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Begoña Pardos

TRIBUNA

Begoña Pardos

Fragilidad

Escuchaba a Sting y esa canción que siempre me gustó: ‘Fragile’.

En mi último escrito mencionaba a Lucio Dalla, ahora aparece Sting. La música también es una buena compañera, aunque la verdad es, que desde hace mucho tiempo, solo la pongo para realmente escucharla. No necesito estar siempre con ella. Ahora me llevo muy bien con el silencio y nos hemos hecho muy amigos. Nos entendemos bien y poco tengo que explicarle.

Bueno, que me distraigo.

Leía ayer el periódico (tengo aún el vicio de la materialidad del papel y oiga, cada uno se gasta su dinero en lo que más placer le da) y salió un artículo de Julio Llamazares que lo tituló “tiempo de cerezas”, animándome a escribir estos apuntes.

Seguro que todos tenemos alguna imagen o recuerdo de estos bellos y sabrosos frutos que son las cerezas.

En mi caso, tengo una anécdota muy tierna por venir de una persona tan seria, como era mi padre. En algún día de verano, se colocaba en una de las orejas un racimo de esas cerezas. Luego, nos miraba atentamente, esperando que nos partiéramos de risa con él, cosa que yo hacía, ya que sabía el esfuerzo que había realizado, siendo persona de no hacer muchas payasadas o gracias, de este u otro estilo.

La llegada de esas cerezas y otros frutos de primavera que se alargan al verano, representa alegría y frescura, un poco, significa el disfrute de la vida.

Así también lo reconocieron en Japón, que en su eterna búsqueda por diferenciarse de China, cambió la flor del ciruelo, que en principio había adoptado por influencia de ellos, por la flor del cerezo como excelencia artística de su cultura. Flor blanca de una, rosa de la otra.

El marco social de la elección que hicieron en Japón, aparte de otros motivos, seguro que estuvo también influenciado por la filosofía budista, la cual nos recuerda en cada momento la transitoriedad de las cosas, la fugacidad de la vida, la fragilidad del amor que un día es todo para nosotros y en un instante... deja de serlo.

La pandemia nos embistió a principios del pasado año 2020. Zarpazo inesperado y rotundo que nos cambió la vida tal y como la teníamos montada y con ella, también se fueron algunos sueños y muchos proyectos.

La impuesta (y necesaria) desconexión con el mundo, con los “otros”, en forma de mascarillas, barreras, guantes, distancias... nos meció en una burbuja de tristeza y dolor que aún tiene sus secuelas y lo que nos queda...

A mí, personalmente, cualquier hecho en que se aprecien los sentimientos generosos, la bonhomía de algún ser humano me produce llanto. Si lo humano ya antes de la pandemia no me era ajeno, ahora no te digo... algún resorte del mecanismo interno para ir funcionando con aparente normalidad, se debe de haber roto o desconectado. Sé que pasará. Todo pasa.

Pues bien, creo que a este estado de fragilidad le han llamado “fatiga por compasión” y hay terapias para ayudar a vencerlo. Así será, porque en estos tiempos en eso de poner nombres y buscar terapias, nos hemos hecho expertos.

Estamos saliendo del dolor, del miedo y así lo estamos viviendo la mayoría. Es una primavera en todos los sentidos, ”deo gratias” a la vacunación y a la responsabilidad de la mayoría de los ciudadanos.

Hay que saborear esas cerezas y morderlas con placer. ¡Por supuesto!

También podríamos repensar en lo vivido, qué deberíamos mejorar o qué no repetir nunca más. No conviene olvidar el valor de las cosas cotidianas, que en definitiva son la vida: salir a pasear cuando nos plazca, llamar al vecino para invitarle a una cerveza, ir a cualquier sitio sin guardar esas colas con espacios de metro y medio, que sólo te permitía ver el cogote del otro, olfatear y tocarlo todo sin ponernos el gel que nos sacaba de cualquier sueño de libertad...

Sí. Todo pasa. También el tiempo de la floración y los frutos del cerezo... o del ciruelo. “Lo único estable es el cambio”. Pero no nos olvidemos de ser felices, de disfrutar de las maravillas que nos regala la vida, al menos, de vez en cuando.

Recuperemos la alegría y dejemos los miedos, pero sin olvidar, porque ya sabemos que para poder olvidar, hay que tenerlo todo en la memoria.

Disfrutemos de los frutos de esta primavera. Por ahora, el invierno queda lejos. O eso parece.

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