Opinión | Tribuna

Motivos para odiar las tablets

Recuerdo cuando me regalaron mi primera tablet. Fue la primera que entró en casa, y la mirábamos como si fuese un cohete. Hasta nos hicimos una foto al abrirla. Qué tiempos. Salvo bailar y hablar por sí misma, hacía de todo. Y sigue siendo un instrumento muy útil y práctico. Pero hay algo en la manera que tenemos de usarlas (ahora ya hay más de una en casa), algo en el modo en que se han metido en nuestras vidas, que hace que vea en las pantallas más una especie de caballo de Troya, que un instrumento para facilitar la vida. 

Y como llevo tiempo tratando de ponerle coto, estableciendo horarios y condiciones, y a veces hasta escondiéndola, y eso me hacía sentir una paranoica, pensé que había llegado el momento de aclarar qué es lo que no me gusta del aparatito, para poder separar lo que realmente no soporto, y diferenciarlo de las utilidades que seguro que tiene. 

Para ello, me propuse apuntar mentalmente cada vez que me cabreaba por culpa de la pantalla. Imagino que te suena eso de llamar a alguno y que no te conteste, sencillamente porque no es que no te oiga, es que ni te ve. A eso lo llamo yo ‘abducción’: están sus cuerpos, pero como si nada. Otra de las cosas que me ponía negra es preguntar si ya estaba hecho el recado que les había pedido hacía dos horas, yo qué sé, poner la mesa o tender la lavadora, y me dijeran que se les había olvidado. 

Hasta aquí, nada que te pueda sorprender. Pero ayer mi experimento dio un giro. Les había dicho a mis hijas mayores que estaba haciendo esta lista, y que me ayudaran si se les ocurría algo sobre lo malas que son las pantallas. Sinceramente, no tenía muchas esperanzas de recabar ninguna información que viniera de ellas, porque a mis ojos lo ven todo chulísimo y les encanta la tablet y el móvil. Pero cuando pusimos en común lo que pensábamos, y empecé a escuchar la retahíla, dicha por ellas mismas, de por qué las pantallas son peligrosas, pensé que no podemos dejarles solos ante esa batalla. 

Es verdaderamente triste que mientras nosotros leíamos novelas o íbamos al cine, nuestros hijos alimenten sus mentes con esta basura. Definitivamente hemos dejado entrar al enemigo en casa. Tanta educación, tanto colegio, para que un fulano en la otra punta del mundo, en menos de un minuto, eche a perder el trabajo de toda una vida. Lo que me hace hervir la sangre es la posibilidad de que el futuro, eso que tratamos de que esté lleno de oportunidades para nuestros hijos, se lo beba una tonta bailando en TikTok, o un nini emitiendo berridos mientras comenta vídeos. 

Pero si tienes curiosidad por saber todo lo que me contaron, de carrerilla me dijeron que les daba rabia, cada vez que les pasaba, haber perdido la tarde, o la mañana y no haber hecho otras cosas productivas. Que eran conscientes de que les hacía ver una realidad que no era de verdad. Que, si se dejaban arrastrar, se aislaban del mundo, y que al mismo tiempo estar con la pantalla les creaba una ola de pereza. Que se sentían esclavas, porque les impedía hacer cualquier otra cosa al mismo tiempo. Y que encima dañaba la vista.  

Suscríbete para seguir leyendo