La vida es la vida y quien no la baila es tonto», esta es la filosofía que ha perseguido siempre a Rufina García. Hoy, con 83 años a sus espaldas ya no baila como antaño pero todavía hace un poco de gimnasia y estira sus músculos sentada en un sofá de su habitación de Sa Residència.

Sin ninguna tradición artística, con apenas nueve años empezó sus primeros pinitos en el circo. Cuenta que cuando era pequeña le encantaba saltar, realizar acrobacias, izarse por las cuerdas, así que poco a poco se fue forjando como trapecista.

La casualidad hizo que los célebres hermanos Tonetti, los payasos más conocidos en la mitad del siglo pasado, se cruzaran en su vida. Así que con ellos estuvo trabajando en varios circos. «Me llevaba muy bien con ellos. Eran muy buenas personas. Pero se enfadaron mucho cuando les dije que no quería seguir en el circo», recuerda con una memoria frágil.

No había alcanzado la mayoría de edad y ya había recorrido muchos países con sus acrobacias. «La pena es que mis padres fallecieron cuando yo tenía ocho años y no pudieron disfrutar de mi éxito», dice Rufina con añoranza.

Según relata, su constitución muy delgada y su enorme flexibilidad eran sus grandes aliados, tanto que apenas tenía que ensayar. «Repetía mi número varias veces al día, pero no me llevaba mucho tiempo porque tenía una agilidad terrible», recuerda Rufina. «Era como una goma», asegura sin pestañear. Tanto que cuando llegaba el momento de la actuación «no tenía ningún fallo», sentencia.

«Las caravanas no eran para mí»

Su éxito hizo que varios circos extranjeros se fijaran en ella, como uno francés con el que tuvo la oportunidad de trabajar en Líbano, Siria e Israel. Con aquella oportunidad vio cumplido uno de sus deseos, que era recorrer mundo. «Me encantaba viajar y alojarme en buenos hoteles. Eso de las caravanas no era para mí, porque -asegura- siempre me ha gustado vivir bien».

Otra de las pasiones de Rufina era la ropa, y cuenta que «como ganaba mucho dinero» podía permitirse hacerse muchos vestidos. Además, para actuar las modistas le confeccionaban «unos modelos espectaculares».

En aquella época recuerda que tenía un número muy exitoso con una compañera francesa, hasta que ella decidió marcharse a su país, y Rufina a Líbano.

Con otro de los circos, «uno americano», según sus palabras, se fue a vivir dos años a Argentina.

A pesar de la dureza de sus números, las acrobacias y los trapecios no le han dejado ninguna secuela grave, aunque ahora nota que el tiempo le «afecta mucho». «Hay días que no estoy del todo bien», diceGarcía.

Su carrera en el circo fue tan rápida como su retirada. Se fue a vivir a Barcelona y con solo 18 años se casó y abandonó las carpas. «Mi marido estaba enfermo del corazón, aunque yo no lo sabía, me quedé viuda muy joven, con tres hijos», apunta al tiempo que deja claro que no se ha vuelto a casar ni ha tenido «amigos». «Con uno basta», recalca.