Algunos empresarios me sugieren no ser tan crítico con la situación de las islas. Y otros me comentan que Ibiza no es sólo lujo. Y que si lo fuera no sería Ibiza, sería Montecarlo o Cannes, por ejemplo. O Marbella (¡cielos!). La esencia, en 'esencia', es lo que está en juego. Es lo que nos diferencia del resto del mundo, para bien y para mal. No estoy en contra del lujo, ¡ojalá pudiera disfrutarlo cada día! Discrepo de la generalización de esta oferta si con ello se arrincona al turismo familiar, por ejemplo. El que nutre de ventas al pequeño comercio, a los restaurantes que no están a pie de playa y que no tienen quince tenedores (al menos)... Clonar la oferta del lujo no tiene demasiado misterio. Pero ofrecer esa esencia que se macera durante siglos, milenios, es una tarea hercúlea, imposible. Como la fórmula de la Coca Cola, Ibiza y Formentera tienen algo único que no se puede replicar. La libertad, el cosmopolitismo, la tolerancia, esa tranquilidad que abruma a quien la descubre por primera vez y que no cansa nunca. Esa cercanía... Eso no se puede comprar, ni vender. Se logra con el paso de las generaciones, con el poso que han dejado miles de personajes únicos que han hecho de estas islas lo que son. Algo singular. O preservamos esa esencia o nos vamos al garete...