Tribuna

Trastos viejos

Óscar Figueruelo

Óscar Figueruelo

Llevamos unos meses en los que las noticias sobre las residencias de ancianos son constantes. Noticias todas ellas tristes, negativas, y hasta lamentables. Salvo la de la apertura de la nueva residencia en Formentera. ¡A ver hasta cuándo dura su felicidad! Porque no duden que pasarán nubarrones por su azotea; si bien es verdad que siempre que llovió, escampó. Eso pasó ya hace tres años cuando nos rasgamos las vestiduras y hasta nos flagelamos ante las situaciones que se vivieron en estos centros. Nada ha cambiado.  

«Actualmente hay en Ibiza ciento cincuenta personas que no pueden estar en una residencia por falta de plazas»

 El covid destapó e hizo públicas unas realidades conocidas por quienes hemos tenido contacto con ellas en algún momento, pero ignoradas por el resto de la sociedad: los asilos no son el paraíso terrenal que da paso al descanso eterno. Podemos buscar las razones, justificaciones, motivos o excusas que queramos para ingresar en ellas a nuestros mayores y quedarnos con la conciencia tranquila, pero la realidad que se vive dentro casi nunca es idílica. Ni caras ni baratas; ni grandes ni pequeñas; ni públicas ni privadas. Aunque hay matices sustanciales entre unas y otras. Y dentro de lo malo, pequeñas y públicas, porque hay determinados ámbitos y sectores de la sociedad donde hacer negocio está directamente reñido con la buena atención.   

Teniendo en cuenta que la sociedad actual, y aún más la futura, carece de tiempo, ganas, espacio en los pisos o miembros familiares que se ocupen de nosotros cuando seamos viejos, creo que debemos plantearnos muy seriamente acometer una reforma integral del modelo actual. Y escribiré, aun a riesgo de ofender a más de uno, que si no lo hacemos por los residentes actuales, hagámoslo por nosotros, pues nuestro destino como usuarios está escrito salvo algún afortunado a quien se le arregle el tránsito de manera súbita.  Valga como dato apuntar que  actualmente hay en Ibiza ciento cincuenta solicitudes que no están pudiendo ser atendidas, es decir, ciento cincuenta personas que no pueden estar en una residencia por falta de plazas.  

Pero las reformas requieren inversiones de dinero para llevarlas a cabo. Si son estructurales, más. Y luego mantenerlas. La mayoría de las pensiones son lo que son, y muchas veces no hay tampoco nadie detrás dispuesto a pagar lo que falte, o que pueda. Sea público o sea privado, el capital hay que adelantarlo. Otra cosa será rentabilizarlo. Como sociedad moderna y avanzada no podemos permitirnos seguir tratando a nuestros ancianos como trastos viejos, ni que las distintas administraciones se pasen la patata caliente las unas a las otras. Se precisa urgentemente un cambio radical y mejoras en todos los ámbitos: controles, infraestructuras, ratios, turnos, nutrición, asistencia médica..., pero sobre todo, más personal, mejor preparado y valorado. Hay que tener en cuenta que trabajar con gente mayor es muy duro, y más viendo que cada vez los residentes están en peores condiciones. Por ello, empatía con quien desarrolla esa labor, valorar el esfuerzo en su justa medida y, sobre todo, pagárselo. En definitiva, hacer más atractiva esa ocupación.