En este remolino que va arrastrando a Ibiza por un sumidero dorado de lujo y globalización, aún nos quedan muchos sobresaltos por sufrir. Cada vez más zonas de la isla se contagian de la hostelería del famoseo, los vips y el despilfarro -la Ibiza de cartón piedra, como muchos ya la han bautizado-, que se propaga como la gripe.

Casas payesas, chiringuitos de pescado, playas idílicas, pueblos tranquilos y una oferta de ocio singular y distinta a cualquier otra que existiera en el mundo, caracterizada por la libertad, el colorido y la mezcolanza, van extinguiéndose temporada tras temporada. Les sustituyen, a golpe de talonario, una marejada de negocios que abren y cierran sin ton ni son, regentados muchas veces por no se sabe quién, idénticos a los de cualquier ciudad o destino internacional. Son como una brecha invisible por la que nuestra personalidad se desangra a borbotones. La Ibiza divertida, acogedora y repleta contrastes, la de los hippys y los payeses, deriva en un territorio anodino, clasista y sin alma.

Y, como decía al principio, aún nos quedan muchos sobresaltos por sufrir. La semana pasada, por ejemplo, la actualidad pitiusa nos inoculó una dosis triple. Por un lado, la cadena de cafeterías Starbucks, presente en el mundo entero y famosa por vender café a precio de azafrán, ha anunciado su intención de desembarcar en Ibiza. Bajo mi punto de vista, constituye una pésima noticia.

A priori, parece obvio que no deberíamos llevarnos las manos a la cabeza porque vaya a abrir un Starbucks en la isla o incluso más de uno -apostaría a que en el paseo Vara de Rey-. Lo inquietante es que esta clase de negocios nunca aterrizan solos. Atraen miradas foráneas, como las de su competencia, y acaban generando un efecto llamada. Si el alquiler de locales comerciales ya estaba por las nubes, resulta fácil predecir qué ocurrirá cuando desembarquen multitudinariamente las multinacionales.

Siguiente noticia: 'CR7', la cadena de hoteles de Cristiano Ronaldo, que opera bajo gestión de la compañía portuguesa Pestana, piensa abrir su primer establecimiento en la isla en un plazo de tres años. Ibiza, junto con Milán, constituye su primera opción de expansión. Que la estrategia de esta marca sea la cara de un futbolista, en lugar de la excelencia en el servicio o la singularidad de sus estancias, ya dice mucho del tipo de clientela que va a atraer. Poco tendrá que ver con el viajero interesado en patrimonio, cultura y gastronomía locales, que es la clase de turismo realmente sostenible que nos conviene. ¿Se acuerdan de cuando podíamos ir por el mundo presumiendo de que, en Ibiza, a diferencia de otros muchos destinos, la mayor parte de los negocios los regentaban los propios ibicencos?

Ya para colmo, volvemos a quedarnos estupefactos por la exasperante lentitud de la justicia pitiusa a la hora de combatir la desvergüenza de aquellos que especulan con el territorio pasándose la legislación y las ordenanzas por el arco del triunfo. Es como si Ibiza fuera un Far West inmobiliario y los residentes la tribu de arapahoes a la que hay que encerrar en una reserva india para que no estorben con sus leyes, reivindicaciones y otras minucias.

Me refiero a la surrealista noticia sobre la paralización del derribo de los 2.000 metros cuadrados ilegales de la famosa Casa Lola, propiedad de la empresaria Paquita Sánchez, reina de la galaxia vip y de largo pasado marbellí. Ya ha conseguido retrasar la demolición la friolera de quince meses porque la sentencia que la ordenaba estaba redactada en catalán y la condenada alegó indefensión por desconocimiento del idioma. El tribunal, pese a que los abogados de la susodicha son catalanoparlantes, ordenó su traducción y el documento, por el atasco de los juzgados, aún sigue en el limbo. Esta señora ha ordeñado la ubre dos temporadas extra y parece que no serán las últimas.

Para equilibrar ligeramente el panorama, si es que eso es posible, una buena nueva: dos agricultores de Santa Agnès han plantado casi 300 almendros en el Pla de Corona, que en los últimos años registraba una dramática reducción de estos frutales por envejecimiento y falta de cuidado. Se trata de la mayor plantación en décadas y, aunque no soluciona el problema, tal vez sirva para inspirar a otros y así conservar uno de nuestros paisajes más singulares. Un poco triste que la financiación que lo ha hecho posible no haya partido de una institución insular sino de una fundación privada. Hay que darle las gracias.

Tres de arena y tan solo una de cal. Seguimos como los cangrejos.