"Va usted a una roca escarpada a donde no encontrará más que chozas de carboneros y seis u ocho barquichuelos que hacen el tráfico de este combustible, covachas de pescadores, y verá usted de vez en cuando trepar por las asperezas de aquellos matorrales algunas cabras montesas, que matan los indígenas a manera y como lo hacen con sus llamas los salvajes de América, cuya carne es la única que para alimentarse allí se encuentra. No hay trato de gentes, aúllan en vez de hablar, y no encontrará usted quien entienda una palabra de castellano". Es lo que le contestaron «varios sujetos, y por cierto no vulgares» a Francisco Robello y Vasconi cuando, en el puerto de Valencia, esperaba para embarcar rumbo a Ibiza. Era junio de 1848 y Robello, periodista y escritor, marchaba a la isla exiliado, junto con otras 108 personas, por cuestiones políticas.

Nueve meses de destierro

Nueve meses de destierroCon ese precedente, fácil hubiera sido que el confinado cronista afrontara sus nueve meses de destierro prefiriendo una prisión a esta isla. Pero no. El periodista se enamoró de Ibiza, donde no encontró salvajes sino buenos amigos con los que, como curiosamente no aullaban sino que tenían el don de la palabra a pesar de ser indígenas, pudo entenderse sin problemas. Así lo explica en un artículo que publicó, ya en la Península, el 20 de mayo de 1849 en el Semanario Pintoresco Español (cuya colección se puede consultar en la Biblioteca Nacional de España), y que dedica, principalmente, a defender a la isla y sus habitantes de «lo inexacto de esas absurdas aseveraciones» que le hicieron en el puerto valenciano, a punto de embarcar en el ´Blasco de Garay´, un vapor de ruedas de madera de la Armada Española.

«Inconcebible parece que a tan corta distancia, aunque esta distancia la separen los mares, se tenga una idea tan equivocada de aquel pueblo, que lejos de hallarse en el atraso que le suponen, se encuentra en varios extremos mucho más avanzado que algunos del continente», escribe en el semanario madrileño Robello, que no atribuye a malicia «este errado juicio» sino a la ignorancia. «Yo, imparcial, yo que he permanecido nueve meses en aquel país de ventura, paz y tranquilidad, me propongo sacar de su error a los que suponen a Ibiza una roca escarpada, y a sus hijos y moradores una tribu de salvajes», afirma, vehemente antes de hablar de la «hermosura de sus campos», las «magníficas salinas», el «solaz» de sus costumbres y los hábitos de payeses y campesinos «tan extraños al resto del continente». El periodista achaca este «mal juicio» sobre la isla al «sistema monstruoso y hasta bárbaro de prohibirles la extracción de ninguna de sus producciones», así como a la privación «de toda clase de comunicación». También al interés de «la opulenta isla de Mallorca» y a la antipatía extrema entre esta isla y Ibiza: «Ibiza preferiría estar sujeta a cualquier capital de provincia del continente por no estarlo a Palma».Los ibicencos, esos «antropófagos»

Los ibicencos, esos «antropófagos»Cuando Robello, que firmaba con el pseudónimo ´El tío Fidel´, publicó este escrito, estaba ya calentito. Y no por cualquier cosa. Además, ya se había despachado a gusto. Porque el periodista no sólo hizo amigos en la isla, también gestó profundas enemistades. Al menos una, que haya trascendido: la que mantuvo con Pedro López Villanueva, que fue subdelegado de rentas interino en la isla durante cerca de dos años, a pesar de que ni siquiera coincidieron en la isla. Y todo por un poema publicado «en un folleto de Madrid en 1844» que éste dedicó a la Reina Isabel II y en el que ni la isla ni sus habitantes salen muy bien parados.

«Suelo desgraciado», «habitantes fieros», «salvajes», «antropófagos», de costumbres «atroces», un puerto «peligroso» con buques de contrabandistas y piratas, calles por las que no se puede respirar por «los miasmas asquerosos», un mercado en el que sólo se pueden comprar coliflores, «viruela y tercianas a porfía», «mezquinos» ganados en los que no se distingue a un carnero de un «perrillo azasmenguado»... Y así durante más de 200 versos de cuya hiel no se salvan ni los pescadores ni los comerciantes ni las mujeres de la isla, las «ibizanas», a las que acusa de pasarse el día asomadas al balcón y prestas a salir a la calle para «ver a quien echan el lazo». El subdelegado se despachó a gusto e incluso llegó a escribir que prefería el infierno a vivir en el arrabal de la ciudad.

