Opinión | El púlpito

Navidad

En estas fechas se nos amontonan los eventos. Miles de fiestas, de cenas, de encuentros. Claustros de profesores que celebran la cena antes de fin de año, fiestas de empresa, reuniones familiares y amigos que se reencuentran venidos de la península. La Navidad aglutina y embellece los días que se acercan. Aunque es cierto que a veces no acabamos de encontrarnos con aquello que ansiamos en lo más profundo y no son pocos los que salen de las esperadas vacaciones más cansados de lo que entraron. Y es que el descanso profundo sabe a otro tipo de realidad. Poder estar, sin prisas, con los más tuyos, saboreando el hogar. Poder disfrutar de la presencia cercana de un ser querido mayor. Poder escuchar las anécdotas e historias de otros tiempos, de aquellos tiempos, donde la Navidad era de otro color, bañada y marcada por el esfuerzo y el trabajo y por los pocos regalos materiales, pero reales encuentros de fraternidad y unión. La Navidad real tiene un toque de silencio, de paz, de dulzura en el hogar y para eso no hacen falta cenas monumentales, grandes cantidades de regalos materiales, para eso solo hace falta amar. Para eso tan solo se necesita ver un poco más allá. ¿Cómo cambiaría tu Navidad si supieras que es la última, o que alguno de los que contigo está ya no la volverá a pasar a tu lado? ¿Qué sería lo realmente importante y único que querrías compartir con ellos? Pues no lo dudes mucho. Siéntate junto a esas personas y hazlas reír. Hazlas revivir aquellas Navidades cuando de niños soñaban volar. Hazlos únicos, porque lo son. Y es que la Navidad comienza y se construye sobre una hermosa paradoja: que el nacimiento de Alguien sin hogar, cansados de buscar posada, siendo Dios y hombre y por ello mereciendo todos los honores, hoy se celebre en todos y cada uno de los hogares, tengan o no tengan fe, convirtiéndose así en cunas de Belén. No puedo ni quiero olvidarlo: la verdadera Navidad no puede ser plena sin pasar por aquellos últimos, más pobres y más pequeños. De todos ellos, sin lugar a dudas, se llevan la medalla nuestros mayores. Muchos de ellos enfermos y solos. Muchos de ellos llenos de nostalgias. Por ellos, con ellos y en ellos, feliz Navidad a todos. El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.

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