Pongámonos por un instante en la piel de un delincuente desprovisto de escrúpulos, que aterriza con la intención de operar en el mercado pitiuso. La pujante Ibiza de hoy constituye un territorio sin parangón a la hora de emprender negocios, ya sean de índole legal o ilegal, y nuestro criminal no alberga tabúes. Traficar con drogas, perpetrar atracos o explotar a mujeres le resulta indiferente, aunque nuestro gángster tampoco es un kamikaze dispuesto a asumir riesgos sin una contrapartida proporcionada en el horizonte. ¿A qué negocios ilícitos se dedicaría?

Como siempre a la hora de planificar un negocio, lo primero es realizar un estudio de mercado: averiguar qué productos y servicios tienen más demanda. En cuestión de narcóticos, por ejemplo, las posibilidades son infinitas: cocaína, ketamina, metanfetamina€ La isla entera es un laboratorio de I+D+i donde experimentar con nuevos químicos antes de introducirlos a escala internacional. Además, gracias a la orografía de la costa, se desembarcan con impunidad toneladas de material que se reparten a los consumidores en un santiamén.

Sucede casi igual con la prostitución de lujo. Hay establecido un mercado amplio de servicios y un inusual catálogo de rarezas con alto potencial lucrativo, capaz de asumir toda la mano de obra que llegue. Siguiente opción: la falsificación. Ni tan siquiera hay que complicarse la vida con el papel moneda. Las discotecas, por ejemplo, mueven una masa ingente de turistas, todos ellos potenciales compradores de entradas fraudulentas para acceder a las salas de fiestas o a supuestas raves ilegales.

Con tanto chalet de lujo y millonario pululando por la isla, no conviene dejar a un lado la opción de los robos en cadena y emigrar al terminar la temporada: relojes de lujo, dinero en efectivo, móviles de alta gama, joyas€ Objetos pequeños que se pueden exportar fácilmente y con un amplio margen de beneficios. Y aún hay más opciones.

Una vez determinadas las alternativas del mercado, conviene estudiar los riesgos y la competencia. ¿Qué callos vamos a pisar entre el hampa pitiusa? ¿Qué amenaza suponen las fuerzas de seguridad? En el mundo de los narcóticos, la competencia es voraz. Entraña importantes peligros y requiere de contactos que garanticen la seguridad. Como contraprestación, la presión de los cuerpos policiales es mínima. Con sus medios limitados y una Ibiza colapsada, bastante tienen con responder como buenamente pueden a las urgencias del momento y tratar de controlar a los empleados díscolos.

Algo parecido sucede con el negocio de la prostitución. Hay competencia, pero escaso control policial. Los mayores enemigos de los clubes de alterne en realidad son los burócratas municipales y sus licencias de actividad. Sin embargo, hacen falta contactos para acceder al mercado de alto standing, que es donde se mueven los grandes capitales, ya que la confidencialidad y el anonimato son esenciales.

En cuanto a los robos, evitar la vigilancia policial es un juego de niños, pero la población está en pie de guerra e incluso organiza patrullas vecinales que pueden generar daños colaterales inesperados. Existe la opción de operar en hoteles de lujo, discotecas, beach clubs y yates de jeques. Pero no es recomendable porque las víctimas potenciales están protegidas por un cordón de seguridad privada, mucho más expeditiva que la Guardia Civil. Además, si por casualidad la policía te detiene, estos delitos conllevan penas de cárcel.

Si tuviera que ponerme en la piel de un delincuente, lo tendría claro: le aconsejaría se dedique al alquiler turístico de pisos y chalets. El negocio es redondo. No hay otro mercado con tanto desequilibrio entre demanda y oferta. Los propietarios, además, rehuyen la gestión y ceden sus propiedades a los intermediarios, por un precio dos y tres veces inferior al que abona el cliente, que además paga por adelantado y acepta las condiciones leoninas que se le imponen. Y aunque entre la competencia hay mucho espabilado, no suelen tener experiencia criminal. Hacerse un hueco no requiere de fuerza bruta.

Para acceder a este mercado basta con hacerse con una cartera de pisos y subirlos a una página web. Los clientes pican sin parar y, si alguna villa queda vacía, siempre se puede destinar a fiestas ilegales. En caso de multa, se la endosan al propietario. Pero lo mejor de todo es que no hay delito y, aunque la legislación cambie, los riesgos serán ínfimos en relación a otras opciones. Ni siquiera hay que operar como esa banda desmantelada estas fiestas que vendía falsos alquileres en la isla, ya que comerciar con reales resulta casi tan beneficioso. ¿Quién quiere ser delincuente en Ibiza pudiendo especular con los alquileres turísticos?