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Entrevista

Alicia Antonia Crosa, psicóloga clínica y forense y psicoanalista: «La cultura social es totalmente machista»

La psicóloga subraya que «la cultura siempre ha aplastado a la mujer, la ubica por detrás de la hegemonía del hombre» | Advierte de que ante la violencia de la pareja es preciso pedir ayuda, «nunca el silencio»

La psicóloga Alicia Crosa en los jardines de Diario de Ibiza. César Navarro

Infatigable, solo una pandemia ha podido reducir la actividad de la psicóloga Alicia Antonia Crosa, que regresa a Ibiza después de tres años para pasar el verano y celebrar su 79 cumpleaños. Esta profesional con 54 años de experiencia explica cómo ha impactado el covid y el confinamiento sobre la salud mental y analiza el papel secundario que la sociedad asigna a la mujer desde siempre.

Alicia Crosa lleva veinte años pasando temporadas en Ibiza, una costumbre que el covid truncó abruptamente en marzo de 2020. Autora de varios libros, conferenciante y experta habitual en medios de comunicación (especialmente televisión), ahora, de vuelta a la isla, se confiesa escandalizada por los recientes feminicidios ocurridos en los pocos días que lleva en España: cinco hombres han asesinado a otras tantas mujeres en la última semana de mayo. El análisis de esta psicóloga con 54 años de profesión ahonda en el sometimiento secular de la mujer y en su consideración como secundaria respecto al hombre: «Desde siempre la mujer carga sobre sus espaldas el peso de la cultura. La cultura siempre ha aplastado a la mujer. La respuesta de ella ha sido una respuesta silenciada, que se denomina acatamiento y sumisión. La mujer acaba siendo una víctima de sí misma, porque tiene una cultura social de otro que la violenta frente a lo cual si reacciona, siempre tiene la posibilidad de ser interpretado como violencia. ‘Es ella la que me violenta’, esto es muy típico de lo que dicen los hombres: ‘tuve que golpearla porque me sacó de cauce’».

Crosa con varios libros suyos en una charla en el Club Diario en 2014.

Crosa no oculta su pesimismo sobre la situación de desigualdad de la mujer respecto al hombre: «Lo que le pasa a la mujer hoy día tiene que ver con lo que siempre le pasó, la mujer nació en una conducta social subalterna y considero que es muy difícil salirse totalmente de eso. La cultura social es aplastante, ubica siempre a la mujer por detrás de la hegemonía del hombre. Eso se ve en el área laboral, a una mujer le cuesta mucho más que a un varón obtener un puesto de prestigio, tiene que demostrar mucho más que cualquier hombre, simplemente porque está ya culturalmente considerado un género de segunda línea. Esto está instalado en la cultura y es demoledor, creo que va a ser muy difícil de corregir».

Esta situación provoca que la mujer «esté siempre en un estado muy vulnerable, pues tiene que tratar de demoler su propia debilidad y demostrar al otro que su debilidad está superada; es una barrera muy difícil de atravesar, muy pocas mujeres lo logran. Los vínculos con los logros, con la educación, los proyectos, las realizaciones personales en una cultura y una sociedad que ubica a la mujer siempre por detrás de la hegemonía masculina la hace sentirse muy vulnerable», explica.

Barreras para las mujeres

La veterana psicoanalista destaca que a la mujer le cuesta mucho llegar a los puestos «hegemónicos y valorativos de la sociedad, la economía, la cultura»: «Tiene que superar barreras muy muy importantes. Y cuando lo logra siempre es vista como un objeto de conflicto. La cultura social es machista, totalmente machista; son casos excepcionales las mujeres que logran instalarse dentro del universo social y cultural».

La diferente socialización de la mujer y del hombre explica la violencia machista. Al estar la mujer culturalmente ubicada en segunda línea, «tiene una enorme tolerancia a la frustración, lo que no le ocurre al hombre, que es demandante (y la mujer tolerante), y se van estableciendo relaciones de vínculos mórbidos, la pareja mórbida, donde la mujer no soporta el desapego y termina aceptando relaciones violentas que por lo general empiezan con un alza de la voz, siguen con el rechazo de conductas que vengan de la decisión espontánea de la mujer y llevan a la hegemonía de la opinión masculina», prosigue la psicóloga.

Crosa considera fundamental que la mujer reaccione ante la primera reacción violenta de la pareja, pues si no se frena, la reiteración de esa conducta es más que segura: «Siempre digo que un no a tiempo puede significar un sí para el resto de la vida».

« La pareja no es todo en la vida de una mujer, es algo más de un todo. La mujer debe superar el estigma de no tener pareja» « No es lo mismo tener un acompañante en tu vida que tener un ocupante en tu vida»

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La psicóloga analiza en su libro ‘Porque te quiero te aporreo’ el círculo de la violencia: pelea-arrepentimiento-promesa de que no volverá a pasar-pelea. «Si la mujer está acallada y sometida, el hombre no pelea, porque ya la tiene sometida y aplastada. En estos casos hablo de estas mujeres que se están dando cuenta, que están siendo frustradas, que están mal. La mujer persigue ser amada, porque la mujer provee amor, trae el amor al mundo, necesita ser recibida dentro del marco amoroso. Cuando en una relación el otro intenta imponerse frente a la mujer y someterla a lo que desea en todos los órdenes, empieza la cuestión. Se llega al feminicidio porque la mujer no responde en su autodefensa a tiempo y se mantiene en relaciones que no la hacen feliz».

