El nuevo gobierno nacionalista polaco que ganó las elecciones del pasado octubre, presidido por Andrzej Duda, del partido Ley y Justicia que dirige con rigidez y firmeza Jaroslaw Kaczyynski, alardea de ultracatólico, pretende acomodar las leyes internas al credo que profesa -en materias sensibles como divorcio, aborto, integración de los homosexuales- es euroescéptico, no quiere ingresar en la eurozona, se opone a los tratados que limitan las emisiones contaminantes para prevenir el cambio climático€ Lo curioso es que este catolicismo rampante es acomodaticio. Porque, como es conocido, el Papa Francisco lanzó una potente campaña para exhortar a todos los europeos que cumplan con su deber cristiano de socorrer a los cientos de miles de refugiados del Próximo Oriente que tratan de salvarse de la guerra llamando a las puertas de Occidente€

Polonia no se ha dado sin embargo por aludida, y la nueva jefa del gobierno, Beata Szydlo, retractándose de la promesa formulada en enero de que aceptaría unos 7.000 refugiados que ya había comprometido el gobierno liberal anterior, ahora se niega a recibir a uno solo de esos infortunados. Y sin embargo, Varsovia presiona con denuedo para preservar a toda costa los derechos sociales de los cientos de miles de polacos que trabajan en los países de la UE€ ¿Qué vale la fe de un pueblo -ha dicho el padre Kazimierz Sowa, un progresista que dirige programas en la televisión polaca- cuyo gobierno dice no a los refugiados y unos días más tarde acude a llorar ante la cruz de Cristo y a cantar el aleluya?