«La pornografía empobrece la vida sexual de los adolescentes»

El acceso al contenido pornográfico «ilimitado» reduce el imaginario sexual de los jóvenes, la empatía y normaliza prácticas dominantes de los hombres hacia las mujeres afectando a los vínculos afectivos

Ángela Torres Riera

Ángela Torres Riera

«Hay toda una generación, a día de hoy, que ha crecido con el porno», afirmó Lluís Ballester, doctor en Sociología y Trabajo Social e investigador de la Universitat de les Illes Balears (UIB) ayer durante el curso sobre la prevención del consumo de pornografía impartido en el Casal d’Igualtat de Vila.

«El porno empobrece el imaginario sexual de los adolescentes. Hay hóvenes que, aunque se masturben, nunca logran llegar al orgasmo si no es con un vídeo porno», añadió. Esa carencia de imaginario, en general, afecta a los vínculos sexoafectivos.

«Se desliga el sexo de la sexualidad», afirmó Ballester. «Para un chico o chica que ha crecido en el porno, el sexo no es sentirse atraído por alguien, oler a esa persona, tocarla, mirarla...», describió durante la formación, a la que acudieron un total cincuenta personas. Todas ellas profesionales con un rol educativo en la sociedad: profesores, policías, trabajadores sociales... que completarán las diez horas de curso en los próximos días.

Esa sexualidad que se disfruta (o disfrutaba) con todos los sentidos del cuerpo, el porno la centra tan solo en uno: «La vista».Se ve reducida, así, a la mera estética, a medida que el porno va calando como primera (y casi única) fuente de conocimiento.

Una fuente que, además, lo que tiene de distinto en la era digital es que es «ilimitada». «Antes intentabas ir al cine, con doce años, para ver este tipo de contenido, y enseguida te echaban para atrás», comentó el investigador. Ballester comparó las películas que se veían entonces con las producciones actuales y las consideró como «juegos de niños» respecto al porno que se consume hoy, mucho más «hardcore», sobre todo, si se analiza el consumo de los hombres.

Esta transgresión, violencia y prácticas de sometimiento de la mujer, generalmente, en el contenido, banaliza comportamientos dominantes por parte del género masculino y tiene consecuencias posteriores. Como la frustración del deseo, la distorsión del placer o la reproducción de los mismos modelos sexoafectivos tóxicos en las relaciones interpersonales.

Uno de los estudios mostrados por Ballester ilustraba cómo a mayor consumo de pornografía, más empeoraba la visión de los usuarios sobre las mujeres.

Aumento de cirugías íntimas

La percepción distorsionada del propio cuerpo y la necesidad de modificarlo para adaptarse más a los cánones físicos predominantes en los contenidos pornográficos es otra de las consecuencias del consumo. En este sentido, el doctor ilustró cómo han aumentado las cifras de tratamientos y cirugías íntimas en los últimos años para encajar más en estos modelos.

«El porno, por otra parte, vive de la publicidad cuyo nicho [de mercado] son clientes jóvenes que buscarán más adelante esos modelos aprendidos en la prostitución», detalló el investigador. Este tipo de contenido —prosiguió—, está muy enfocado «a la mirada masculina» y, también, en una «sexualidad basada en la penetración».

El porno mainstream, por lo menos. «En 1998 se descubre el clítoris y el porno no lo ha descubierto aún. Y, de hecho, nos está entrenando para que volvamos a olvidarlo», criticó el investigador, ironizando sobre el hecho de que los primeros estudios sobre el clítoris no se realizaran hasta casi el siglo XXI. Ballester compartió la evolución de las modalidades socioculturales de la sexualidad a lo largo de las distinas décadas del siglo XX y como el capitalismo, en 1960, «descubrió que el sexo vendía».

Este descubrimiento llevó a proyectar (aún más) las relaciones íntimas como si fueran un bien de consumo y a mercantilizarlas en el ámbito online. En esta década de los sesenta ya se mostraba, a través de las revistas, el acto sexual como un «objeto de exhibición» y más adelante, en los setenta, esto se trasladó al cine.

Hoy en día, ya no se trata solo de consumir porno, sino también de producirlo. No solo por Internet, sino también imitando sus prácticas en la vida íntima. «Nos hacen creer que la gimnasia del sexo lo es todo», lamentó Ballester.

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