Cambios de chaqueta

Raquel Rodríguez Muñoz

Raquel Rodríguez Muñoz

Todo el mundo conoce lo que significa la expresión cambiar de chaqueta cuando se trata de política. Si en algunos casos ese cambio de chaqueta o partido se produce durante una legislatura, cuando realmente lo podemos ver en todo su esplendor es cuando se acercan unas elecciones y en eso andamos.

Resulta sorprendente la cantidad de bailes que puede haber entre unos partidos y otros. Cuando parece que ya lo has visto todo, llega el político de turno y te sorprende.

No voy a dar nombres. No hay más que mirar las noticias y revisar un poco la hemeroteca para comprobar cómo unos y otros que empezaron militando en un partido ahora dan el salto a otro. Hay quien no tiene pudor y suma tres o cuatro siglas diferentes en su haber y quien no se sonroja reconociendo que ha cambiado de chaqueta porque, si se quiere gobernar o plantar cara de verdad al que gobierna, hay unas pocas opciones y sale más a cuenta unirse al que tiene cierta fuerza que crear un partido propio. Que se lo cuenten si no a Ciudadanos.

Así que, a lo largo de los años, aparecen y vuelven a aparecer o de una legislatura a otra van de un lado a otro, como piezas de ajedrez en un tablero en el que todo el mundo quiere ser el rey.

Lo peligroso de esta actitud es que es difícilmente defendible la idea de que el objetivo es hacer lo mejor para el pueblo y por el pueblo porque lo que da a entender a la mayoría de los ciudadanos es que la verdadera intención es no perder el sillón y vivir de la política cuanto más tiempo mejor.

Si uno cambia de partido sin pudor será que ya no importa la ideología anterior, ya que tan fácilmente ha pasado a otro partido con otro ideario. Y así, ¿qué credibilidad puede tener el comúnmente conocido como tránsfuga para los ciudadanos, para los votantes, que es lo que ahora meramente somos?

Si realmente quieren hacernos creer en esa política con mayúsculas que lo que busca es defender los intereses de la población y no seguir creando legiones de escépticos, los partidos deberían prohibir el transfuguismo, no aceptar a nadie que, al albur de las elecciones, decida arrimarse a unos o a otros con la única motivación de seguir viviendo de aquella cuatro años más. Pero claro, todos se nutren de ellos y a ver quién tira la primera piedra. No lo duden, Maquiavelo sigue más vivo que nunca.

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