En realidad, todo suma para que el Mediterráneo sea el mar más sobreexplotado del mundo. De hecho, también hay que considerar que en aguas cercanas a las islas no sólo pescan los arrastreros con base en los puertos de Balears. Respecto a estos, hay que especificar que los barcos dedicados a lo que en las islas aún se denomina pesca de bou faenan, en las Pitiüses, básicamente en la plataforma entre los 60 y los 120 metros de profundidad. Y, ocasionalmente, entre 120 y 150. Y, mientras que las flotas de Mallorca y Menorca son barcas 'gamberas', que capturan especialmente marisco, en Eivissa y Formentera son barcas menos especializadas que capturan pescado y marisco en fondos detríticos donde hay rayas, salmones, pulpos, calamares y merluzas.

Sin embargo, las aguas de Balears son frecuentadas por pesqueros de distintos puertos mediterráneos, por arrastreros de mayor tamaño, flota de talud, que faenan a profundidades de más de 500 metros. Conocidos caladeros de gamba roja como El Clock (al sur de es Cap de Barbaria) y Tagomago, por ejemplo, son tradicionalmente explotados por barcos alicantinos, principalmente de Santa Pola o Villajoyosa.

Esta pesca de profundidad está directamente conectada con la periódica aparición, en playas de las islas, de una especie de tiburón como es la cañabota gris, habitante de aguas profundas que comparte hábitat con la gamba roja. Las redes de los pesqueros arrastran desde los fondos a estos espectaculares tiburones, que mueren en el ascenso, son luego descartados y lanzados por la borda. Así llegan a la costa. Otra muestra más de los horrores del 'bycatch'.

Y en época de atunes, el horizonte se llena de siluetas de grandes pesqueros de diferentes puntos del Mediterráneo, como franceses e italianos, que se dedican habitualmente a la pesca con cerco y que inician a finales de mayo su campaña. Año tras año, esta flota ha sido objeto de denuncias por prácticas ilegales; el año pasado, el Consell denunció ante las autoridades pesqueras del Gobierno central el descarte de piezas que mueren durante la pesca lanzando los cadáveres al mar. Si acaban en las redes de arrastre de los pescadores de las islas, estos cadáveres en descomposición pueden conllevar la pérdida de toda la captura, pero, además, revelan la sobreexplotación que sufre el atún en las aguas que circundan las islas. En las redes de los atuneros acaban ahogados, por proporcionar otro apunte, gran cantidad de delfines.

La organización Oceana lleva años luchando para reducir el impacto que, de manera especial, las redes de arrastre tienen sobre los hábitats bentónicos. Y, en estos momentos, en plena campaña para acabar con la sobrepesca en el Mediterráneo, propone una serie de medidas que se inician con la creación «urgente» de una zona libre de arrastre que alcanza hasta los cien metros de profundidad. «Esta zona somera es muy sensible y productiva, ya que hasta ella alcanza la luz del sol (zona fótica)», explica la científica marina de Oceana Marta Carreras. En esas áreas hay hábitats sensibles ya protegidos, como los fondos de maërl y de coralígeno y también «es donde se producen más descartes.

Alrededor de un 80% de lo que se captura se lanza, mientras que en zonas más profundas, donde se pesca la gamba roja, ese porcentaje es de un 15 o 20%». Oceana considera que a menor profundidad sólo tendría que permitirse la pesca artesanal, «bien regulada y de bajo impacto».

Al problema de los descartes se suman los resultados de un informe sobre la sobrepesca que Oceana preparó para entregar al Congreso de los Diputados y que revela que ninguna de las especies con más valor comercial, especies explotadas por la pesca de arrastre, se pesca a niveles sostenibles. Ni en Balears ni en el resto del Mediterráneo español. Por ello, la organización ha reclamado una reducción del esfuerzo pesquero que, en las islas, supondría un 74% de disminución de las capturas de merluza, un 90% de las de cigala y de porcentajes de reducción de 36 y 58 en los casos de la gamba blanca y la roja. El objetivo es reducir la capturas siguiendo las recomendaciones científicas para llegar al rendimiento máximo sostenible.

Y siguiendo con la lista de medidas, Oceana también pide que, en profundidades de más de cien metros, se ponga límite a la pesca de arrastre en áreas de puesta y de cría y donde existan hábitats sensibles como bosques de coral bambú u otros corales de profundidad, o campos de lirios de mar o de plumas de mar, por ejemplo. En este sentido, en el informe se destaca que el número de capturas de juveniles, muy elevado en la pesca de arrastre, hace disminuir la productividad de los caladeros y, por tanto, pone en riesgo el futuro de la pesca. Marta Carreras resalta que Oceana ha conseguido el apoyo de 150 científicos del mundo para exponer estas propuestas ante las autoridades.

Y este mismo verano, con la publicación del plan plurianual de la UE para la pesca demersal en el Mediterráneo occidental, se esperan cambios en la dirección adecuada, en las limitaciones de la pesca, mejoras que organizaciones como Oceana van consiguiendo a fuerza de insistir y de enarbolar informes y estudios de expertos que denuncian la preocupante sobrexplotación del Mediterráneo. El jefe del Servicio de Recursos Marinos de la conselleria balear de Medio Ambiente, Antoni Grau, hace referencia asimismo al nuevo reglamento que entra ahora en vigor y con el que se cambiará el régimen de horas y días en los que la pesca esté permitida y vedas de tres meses anuales para los arrastreros que operan en fondos marinos de hasta cien metros de profundidad.

El presidente del Consejo Europeo, el rumano Petre Daea, ha calificado el plan de histórico y ambicioso. La verdadera cuestión es si será suficiente.