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Begoña Pardos

Tribuna

Begoña Pardos

¡Huele a pachulí!

Entre manos ando con dos libros: ‘Odorama’, de Federico Kukso, y ‘El buscador de esencias’, de Dominique Roques. Lecturas densas, pero muy entretenidas, con las que estoy aprendiendo muchas cosas sobre olores y aromas varios. Otro mundo que me apasiona porque los perfumes son a la vez emoción y cultura, hecho que bien conoce la industria de la perfumería.

A ambos libros solo les ha faltado un detalle: perfumar sus hojas. A diferencia de TV, ordenadores u otros soportes electrónicos que no se lo pueden permitir, el papel puede ser impregnado de aromas, lo cual históricamente se ha hecho. Hasta en la tinta china se incluyó perfume, concretamente el que me ha envuelto para escribir este artículo: el pachulí.

Decía T.S.Eliot, que «la primera condición para conocer un país extranjero es olerlo». Esta certera apreciación, puede aplicarse a la vida misma, porque creo que el olfato es el sentido más emocional del ser humano.

El pachulí fue el símbolo olfativo de la Ibiza hippie y su estela la envolvió durante décadas. En la de los años ochenta en que yo llegué a esta maravillosa isla, el insistente aroma del pachulí, impregnaba calles y terrazas y hasta el viento en el campo te podía traer alguna nota de este perfume. Su terrenal y a la vez mística estela, era determinante para tu nariz: o la amabas o la aborrecías hasta el repudio.

En mi caso era la primera, y seguramente hay un porqué. Desde pequeña me gustaron los perfumes, y sin duda sus contenedores. Era fácil sacarme una sonrisa, si mi madre me regalaba un frasquito de perfume en miniatura: se volatilizaba de inmediato mi berrinche. Así de mágicos son los olores.

En la casa familiar había varias botellitas misteriosas de perfumes o colonias, repartidas en diferentes lugares de la casa. En aquellos armarios se escondían aromáticos secretos en botellitas que podían calmar tanto dolores físicos, como del alma.

Prefería sin duda los segundos. Esos eran mis juguetes favoritos, que destapaba y olía a escondidas... por si acaso.

Mis preferidos eran aquellos frascos de cristal, casi siempre de forma redonda, de los que colgaban borlas cubiertas de redecilla de seda de color rosa palo, granate... etc. Algunos no funcionaban de tanto flusflús o del paso del tiempo que había ‘quemado’ sus gomas.

Entre tantos frasquitos había uno con un líquido de color ambarino oscuro (este no era vaporizador), del que nada más abrirlo, salían violentamente bailando exóticos duendecillos, que tenían todas las notas del pentagrama y todos los pasos de baile. No sabría decir si me gustaba o no, pero me atrapaban hasta quedarme sin moverme del sitio y del que alguna voz me rescataba, dándome el sermón de turno: «otra vez el pachulí». Era mi tía, que nació bien a principios del siglo pasado y que en su juventud debió de usar y que conociendo el valor del tesoro, lo guardó sin ya utilizar durante años.

Y mira pon dónde, al llegar a Ibiza reconocí a esos frenéticos duendecillos que estando en mi memoria olfativa, brincaban por casi todos los aires isleños, impregnándolo todo con su potente aroma almizclado .

Claro que en la isla no era el único olor. Afortunadamente. Porque en mi memoria también descubrí el aroma anisado del hinojo, el dulzor de las higueras, el olor acre del los Helichrysum, el meloso perfume de los almendros en flor, el mentolado de los pinos... etc. Olores de vida en sus correspondientes estaciones.

No hay olores buenos o malos. Hay narraciones en cada aroma que intentan dar sentido al mundo. A la vida.

Cada olor tiene su propia biografía y su marco épico. Dice Federico Kukso en el mencionado libro (¡dice tantas cosas , que casi es inabarcable!) que «todos los olores son individual y socialmente construidos». Ahora, en cambio, todo es más neutro y cada vez nuestra vida está más ‘desodorizada’ y se persiguen los olores con decidida personalidad.

Las escuelas ya no huelen a lápices y gomas de borrar, ni las bibliotecas a papel y polvo. Se encubre cualquier vestigio de olor a ser humano, a vida.

Sea como fuera, aquel olor de pachulí, era el aroma de otros sueños, de otros mundos, de otras vidas. ¡Ahí es nada!.

Termino. Creo que lo importante es estar, probar y seguir curioseando. Porque, si no hubiera nadie para oler un olor, ¿olería? ¿Sin el ser humano, existen los olores?

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