Parece el título de una novela de terror, pero el titular alude al hecho real y más concreto de la salvajada que el Ayuntamiento está perpetrando en el ala este del antiguo Convento de Santo Domingo. Por lo visto la impunidad que tuvieron en el destrozo de Can Botino les ha dado alas para hacer y deshacer como les viene en gana. Con la agravante, en este caso, según leo en estos mismos papeles, que las obras se hacen sin contravenir el PEPRI y con todas las autorizaciones pertinentes de Patrimonio. Es increíble. Uno puede entender la obligación de colocar un ascensor en el viejo edificio, pero es evidente que quien ha proyectado el bodrio que se está ejecutando lo ha hecho con muy pocas luces y con una evidente falta de sensibilidad. Y son asimismo unos irresponsables quienes avalan semejante metedura de pata.

Como muy bien advertía aquí mismo don Fernando Bertazioli, las cosas pueden y deben hacerse de otra manera. Yo tampoco me trago que el ascensor de marras no pueda hacerse con una volumetría menor para que no sobresalga por encima de las cúpulas barrocas del edificio y que, a nadie se le escapa, son icónicas en la visión de Dalt Vila. No se puede modificar el perfil de la ciudadela tan alegremente. Y en todo caso, siendo el impacto visual tan inadmisible y aberrante, me pregunto qué dice a todo esto el Colegio de Arquitectos. ¿Cómo es posible que quienes tiene que defender el patrimonio sean, precisamente, los que contribuyan a destrozarlo? El hecho, por repetitivo, empieza a ser preocupante. Sólo cabe esperar que la protesta popular, como sucedió en el penoso asunto del enlosado de Dalt Vila, sea tan extensa y contundente que el Consistorio reconozca su error y lo corrija. Si estamos a tiempo. En otro caso, tendremos que tomar buena nota para cuando tengamos que depositar nuestro voto en las urnas. La confianza, como todo en la vida, es algo que puede perderse.