Un año más tarde

Ha quedado demostrado, un año más tarde, que la intención de los agresores que pinchaban a mujeres en las discotecas lo hacían con la retorcida intención de asustarlas. Ni rastro de drogas o enfermedades de transmisión sexual. Fue mucho peor que esto. Lo que nos inyectaban cuando nos pinchaban era una gran dosis de miedo. Un miedo atroz a salir de fiesta, un miedo atroz a vestirnos sexis y un miedo atroz a andar solas por la calle solo por el hecho de ser hembras. Es una evidencia que los agresores eran hombres y las víctimas mujeres. Algunos ni siquiera usaban jeringuillas, con un palillo de bar podían sembrar el caos y, de paso, algunos medios de ética sospechosa le podían quitar importancia. “Es una chiquillada, una gamberrada o una broma de borrachos”. Pues no. Fue un gran acto machista. Un acto de superioridad y de poder que tenía la voluntad de humillar y de crear terror entre la población femenina. ¿Cómo lo arreglamos entonces? Pues como siempre. Mal. Poniendo el foco en la víctima y no en el agresor. Los puntos violetas me pueden dar mucha seguridad, pero yo no quiero una solución a mi pinchazo, ni a mi ataque.

No quiero un lugar a donde ir, ni a un segurata que me abrace con complicidad si me agreden. Lo que yo quiero es que nadie me pinche y no tener que tapar mi copa con la mano cada vez que me tomo un gin tonic en un bar de copas. Lo que quiero es que se eduque a las nuevas generaciones en la igualdad y el respeto por todos los géneros. Y esto empieza en casa, pasa por las escuelas y termina en los medios de comunicación. Todos somos responsables. No podemos normalizar que una parte de la sociedad quiera aterrorizar a la otra para arrebatarle los derechos adquiridos en los últimos años. Porque la ola de pinchazos fue una clara respuesta al avance del movimiento feminista. Y lo que queda demostrado, un año más tarde, es que las mujeres no solamente no somos el sexo débil, sino que somos el más valiente. Porque incluso, con miedo, no dejamos de salir, de bailar y de vivir. Y así seguiremos hasta que el machismo sea una palabra rancia, que forme parte de un pasado muy, muy lejano.

Suscríbete para seguir leyendo