Es precisamente ese intento de la mujer de «superar los moldes culturales aplastantes en los que siempre ha vivido» lo que provoca la reacción «de ciertos sesgos masculinos que no lo toleran», aclara. Crosa considera que, por otra parte, «se hace muy poco» para que los hombres cambien su mentalidad, basada en el desigual reparto de roles del patriarcado.

«Armarnos de defensas»

Ante esta situación, la psicoanalista considera que las mujeres «debemos armarnos de defensas». Entre estas defensas, el conocimiento es una herramienta fundamental en los casos de mujeres sometidas a violencia, al igual que la consulta «a tiempo, nunca el silencio»: «La mujer tiende a silenciar la agresión de la que es víctima, porque está enseñada en la tolerancia a la frustración y en algunos casos con cierto estoicismo». Crosa asegura que la mayoría de las veces, el terapeuta encuentra la relación entre la situación de una víctima de violencia y cómo la mujer se vinculó en el pasado a una figura masculina relevante en la familia, lo que ayuda a explicar por qué años después aguanta una relación en la que sufre maltrato y desprecio y no puede ocupar el lugar que le correspondería.

« Ha aumentado muchísimo la conducta violenta intrahogareña por la pandemia»

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La experta considera que una mujer que padece violencia por parte de su pareja debe pedir ayuda siempre: «Porque el otro, que viene de afuera, le va a esclarecer, le va a ir indicando los pasos sucesivos para salirse de ese eje del conflicto. Y al salirse del eje del conflicto se empieza a empoderar. Al estar empoderada va a tener mecanismos de reacción ante el violento. El beneficio de la psicoterapia de apoyo en la violencia consiste justamente en eso, en ‘conscientizar’ y empoderar a la víctima para que aprenda gradualmente a apartarse de ese lugar donde el otro está empoderado y ella reducida».

« La mujer tiene una enorme tolerancia a la frustración, cosa que no le ocurre al hombre, que es demandante mientras ella es tolerante»

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Para la psicóloga, es crucial que la mujer aprenda a superar el estigma social que conlleva no tener una pareja: «Debe superar esta cuestión cultural de que estar sola es ser mal vista. Lo primero que te preguntan las amigas es ¿qué tal, estás con alguien? No hay por qué estar con alguien, antes hay que aprender a estar bien consigo mismo. Cuando uno no está bien consigo mismo es absolutamente imprescindible estar con alguien. Y ese alguien no se elige, es alguien que viene, como en un sorteo, por eso se ve tanto la repetición, que la favorecen mucho las redes, los encuentros casuales... Se está un tiempo con alguien probando y de antemano ya sabes que eso tiene gran posibilidad de no funcionar, porque no se elige, se toma lo que viene. ¿Por qué? Por esa cosa de que siempre hay que estar con alguien. La mujer tiene que trabajar mucho su psiquismo. Si lo hace, si robustece su yo individual, va a tomar al otro, al varón, como algo más de su vida. La pareja no es todo en la vida de una mujer, es algo más de un todo», sentencia. Crosa pronuncia otra de sus frases lapidarias: «No es lo mismo tener un acompañante en tu vida que tener un ocupante en tu vida».

Mujeres sin nombre

La psicoanalista siempre relata la anécdota de su abuela, inmigrante italiana, cuando bajó del barco en Argentina, una escena que ilustra el papel absolutamente secundario y relegado de las mujeres y que marca a las siguientes generaciones: «Ella iba por detrás cogiendo de la mano a los niños y mi abuelo Pascual iba por delante. Cuando bajan la rampa le preguntan: ‘Señora, ¿usted quién es, cómo se llama?’. Le responde: ‘Yo soy Marietta’. ‘¿Marietta qué?’, replica el hombre. Y ella llama a su marido y le dice: ‘Pascual, ¿yo cómo me llamo?’. No sabía ni cómo se llamaba, porque era María la de fulano. La mujer de la inmigración llegó a Argentína así, innominada, sumado al hecho de que no podía viajar sola, tenía que ir siempre acompañada de un varón. En mi libro ‘Las argentinas bajamos de los barcos’ describo que las argentinas hemos bajado de esas condiciones culturales y sociales que marcó la gran inmigración, y eso nos ha dotado de ciertos estigmas en el funcionamiento social. La debilidad es el lugar que la cultura le dio a la mujer. Más allá de que armemos muchas defensas y luchemos frente a esto creo que nunca vamos a lograr salirnos totalmente. Soy un poco pesimista».

