Diario de Ibiza

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Prats, Xescu

Dejen en paz a los restaurantes

Durante el mes de junio un restaurador me explicaba que en su chiringuito trabajaba mejor que nunca. Tiene un establecimiento en la costa y, aunque empezó con menos público que en temporadas anteriores, la facturación se disparó. Jamás había vendido tantas langostas y botellas de vino desmesuradamente caras como en este arranque de verano. Más ingresos con menos presión: la panacea de todo empresario.

En julio, la situación ha cambiado y ha vuelto a trabajar a espuertas. Su experiencia, sin embargo, no se ha reproducido de forma mimética en toda la isla, donde en aquellas zonas dependientes de mercados emisores muy específicos, como el británico, se ha vivido una auténtica sequía de turistas. Desde hace unas semanas, con la apertura de estos mercados, y a pesar de las nuevas restricciones, la isla ha vuelto prácticamente a los niveles de saturación habituales. ¡Y sin discotecas! El ocio es una parte importante de la economía pitiusa, pero la pandemia ha demostrado que no es tan esencial como se nos ha vendido en estos últimos años y que la economía ibicenca no colapsa a pesar de su cierre.

Volviendo al restaurante del principio, hay que subrayar que allí no se produce la menor situación de despendole. Los clientes almuerzan, disfrutan de una sobremesa tranquila, pagan la cuenta y se marchan, sin que se intuya la menor situación de riesgo. Y esto mismo se reproduce en la inmensa mayoría de los establecimientos de la isla.

Con las medidas de escalada implantadas por el Govern balear la semana pasada, sin embargo, su establecimiento vuelve a perder capacidad, al tener que reestructurar el servicio y no poder servir a mesas de más de ocho comensales. A él la medida le afecta de manera tangencial por la elevada demanda, pero para otros constituye un quebradero de cabeza y además afecta a su cuenta de resultados. Las mesas exteriores de más de ocho plazas reservadas para las próximas semanas no se están dividiendo en otras más pequeñas, sino que en su mayoría se anulan, y los espacios destinados a mesas grandes, ahora tienen que ocuparlos otras más pequeñas, renunciando a un número importante de comensales.

Del covid-19 hemos aprendido muchas cosas y somos muchos los que tenemos la sensación de que complicar otra vez la vida a los restaurantes, especialmente en los servicios al exterior, solo sirve para eso, para generarles problemas y afectar a su expectativa de negocio. Toda Ibiza sabe dónde está el problema: los botellones y las fiestas ilegales son lo más visible, pero también aquellos establecimientos legales supuestamente de hostelería que en realidad se dedican a fomentar las borracheras de sus clientes con absoluto descaro y donde se incumplen todas las medidas de distanciamiento social. Y hasta el momento, no hemos escuchado que se haya producido una sola sanción o incluso un cierre.

Acortar la noche supone un retroceso para toda la población, pero tiene lógica porque además se han incrementado sustancialmente las multas por realizar botellones. El mínimo por participar ahora son 1.000 euros. Sin embargo, si no hay fiesta en la calle, se volverá a los interiores, donde la policía no pasa de la verja o el descansillo. Así, únicamente se va a frenar a los chavales que viven con sus padres, no a los miles de turistas que campean por la isla.

Y luego tenemos a las mafias de ingleses y otras nacionalidades que han desembarcado con fiestas ilegales en villas, donde se cobra más entrada que en las discotecas. ¿Se está haciendo una investigación policial seria, con empresas, nombres y apellidos? Si seguimos limitándonos a que la policía llame a la puerta para que se les rían en la cara, los contagios se seguirán multiplicando.

Que en Ibiza existan villas turísticas ilegales como Casa Lola, donde andan de fiesta en fiesta todo el verano sin que nadie les pare los pies, constituye una tomadura de pelo de proporciones épicas. A este paso, antes se hundirá Ibiza que se demolerá esa casa, por mucha sentencia judicial que haya; y si algún día llega a ocurrir, el jugo que le habrán sacado mientras tanto compensaría construirla y derribarla diez veces.

Con esta nueva ola, que es la quinta y no la primera, las instituciones andan casi tan despistadas como Pablo Casado hablando de lenguas insulares. Por cierto, qué exhibi-ción tan asombrosa de ignorancia la suya. Además, ahora andan tirándose los trastos a la cabeza e intercambiando pullas, cuando hasta el momento habían mantenido la compostura.

Que otra vez salgan perjudicados los restauradores serios de la isla constituye un ejemplo de la impotencia e incapacidad de las instituciones y las fuerzas de seguridad para hacer que se cumplan las restricciones. Por favor, dejen la restauración en paz. Este desmadre nada tiene que ver con ella.

@xescuprats

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