No todos somos Chiara Ferragni

«No se llega a ser ninguno de ellos solo por suerte,

hace falta talento y esfuerzo»

Aracely R. Robustillo

Aracely R. Robustillo

Sí, yo también me emocioné y me identifiqué con el discurso de la magnífica Chiara Ferragni en la inauguración del Festival de Sanremo. Esa carta dirigida a la niña que fue, de la empresaria italiana, en la que se decía a sí misma que «ser mujer no es un límite», enfundada en su vestido ‘desnudo’ de Dior, sin duda dejó a muy pocos indiferentes. Pero aceptémoslo, no todos somos ella. Aunque hagan falta muchos más como ella. Y aunque en España, muchos aspiren a convertirse en alguien como ella, como ha dejado claro el polémico estudio de Remitly .

El análisis, basado en las búsquedas que hacen los jóvenes en Internet en referencia a su trabajo soñado, nos dejó el polémico titular de que en nuestro país, la profesión más deseada es la de Ferragni, ‘influencer’. Y lo más sorprendente para mí no fue eso, sino la reacción del personal al constatar este hecho, negro sobre blanco.

El dato ha sido objeto de acalorados debates en diversos medios durante días y los golpes de pecho y la indignación al respecto son para quedarse a cuadros. Sobre todo porque algunos de los que consideran que es algo negativo, son ellos mismos ‘influencers’, como por ejemplo Nuria Roca, con la ironía que ello conlleva.

Resulta cuanto menos sospechoso que nos echemos las manos a la cabeza al conocer las aspiraciones laborales de nuestros jóvenes. Demuestra que vivimos ajenos a su realidad, sus opciones y sus aspiraciones. Y más que a ellos, nos pone a nosotros en la palestra, por avestruces e ignorantes.

Cualquiera que tenga cerca un adolescente y se siente de verdad a escucharle, debería saber de la incertidumbre con la que lidia la llamada ‘generación de cristal’. Sensibles, emocionalmente, y menos tolerantes a la frustración, salieron de la pandemia ‘tocados’ y afrontan los cambios con ansiedad e inseguridad.

No es de extrañar que la educación, y sobre todo la superior, sea una opción cada vez menos atractiva para ellos. Para empezar, falta estabilidad y los ‘bandazos’ están a la orden del día. La polémica prueba de madurez de la ‘nueva Selectividad’, por ejemplo, se ha vuelto a quedar ‘vieja’. Y ya nos han anunciado un nuevo modelo de EBAU para 2024, que incluirá modificaciones en los contenidos, la duración de los exámenes y el criterio de corrección. De manera que estas peliagudas pruebas, que siempre han sido fuente de estrés y pánico, en una edad especialmente complicada, se están convirtiendo en un obstáculo insalvable para muchos.

Pero es que además, con los datos en la mano, es fácil entender que duden de las ventajas de pasar por la facultad. España mantiene un palpable desfase entre la formación universitaria y el perfil profesional que demanda el mercado laboral. Además, según los datos de la encuesta Eurostat publicados en 2021, uno de cada cuatro sigue en el paro hasta tres años después de graduarse; y hay estudios que apuntan que hasta el 91% de los emigrantes recientes tienen estudios superiores.

Con este contexto, es más que comprensible que muchos de ellos se sientan atraídos por los cantos de sirena de convertirse en ‘influencer’, una profesión omnipresente, aparentemente fácil y accesible, que asocian con el éxito, la popularidad, el ‘glamour’ y un sueldo más que razonable.

Paula Echevarría, Laura Escanes, María Pombo o Dulceida son nombres que facturan, en algunos casos, entre seis mil y diez mil euros por promocionar un producto en sus perfiles, según un estudio de Influencer Marketing Hub. Todo depende del número de seguidores, del caché de la persona en cuestión y de su grado de implicación.

Claro está que no todos llegan ni mucho menos a estas cifras, pero sin duda es una acicate que justifica que para algunos sea ‘el dorado’ de los trabajos actuales. No en vano, en nuestro país ya hay 1,56 millones de ‘influencers’, según un estudio realizado por IAB Spain y Nielsen. Es el 15% de todos los prescriptores digitales activos en Instagram, TikTok y YouTube de Europa, donde se superan los 10 millones.

Así que no, no nos debería extrañar, ni mucho menos escandalizar, que la chavalería aspire a convertirse en Chiara Ferragni, igual que en otros momentos quisieron ser Rocío Jurado, Cristiano Ronaldo o Penélope Cruz. Siempre ha habido ídolos. Lo que sí deberíamos transmitirles es que no se llega a ser ninguno de ellos solo por suerte, que también hace falta talento y esfuerzo. Y que, por si acaso, se guarden en la manga algún plan B.

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