Si las fuentes clásicas que mencionan nuestras islas, siendo escasas y breves, no dejan de elogiar los higos pitiüsos como los mejores del Mediterráneo es porque realmente eran de extraordinaria calidad. Sabemos que los higos frescos de Cartago llegaban a Roma en cajas y en grandes cestas de caña y que tal hecho fue el argumento que un orador esgrimió para advertir al Senado del peligro que suponía tener tan cerca, a poco más de una noche de navegación, a sus principales enemigos.

La distancia entre Ibiza y Roma suponía una travesía más larga, circunstancia que nos hace pensar que los higos ebusitanos que tanto apreciaban las mesas romanas pocas veces llegarían frescos y, más frecuentemente, viajarían desecados como golosas xereques.

Sorprende que estos celebrados frutos que se tenían por afrodisíacos y eran un lujo para el paladar en el mundo antiguo hayan pasado a ser hoy un producto marginal, de fugaz y escasa presencia en los mercados. Este olvido no impide que nuestras homéricas y numantinas higueras sigan produciendo higos que, sin embargo, dejamos perder a toneladas.

Los payeses comentan que cuesta más dinero recolectarlos -cosa que se tiene que hacer a mano, uno a uno- que lo que se obtiene de su venta. Y así es. Los higos exigen una manipulación delicada, tienen una corta fecha de caducidad y una difícil comercialización para que su precio dé beneficios al payés, al distribuidor y a los vendedores.

No será por higueras

De aquí que, posiblemente, una alternativa viable sería recuperar las tradicionales xereques. O introducirlos en otras formas de alimentación, caso de productos de repostería, pasteles, tortas, mermeladas, yogures, helados, pan de higos, etc. Cuesta entender que no prosperen tales iniciativas cuando ya tenemos lo más difícil de conseguir, las higueras. A pleno rendimiento, con frutos en cantidad y calidad aseguradas. No creo que exista geografía de nuestras dimensiones con más higueras de las que sumamos entre Ibiza y Formentera.

Ni que existan más grandes que las nuestras. Las higueras son ya parte indisociable de nuestros paisajes y al verlas tengo la impresión de que conforman toda una industria silenciosa, ecológica y terca que, gratuitamente, sin ninguna exigencia, sigue produciendo un extraordinario producto que no aprovechamos.

Estoy convencido de que nuestros higos secos, como me dijo no hace mucho uno de los pocos payeses que aún los recoge en Formentera, «adobades amb plantes aromàtiques i licor dolçenc, es poden convertir en un menjar exquisit, en un menjar de déus. Amb la gran avantatge que no tot l´esplet ve de cop, sinó que van madurant unes darrera les altres. D´aquesta manera, a la mateixa figuera s´hi pot començar a collir a mitjans agost i acabar a finals de setembre. Anys enrere, a totes les cases hi havia un sequer de figues. I si el temps venia bé i no plovia, els sequers es feien fins el dia de Tots Sants».

La cultura oral nos ha dejado un rico registro de dichos y canciones del esforzado trabajo que suponía recoger los higos. El recolector solía salir escocido de los picores que provocaban los cardos, las ortigas y las mismas hojas de la higuera como recoge esta letrilla: «De figues galantines / jo ja tenc el paner ple / i aquí hi ha dues fadrines / que se treuen les espines». Otras canciones hablan de lo que puede el amor: «Sa nostra figueralera / és caiguda d´un cimal / i diu que no s´ha fet mal / perquè pensava amb en Pere». Era frecuente que, con los cañizos expuestos, viniera una tormenta y el payés se lamentara: «El pobre figueraler / passa la vida penada. / Quan veu una ennigulada / i té tableta posada / corrents estotja el sequer».

Tiempos de sazón

Y no faltan letras que recuerdan los tiempos de sazón de las higueras: «Per Sant Pere, envolta la figuera», frase que también se hace canción: «Demà dia de Sant Pere / figues flors jo vull menjar / aniré a enrevoltar / per primer cop la figuera». Y también se cantaba: «Sant Jaume se´n du les flors / Sant Miquel ses agostenques / Sant Andreu ses martinenques / i per Nadal bon repós».

Y de las más apreciadas se decía: «De figues juliolenques / n´hi ha poques en es tros / s´anomenen figues flors / perquè no són agostenques». Y podemos acabar con los versos que todo el mundo conoce: «Una figa per ser bona / ha de tenir tres senyals / secallona clivellada / i picada de pardals».