El púlpito

Castigado

Daniel Martín

Daniel Martín

Cuando éramos pequeños recuerdo a nuestra profesora castigando a alguien. Rara era la ocasión en la que no había algún compañero sobre el que pesaba esa dura losa del castigo, tuviese o no la culpa del hecho. Era una sensación casi de victoria cuando conseguíamos eludir la consecuencia aparejada a una mala acción y ello nos motivaba para seguir intentándolo. No nos faltaban horas de enredo, maquinaciones y juegos para ver dónde encontrábamos el fallo al sistema. Nos encantaba llegar a sexto de primaria y ver a profesores nuevos, ya que ellos se creían que sabían mucho, pero un niño que lleva muchos años en el mismo edificio sabe mucho más por pillo que por adulto. Esos años felices nadie nos los podrá quitar nunca y debería ser obligatorio vivirlos. Nuestra única preocupación era esa: jugar, enredar, soñar, reír y con ello y con todo ello estudiar algo, cuando se podía. Os confieso que al ver las imágenes de niños «vueltos a nacer» en medio de escombros en Turquía y Siria, me ha sacado alguna lágrima y me ha hecho sentir que la vida pasa demasiado deprisa para algunas personas. Esos niños y tantos otros en el mundo, no deberían vivir nada de eso, debería estar prohibido con una ley en el universo que fuera inapelable. Un niño tiene que jugar, soñar y reír, no tendría que vivir horas y días entre escombros, volviendo a la luz con una herida imborrable que le marcará de por vida. Un día se acostaron sin mayor preocupación y al día siguiente se levantaron siendo adultos a la fuerza. Soportando pérdidas irremplazables y viviendo una historia que no les corresponde, de hecho nadie debería vivirlo.

Pero en medio de todo eso me ha sorprendido la fuerza del pueblo turco y sirio, trabajando sin descanso por rescatar a sus hermanos, dando gracias a Dios en cada superviviente. Sin pudor, sin vergüenza, gritaban «bendito sea Dios», reconociendo que Dios no castiga con terremotos y guerras, sino que ofrece salvación tocando corazones y creando lazos de convivencia mostrando un verdadero sentido a la vida y un camino para que crezca. Esta pregunta ¿por qué Dios manda esto? se deshace desde el mismo instante en el que reconocemos que en Cristo todos los crucificados del mundo encuentran fuerzas ya que, en el caso que nos ocupa, no creo que Dios se dedique a castigar al ser humano. Creo que Dios está más bien entre aquellos cascotes, junto aquellos niños. Creo que Dios está junto aquellos bomberos y voluntarios, retirando escombros. Los castigos mejor los dejamos a los que nos los infligimos, asumiendo nuestros errores y no culpando a quien no los tiene, como cuando éramos niños. Ojalá aquellos constructores que hoy se amontonan en los aeropuertos turcos para huir del país, hubieran invertido el dinero que tocaba en crear edificios como correspondía, capaces de soportar con mayor resistencia los terremotos. Pero la ambición por el dinero, el querer abaratar costes para alcanzar muchos más beneficios, la ceguera de la codicia y el lujo propio, crea de nuevo miles de muertos que con toda seguridad, si se hubieran hecho las cosas como tocaban, hoy disfrutarían de la vida. Hoy disfrutarían de ser niños.

Suscríbete para seguir leyendo