Opinión
Querella
Primero iba a ser Unidas Podemos quien se querellase contra la presidenta del Congreso, Meritxel Batet, acusándola de prevaricación por haber retirado el escaño al ya exdiputado Alberto Rodríguez. Luego nos dijeron que no, que el caballero de la mucha talla —física— y las numerosas rastas acudiría en persona a los tribunales en busca de amparo. Por fin parece que va a hacerlo pero no planteando un juicio penal contra la presidenta sino recurriendo la sentencia que lo ha devuelto a la calle. Como haría cualquiera, vamos, sin necesidad de lanzar tantas balas de fogueo en busca de titulares.
Acusar a la señora Batet de prevaricación porque cumple lo ordenado por el Tribunal Supremo es uno de los chistes penales más divertidos que hemos podido escuchar en los últimos tiempos. Ganas daban de animar a la coalición Unidas Podemos, o al señor Rodríguez, o a los dos, para que siguieran adelante con sus amenazas porque, si la querella era admitida a trámite, íbamos a estar más que entretenidos cuando la defensa llamase a los magistrados del Tribunal Supremo a declarar. Y a que nos aclarasen no sólo si cumplir las sentencias del alto tribunal es obligado, como parece, sino la duda mucho más interesante de si, en caso de hacerlo, estamos cometiendo un delito. Con lo que se plantea un asunto genial. De ganar el pleito el ahora condenado convertido en querellante se tendría que aplicar la nueva sentencia con el riesgo, claro es, de que al hacerlo se estuviese delinquiendo de nuevo. Ese juego de la oca, con vuelta permanente a la casilla de salida, se vuelve muy pronto un dilema matemático. Algo así como la cinta de Moebius, la única superficie con un solo borde y una sola cara.
Por desgracia la marcha atrás, primero de los socios del presidente Sánchez en el Gobierno y luego del agresor de policías no confeso pero culpable, nos hurta ese entretenimiento. Ya solo nos quedan los comentarios en las redes sociales de los mismos personajes que aseguran primero que el de la patada no la dio y luego que la sentencia no dice nada de retirarle el escaño. Las evidencias, desde que inventaron las noticias falsas, sirven de muy poco pero, a cambio, las diatribas y las acusaciones indignadas se quedan con el vacío absoluto como sustento.
Qué decepción terminar con la primera querella contra la presidencia de las Cortes amparada desde el Gobierno convertida en un recurso de trámite. Con el añadido de que, como el señor Rodríguez —el de las rastas—ha abandonado su partido, no habrá segunda parte. Sólo nos queda especular con las razones de una salida tan súbita de la política a consecuencia de haber perdido el escaño. ¿Era lo único que justificaba el estar pagando la cuota de afiliado? ¿O se tratará del enfado por sentirse desprotegido en la lucha contra sus molinos particulares? No lo sabremos. Las rastas han pasado a la historia, con minúsculas, y punto final.
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