Tribuna

El día que jamás debió existir

Alicia Reina Escandell

Alicia Reina Escandell

La humanidad ha avanzado tecnológica y científicamente de forma exponencial, aunque no sé si, al mismo tiempo y de forma paralela, hemos conseguido evolucionar como especie. Tampoco alcanzo a averiguar si hemos logrado promover y mejorar nuestra condición humana, nuestra compasión, nuestra ética e inteligencia socio-racional. Cualidades todas ellas, que deberían formar parte de nuestra naturaleza y que deberían hacernos diferentes y moralmente superiores al resto de seres vivos.

El ser humano es capaz de grandes logros, de llegar a la luna, de promover causas humanitarias, de crear la tecnología más sofisticada, de conquistar montañas y lugares inexplorados, de vencer y sobrevivir a mil y una epidemias, de soñar en grande y de muchas cosas más. Pero, sin embargo, no es capaz de evitar una Tercera Guerra Mundial, ni de hallar la cura definitiva contra el cáncer. Una enfermedad mucho más mortífera e implacable que el coronavirus y una lacra que sigue creciendo, en silencio y con sigilo, entre nosotros. Un enemigo común al que como sociedad, debemos hacer frente unidos, con todos los medios que estén a nuestro alcance.

En esta contienda, parece oportuno destacar una de las enseñanzas del legendario estratega Sun Tzu, que nos desvela en ‘El Arte de la Guerra’, la biblia de los emprendedores, y que reza lo siguiente: “Conoce al enemigo y conócete a ti mismo, y en cien batallas no estarás jamás en peligro”. De modo que, como bien señaló Sun Tzu, para lograr la victoria, hemos de ser conscientes de a quién tenemos enfrente como enemigos, de las dimensiones y la gravedad del problema, y hemos de conocernos a nosotros mismos, nuestras capacidades y recursos para combatir al contrario. La relación de proporcionalidad de las fuerzas enemigas y las nuestras, es crucial. En este sentido, y para aterrizar en la cuestión de fondo, me atrevo a decir que no se está priorizando la solución a este problema, no se están destinando todos los esfuerzos que se requerirían para hallar el remedio. Es pertinente pues, solicitar a las Administraciones y a los políticos competentes en esta materia que refuercen y redoblen los recursos y esfuerzos en investigación y atención al paciente a fin de lograr alcanzar la solución definitiva al cáncer. Porque muchas son las batallas que nos quedan por librar para ganar esta guerra.

Por otro lado, recuerdo la polémica dicotomía que se planteó en pandemia entre la salud y la economía, cuando ambas, a todas luces, van estrechamente ligadas. Así que a todos aquellos que demonizan y menosprecian a las empresas, a los empresarios y a los emprendedores en general, les pido que abandonen la ceguera en la que están instalados y se rindan a la evidencia: sin emprendedores y sin empresas es imposible generar riqueza, empleo y progreso. La industria turística, la industria de la felicidad, tan denostada para algunos, no podía ser menos, dada su enorme contribución al progreso y la generación de riqueza con la que sostener la sanidad y la educación públicas. De forma que, si, de algún modo, tienen sentido algunos de los impuestos que pagamos, esta sería una de las razones. No olvidemos que la industria turística y la responsabilidad social van de la mano, aunque algunos pretendan hacernos ver lo contrario.

El pasado 4 de febrero fue el Día Mundial Contra el Cáncer. Un día que jamás debió existir en nuestras vidas, pero que existe y existirá mientras el cáncer siga acechándonos, y que tiene como objetivos principales: promover la investigación y prevención contra el cáncer; mejorar la atención al paciente con más medios materiales, científicos y humanos; concienciar sobre la realidad de esta enfermedad; movilizar a la comunidad mundial para que prioricen la inversión económica y tecnológica al servicio del hallazgo de una cura; y promover la igualdad en la atención al paciente, para que todos los afectados puedan acceder prioritariamente al tratamiento óptimo, independientemente de su situación y condición socio-económica.

Este día también nos debe servir para conservar en nuestra memoria el inexorable recuerdo de aquellos seres queridos que ya no están con nosotros, y que no pudieron sobrevivir a esta detestable y feroz enfermedad. Así que, mientras escribo este artículo, cierro los ojos, y recuerdo, con profundo cariño e infinita nostalgia, su sonrisa, su mirada, su sentido del humor, su voz, nuestras conversaciones, y sus ganas de vivir y de comerse el mundo. Aquella tarde triste y fría del mes de diciembre, que rememoro como si fuera ayer, sentí cómo se le escapaba el alma en aquella habitación blanca y absurda de hospital, y su entereza y ejemplo se han convertido en mi inspiración en cada paso y decisión que tomo en la vida.

El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene,

ni adónde va; lo mismo le sucede al que ha nacido del Espíritu

Juan: 3:8

A la memoria de mi hermano Ricardo y de todas las víctimas del cáncer.

Alicia Reina Escandell  | Doctora en Turismo

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