«La pandemia ha provocado un aplastamiento psicológico mundial»

La psicóloga explica que «en general toda la familia se desorganizó» por el confinamiento

«La pandemia ha sido atroz», asevera la psicóloga Alicia Crosa, que ha constatado en su consulta el impacto sobre la salud mental: «El aplastamiento psicológico que ha generado la pandemia es mundial». «De un día para otro se paró todo, sumado a la enorme amenaza que supone una peste como esta, sobre la que no había logística científica, y que causó muchas muertes», explica Crosa, que recuerda que la suspensión de la actividad escolar y de actividades infantiles forzó además la convivencia de familias en el mismo espacio durante mucho tiempo, lo que convirtió muchos hogares en ollas a presión. «En general toda la familia se desorganizó», prosigue: «No es menor el tema del recrudecimiento de la violencia en aquellos hogares donde la armonía se podía metabolizar mejor porque había una organización de vida que lo permitía: el hombre y la mujer se iban por la mañana, los niños al colegio, la familia se volvía a ver a la noche, en una estancia breve. Al suprimirse eso y obligarse a estar las 24 horas del día en el mismo recinto con ocupaciones distintas, estallaron reacciones defensivas, fue totalmente asfixiante y ha dejado un residuo patológico que vamos a ir viendo con el tiempo».

Violencia en los hogares

Crosa señala que «ha aumentado muchísimo la conducta violenta intrahogareña, la mujer se vio sobreexigida entre atender la casa, a los niños, que estaban desorganizados, sin actividades extraescolares y debían manejarse de forma remota, no entendían los códigos; el hombre exigiendo el espacio hogareño para poderse dedicar a su trabajo, que era la fuente de mayores ingresos en la casa… todo eso generó una complicación enorme en cuanto a la armonía de las relaciones y un descenso de los sentimientos de culpa, porque la culpa siempre estaba fuera: estoy así por la pandemia».

Por otra parte, la pandemia provocó síntomas como la «fobia individual y social»: «Empezar a ver al otro como un posible enemigo y contagiador. Creo que la pandemia ha dejado una situación psicológica de daño muy importante y no todo el mundo estará en condiciones de poderla superar completamente. Sumado a eso la pérdida de los trabajos, la crisis económica que ha generado, que es mundial...», explica Crosa, que recuerda además que al no poder mantener las terapias presenciales los psicólogos y psiquiatras, hubo cuadros que se agravaron.

¿Qué secuelas psicológicas ha dejado la pandemia? «La tristeza, la nebulosa mental. Esto es cuando te ves obligado a apagar la luz para no ver más allá, el recurso es desconectarte. Y esa desconexión en determinadas edades es muy peligrosa, sobre todo de los 60 en adelante. Porque al apagarse y descender el nivel cognitivo de manera defensiva hay pérdidas de estímulos frente a los hechos reales de la vida, y los ves como achuchados, disminuidos», explica la psicoanalista. Crosa ha encontrado a «pacientes que eran muy lúcidos, que tenían proyectos, a quienes el miedo redujo»: «Dicen ‘me encantaría viajar, pero he quedado con mucho miedo al contagio, a que pueda surgirme alguna secuela de las vacunas...’».

Por otra parte, Crosa explica que la pandemia provocó un aumento considerable del consumo y abuso de alcohol, drogas y psicofármacos, tranquilizantes y, sobre todo, somníferos, para afrontar el brusco cambio del orden cotidiano y la incertidumbre existencial, lo que aumentó la conducta violenta de determinados individuos.

La tecnología, una amenaza para la mujer que busca el amor

Alicia Crosa alerta sobre los estragos que causa la tecnología y cómo ha desbaratado las relaciones entre las personas. Las redes y aplicaciones como forma para encontrar pareja, tan normalizada, son muy perjudiciales para la mujer, en opinión de la psicóloga: «La tecnología hace aparecer a la mujer como un objeto de consumo. El hombre que se acerca a la tecnología para buscar una pareja está siempre mucho más protegido porque viene con el aval de la seguridad y la hegemonía sobre la mujer. Creo que muy pocos casos pueden llegar a ser exitosos en cuanto a la posibilidad del encuentro con alguien saludable, sano, porque por lo general lo que se ve es que esos encuentros están marcados por la brevedad, lo efímero, hay poca construcción amorosa. Se sale de una relación y se entra en otra. En el fondo la mujer busca ser amada, tener la posibilidad de ser apoyada, considerada. La tecnología en todos los órdenes está actuando en contra, porque la brevedad del contacto cotidiano, constante, por Whatsapp hace que se pierda el encanto por la espera y el encuentro. Se está conectando constantemente diciéndose desde la mañana a la noche lo que cada uno hace y cuando llega la hora del encuentro, ya no hay nada que decir, porque está todo dicho en la brevedad del mensajito. Lo que estamos viendo es alarmante. No se puede tener una relación a través de la red con otro, es insólito, resta la construcción afectiva, resta el armado de una relación con el otro», asevera.

«Hay que arremeter contra estas culturas momentáneas, sucedáneas, porque de eso también vienen hijos y hay que pensar qué padre se le va a dar a un hijo. Porque si no vamos a una sociedad cada vez más descalabrada. Yo digo que pensar es anticiparse. Y si tú no puedes pensar, no puedes anticipar tu conducta», advierte.

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