las leyes de la avaricia son inalterables.

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