Un amigo, de ciudad, se preguntaba por qué en las casas de campo había siempre un almacén con cosas inservibles. Por qué la gente que vive en el campo guardaba tantos trastos. Me vi reflejada en esa observación. De pronto, me vino a la cabeza la imagen de todos los espacios donde guardo cosas. Y me angustié.

Como decía mi madre: «Verdaderamente, es cierto». ¡Hay que ver la cantidad de cosas, aparentemente inservibles, que se guardan en una casa de campo! Unos las esconden mejor que otros, pero todos, todos, tenemos guardados mil cachivaches. Guardamos cajas de esas de fruta que usan los supermercados, barreños, cubos, sacos, palos, un trozo de mosquitera que sobró, unas cuantas baldosas que al final no hicieron falta. La lista podría ser larguísima, casi eterna, pero es que todo eso es útil en el campo. Las cajas de fruta son fabulosas para transportar o almacenar. Las cuerdas son imprescindibles para atar y sujetar todo lo que el viento nos tira. Los palos y varas nos ayudan a enderezar plantas y a aguantar ramas. Los sacos y los cubos, tienen muchísimas tareas que hacer, no paran. Vamos, que todos esos elementos trabajan un montón.

También se guardan cosas para darles una segunda oportunidad en la vida. En el campo le damos muchas oportunidades a todo. Yo no tengo ovejas, pero he visto cercar campos con somieres y hacer con el somier de una cama plegable la puerta del recinto: «¡Mira qué bien abre y cierra!». He visto bañeras convertidas en bebederos para los animales. Hasta he visto un viejo calentador de agua, al que le habían incorporado unas ruedas, que iba de maravilla para transportar agua al huerto. Lo llamaban «el misil» y era de lo más práctico.

Es muy curioso, pero la verdad es que cuando vives en el campo, empiezas a desarrollar una especie de instinto «MacGyver». Empiezas a apañarte con lo que hay en casa. Eso de bajar a comprar una cosita que hace falta, no se estila. En el campo ir a comprar es un lío, por eso inventamos soluciones con lo que esté a mano. Por eso almacenamos cosas que igual hoy no sirven, pero que son toda una alegría cuando en un momento de apuro te salvan de un problemón.

Todo eso hace que se desarrolle muchísimo el ingenio y la inventiva, y puedo asegurar que es adictivo. Al final te acaba haciendo casi más ilusión reutilizar algo que comprarlo nuevo. Y eso no deja de ser el principio de la sostenibilidad. Además, con el tiempo te vas convirtiendo en una manitas, o una chapucillas. Me he visto arreglando cosas que jamás pensé que sabría arreglar. He hecho apaños de los que me siento muy orgullosa. Aunque también procuro tener cuidado, porque con las chapuzas te emocionas y te dejas llevar, y a la que te descuidas la casa acaba pareciendo un patchwork mal cosido.

En fin, que sí, que verdaderamente, es cierto. Que a todo le encontramos un uso y una utilidad, pero de mañana no pasa que me arme de valor y me lie a ordenar y a tirar cosas. Que con tanta sostenibilidad mi almacén ha llegado a un punto totalmente insostenible. Y al final, por no entrar y buscar algo en ese caos, me empiezan a entrar unas ganas tremendas de hacerme consumista y comprar todo nuevo.