Robello, que se sentía bien acogido en la isla en la que lo habían confinado, y con una generosa pluma que tanto le servía para escribir crónicas como poemas, obras de teatro o pequeñas novelas, decidió salir en su defensa. Por aquel entonces, era un escritor relativamente reconocido en algunos ámbitos. El 30 de abril de 1844, Vicente Vega firma un artículo de La Estafeta Literaria titulado ´Un regimiento de literatos en 1854´ en el que afirma que Robello «pasa a la clase de soldado distinguido por su producción ´La criolla´», como recuerda Luis Llobet Tur en ´Antología literaria. Ibiza, siglo XIX´.

Amigo de Antonio Manuel García, que en esa época editaba el semanario El Ebusitano, publicó ´Refutación al libelo inflamatorio que con el título de descripción de la isla de Ibiza escribió don Pedro López Villanueva´. La edición, según se lee en la dedicatoria de un ejemplar encuadernado que conserva el Arxiu Històric d´Eivissa, perteneciente a la colección de Joan Palau Comas, es del 11 de agosto de 1848. Es decir, apenas dos meses después de la llegada a la isla de Robello, que deja muy claro el objetivo de su refutación: «Quitar la máscara a la audaz y vil impostura y hacer la justicia que se merece a un pueblo digno de admiración y respeto». Si el subdelegado de rentas se despachó a gusto contra la isla, el periodista, que se confiesa en el prólogo como un hombre «que todo lo tolera menos que se mienta impunemente», no le va a la zaga cargando contra él -«si este hombre narrase verdades se le calificaría tan sólo de ingrato, mas apelando en sus comentos al sarcasmo, a la impostura y a la vil calumnia, se le debe reputar por infame»- a quien recomienda que antes de volver a pensar siquiera en escribir estudie gramática y aprenda castellano.

Robello destaca en el prólogo la curiosa y «rara» situación de que hablara mal de la isla alguien cuyo sueldo procedía, precisamente, de los contribuyentes ibicencos y que, en cambio, la defendiera alguien como él, que estaba aquí como «desterrado político».

Macabich sobre el «torpe mamarracho»

Macabich sobre el «torpe mamarracho»Durante más de 30 páginas, Robello reproduce los versos de López Villanueva y los acompaña de notas, muchas de ellas irónicas y satíricas, que pretenden ser «pedradas en ojo de boticario». Así, por ejemplo, cuando el subdelegado se refiere a los ibicencos como «fieros», Robello anota: «Desde que usted se ausentó de este país no se ha visto en él ninguna fiera». Cuando dice que es imprescindible viajar a Mallorca para comprar unos zapatos, el periodista le asegura que en la isla hay zapateros «dignos de los talleres de Balzat y Pérez, famosos zapatricidas de la corte», de la misma forma que le pregunta por qué no presentó su dimisión y huyó «de este país maléfico», al afirmar en un verso que la isla está poblada de «gentes feroces».

Robello no es el único insleño al que López de Villanueva cayó rematadamente mal. El propio Isidor Macabich recuperó esta historia para la serie ´Nuestra prensa´, que el párroco e historiador publicó en Diario de Ibiza, y no dudó en calificar al subdelegado de rentas como «torpe mamarracho» y a su poema «buen solfeo de desecho poético». Macabich recuerda la influencia «en excelente sentido» que los artículos de Robello en la prensa madrileña tuvieron en el escritor Ayguals de Izco a la hora de hablar sobre la isla en su novela ´El palacio de los crímenes´, publicada en 1869 y demuestra un amplísimo conocimiento del diccionario y los sinónimos para referirse a López de Villanueva y su obra: «mal folleto», «verso ruin y estrafalario», «hombre soez y bellaco», «estultísimo desahogo», «esperpento»...