El púlpito

Comuniones

Han sido unos fines de semana muy intensos en las parroquias de nuestra isla. Un regalo ver a padres y madres, invitados de toda la península e isla, que vienen para acompañar en un momento de singular importancia en la vida del niño que recibe la comunión. Por primera vez se acerca al altar de Dios para recibir el augusto sacramento.

Es cierto que cada vez son menos los que hacen la comunión por el regalo, de hecho, la tendencia inevitable nos hablará de ello más pronto que tarde, pero aún quedan familias que sí conciben la comunión como una fiesta, en algunas ocasiones que conlleva un excesivo gasto. Tan excesivo que todos nos preguntamos si de verdad es necesario. Recuerdo la comunión de mis mayores. Iban a misa, heredaban el traje, recibían al Señor y marchaban a casa. Se tomaban algún chocolate caliente con churros, algún detalle y regalo y a seguir. No tenía tanta pompa, pero tenía mucho de auténtico. Menos dinero gastado en cosas, que sencillamente son en muchos casos, un derroche de protagonismo familiar.

Al corazón me viene esa crítica que me hacen muchos: si la Iglesia vendiese lo que tiene podría darle de comer a muchos. Pues yo añado: si las comuniones fueran un poquito más modestas, más sencillas, se le podría hacer un gran donativo a Cáritas o a cualquier institución que los padres creyesen oportuna. Es necesario reconocernos un poco más necesitados y saber poner freno a ciertos festejos que nada tienen que ver con aquello que se recibe. Ojalá, aunque sean muy poquitos los que hagan la comunión, siga siendo siempre un encuentro sencillo, alegre y festivo, donde al recibir al Señor, la familia se une para dar gracias. Eso es lo verdaderamente importante. Lo realmente importante. El resto responde a otros intereses.

Daniel Martín | Sacerdote

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