Hasta que le diagnosticaron a su hijo Trastorno del Espectro Autista (TEA), Alberto «no tenía ni idea de lo que era el Asperger», a pesar de que él mismo había convivido con este síndrome toda su vida, sin saberlo. Su vástago, que ahora es ya un adolescente, empezó a tener problemas para integrarse con el resto de la clase cuando estaba en Infantil. «Iba a su bola, no seguía las instrucciones de los profesores ni cumplía las normas de convivencia», explica este vocal de la comisión directiva de la asociación Asperger Ibiza y Formentera. Fue el centro educativo el que alertó a la familia de lo que estaba pasando. «Yo veía que hacía las mismas cosas que yo a su edad y lo único que pensaba es que había sacado mi personalidad y resulta que no era eso, que había un problema real», cuenta.

El caso de su hijo se derivó a Salud Mental y tuvieron que transcurrir algunos años hasta que llegó el diagnóstico: su hijo tenía TEA de alto funcionamiento. La psiquiatra que dio la noticia a la familia detectó ese mismo síndrome en su padre, Alberto, aunque el diagnóstico no es oficial porque no se ha sometido a las pruebas para verificarlo. «A mí no me cambiaría ya la vida tener esa confirmación», comenta. Sí que saberlo le permitió entender muchas de las cosas que habían pasado en su vida hasta ese momento y le dio «un poco de paz».

Para Alberto, que prefiere no dar su apellido, lo más complicado desde pequeño fue establecer relaciones sociales. «Yo quería integrarme, tener amigos, pero se me daba muy mal», reconoce.

A las personas que tienen algunos de los trastornos del espectro autista, como el Asperger, les cuesta interpretar el lenguaje corporal, son «muy literales», no entienden las bromas ni la ironía, hablan «sin filtros»,con una franqueza que no entiende de mentiras piadosas y les cuesta mirar a los ojos. Todo ello dificulta su integración al ser percibidos como distintos. «Te sientes cada vez más apartado del grupo, no vas a fiestas ni al cine. En algún momento acaban discriminándote y lo peor, atacándote», asegura Alberto. Él sufrió acoso, «un poco», porque, añade, su estatura y corpulencia jugaron a su favor.

La adolescencia para él fue especialmente dura en el momento en que empezó a interesarse por las chicas. «Yo veía que no cuadraba y era una frustración total. Las novias me duraban una semana», rememora. Eso fue hasta que hace uno veinte años conoció a su mujer, argentina como él y neurotípica, es decir, una persona sin trastornos del espectro autista.

Estudiar también fue complicado para Alberto, aunque tiene un alto coeficiente intelectual. «Tengo mucha capacidad analítica, pero no tengo nada de memoria», explica. Es muy crítico con el sistema educativo, el que vivió él y el actual. «Busca que todos seamos iguales, que encajemos en agujeros cuadrados cuando nosotros necesitamos agujeros redondos o triangulares», afirma contundente. A pesar de las dificultades, él consiguió sacarse la carrera de ingeniero industrial. «Soy capaz de diseñar calculadoras y, sin embargo, nunca me aprendí las tablas de multiplicar», comenta sonriendo.Diagnóstico temprano

Insiste en que es fundamental la detección precoz del TEA. «Cuanto antes haya un diagnóstico mejor les irá a los niños en un futuro». Para ello es fundamental, subraya, que se dediquen más recursos en infantil y primaria y más personal en Salud Mental. Tanto él como la actual presidenta de Asperger Ibiza y Formentera, Maite Portillo, coinciden en señalar que en los centros educativos falta sensibilización, formación específica para el profesorado, apoyo extra cualificado y protocolos de acogida, especialmente en Secundaria. Es en los institutos, afirman, donde se está detectando una mayor problemática como intentos de suicidio, fracaso escolar y un alto porcentaje de estudiantes con TEA que deciden abandonar los estudios. Es importante, resaltar, que los docentes «sepan motivarlos» y que «tengan la mente abierta» porque «no hay un manual, cada caso es diferente». Es esencial también «trabajar desde la prevención y la implicación de la directiva de los centros», remarcan.

Alberto asegura que hay muchos mitos en torno al Asperger. Uno de los habituales es el de la falta de empatía. «No es extraño ver llorar a alguien con TEA al ver a otra persona sollozando, somos muy pasionales en general, no es que no tengamos sentimientos es que no sabemos gestionarlos y, a veces, ni siquiera identificarlos», comenta. Para él, «éste es uno de los trabajos más duros» a los que se enfrentan los psicólogos que los tratan, el de enseñarles a reconocer sus emociones.

Aunque en su caso es superdotado, remarca que otro mito sobre las personas con Asperger es que sean genios. «Puedes encontrarte a uno con coeficiente intelectual de 160 y a otro con 60, como en el caso de los neurotípicos», asegura. Una cualidad habitual de los Asperger es que cuando algo les gusta, se dedican de pleno a ello. «Tenemos intereses específicos, a mí me gusta la tecnología militar. Cuando era pequeño me llegué a pasar una semana sin dormir leyendo sobre el tema. Esa dedicación hace que adquiramos muchos conocimientos en poco tiempo, lo que puede hacer pensar erróneamente que somos genios», explica. Alberto también habla de la hipersensibilidad sensorial y de las dificultades psicomotrices que muchos Asperger tienen, del estrés que, en general, les provoca socializar y salir de la rutina y de la depresión y la ansiedad a la que tienen que hacer frente en muchos casos. «Se sufre siendo Asperger, es frustrante querer y no poder o querer, pero que no te dejen», añade.

Según las estadísticas que menciona, «sólo el diez por ciento de los Asperger consiguen tener una vida autónoma». En su caso, dice, está en «en el borde», se ha pasado largas temporadas sin empleo. «Nos cuesta mucho conseguir un trabajo y mantenerlo», comenta instando a las instituciones y a las empresas a que hagan un hueco para los Asperger. «Hay muchas personas con TEA que podrían aportar mucho, pero si se les aísla de la sociedad no será posible».