Tito, jerezano, de 1,62 de altura y pene famoso en su pueblo por su más que generoso tamaño, usaba ortodoncia, algo a lo que le obligó su madre para juntar los dos dientes delanteros y a lo que no lograba acostumbrarse. También a ella le costó asumir que el niño era gay, así es que estaban en paz, homosexualidad versus ortodoncia y las dos partes tenían trofeo.

El primer trabajo de Tito, ortodoncia incluida (de las antiguas, visible y aparatosa), fue en Blue Marlin de Cala Jondal a mediados de los años 90, cuando Thierry Roussel paseaba culo y entrepierna embutidos en un bañador-malla de color blanco, siempre custodiado por adustos guardaespaldas.

Pasaría mucho tiempo antes de que a Tito le cambiaran los hierros por una férula transparente, así es que el chico mostraba todo el arsenal férrico cada vez que sonreía.

Fue en la cala donde conoció a Jonás, un tipo negro de casi dos metros y músculos que tumbaban. Era uno de esos guardaespaldas ásperos y distantes pero de una actriz inglesa que para sortear los guijarros de la cala se hacía llevar en brazos hasta el agua y allí estaba el solícito y puteado Jonás, de la tumbona al agua cada vez que la dama sudaba. Ella se sumergía y él aguardaba solícito en pie junto al agua, lo cual era un espectáculo que recordarán los que estuvieron allí en el verano del 95. Pero Jonás, a pesar de que hubiera podido elegir a cualquier hombre o mujer de aquella playa, solo tenía ojos para Tito. Las escenas se repitieron día a día durante dos semanas, tiempo más que de sobra para que se produjera un acercamiento.

Finalmente se citaron en el Bar Flotante de Talamanca, cerca del apartamento que Tito había alquilado y en el que se le iba la mitad del sueldo. Pidieron dos piñas coladas y el calentón que ambos llevaban previsto fue rápido y sin previas. Una vez en el piso tardaron minutos en desnudarse. Cuando ambos vieron el tamaño de la virilidad del otro, sus almas comenzaron a cantar salmos.

-Portentosa, rígida, negra, brillante - contaba - así era aquella promesa de sexo que se erguía ante mí, y de tan perfecta como era comencé a temblar. Para que no se notara y no hacerle sentir incómodo me lancé sobre ella sin pensarlo. Abrí la boca y ahí se asentó para unos minutos más tarde, en pleno éxtasis, escuchar un tímido ¡au!

El segundo ¡au! fue más sonoro y el tercero tuvo forma doloroso alarido. Tito se apartó y ahí estaba, enganchado a sus hierros dentales, un pedazo de piel que había dejado al descubierto una línea rosada en el colosal atributo de Jonás. Tito corrió al baño a vomitar del mareo y susto que llevaba encima, y al volver se encontró con la dantesca imagen de Jonás, desnudo, sentado en el sofá, con el pene ensangrentado y repelado y con una súplica:

-Por favor, mira tú qué sucede, yo no me atrevo.

Ni Tito osó. El tema terminó en una ambulancia y sin más cura que antiséptico y un sedante para el herido, y Agua del Carmen para el improvisado agresor.

-Nunca olvidaré la línea rosada de aquel pedazo de pene sin piel, dice a menudo Tito.

Que no cunda el pánico que con las ortodoncias modernas esto no pasa.