La portavoz del PP en el Parlament, Mabel Cabrer, pide al PSOE que acabe con la «demagogia» sobre la subida de sueldos de cargos del Govern. Aunque vieja en política, a Mabel le afecta la resaca del triunfo del PP, que aleja a algunos de sus socios del sentido de la realidad. Se muestran reacios a admitir que es a los votantes a quien desmoraliza que los mismos que prometieron poner orden en el derroche del poder local comiencen por llenar sus bolsillos. Han tenido la torpeza de tomar una medida horriblemente impopular en el momento más inoportuno, con la arrogancia de no enmendarla y la paranoia de equivocarse de rival: no es la demagogia del PSOE quien les embiste, sino el PP que se agrede a sí mismo con subidas de sueldo impresentables y regala al PSOE un arma de enorme repercusión. Se la podrían arrebatar de inmediato con solo rectificar su error, pero se lo impide la altanería con que el poder nubla la inteligencia de los políticos mediocres. Que la oposición evidencie las incoherencias del poder entra en sus obligaciones y no altera el fondo del asunto.

Al escándalo añaden irritación quienes aspiran a que además aceptemos como razonable que ellos se suban el sueldo y a otros se lo bajen. Tanto Mabel como Pepita Gutiérrez, la alcaldesa de San Antonio, son inconscientes de su patetismo cuando nos explican lo inexplicable en lugar de arreglarlo como únicamente se arreglan estas cosas: se baja uno del burro y deja humildemente las cosas como estaban antes de consumar la pifia de establecer desigualdades sangrantes. Quizás les ayude, si les queda perspicacia, poner las cosas al revés e imaginar que Antich y Carrascosa ganan las elecciones y como primera medida se suben el sueldo. Se verían Bauzá, Cabrer y Gutierrez bramando contra la frescura de que hoy son artífices. Pero están ciegos y no ven que ya no es cuestión de cantidades, como penosamente pretende Cabrer al echar cuentas de lo poco que es este aumento para el conjunto del presupuesto. No es el huevo, sino el fuero lo que nos ocupa, señora Cabrer.

Pepita y Cabrer no captan que ya no se trata de dinero, sino de algo mucho peor, de un símbolo. Se trata de un símbolo que el PSOE no puede menos que explotar ya que se lo ponen en bandeja: el símbolo de la desfachatez de considerarse distintos, por encima del común, más laboriosos, los mejores; el símbolo de la habilidad para decir una cosa y hacer la contraria; el símbolo de la desconexión con electores que esperaban todo menos estos comienzos. Dice Cabrer que «nunca, desde hacía muchos años, teníamos una estructura tan pequeña y se había aplicado una política de austeridad tan grande». Más años aún hace que no desconectaban de la calle tan aprisa.