Imaginario de Ibiza | Cala d’Hort y el puente hacia es Vedrà

Aunque cada vez resulta más difícil aproximarse a la orilla de una de las playas más icónicas de Ibiza, aún nos quedan los albores y el epílogo de la temporada para disfrutar de una paella o un ‘bullit de peix’, contemplando su asombroso paisaje.

Es Vedranell y es Vedrà desde el muelle. / X.P.

Es Vedranell y es Vedrà desde el muelle. / X.P.

@xescuprats

Pitágoras, cuando era preguntado sobre qué era el tiempo, respondía que era el alma de este mundo

Plutarco

Una de las consecuencias más terribles de la masificación turística que experimenta la isla es que los ibicencos hemos perdido las ganas de acudir a nuestros lugares favoritos durante la temporada turística. La belleza intrínseca de estos enclaves ya no compensa el agobio en las carreteras, la exagerada densidad humana o las dificultades de aparcamiento. No hace tantos años, podías acudir a Cala d’Hort en un santiamén. No había atascos, estacionabas en el torrente o en la cuesta sin demasiadas dificultades y en la playa había un hueco generoso esperándote donde plantar la toalla. Con un poco de paciencia, hasta podías almorzar en uno de sus restaurantes sin haber hecho reserva.

Hoy, como en tantas otras playas, constituye una pequeña odisea. Los ibicencos estamos acostumbrados a la vida de antes y preferimos buscar otras opciones más cómodas y tranquilas, aún a costa de renunciar a estos lugares que tanto nos atraen. Y eso que Cala d’Hort es uno de los balnearios ibicencos que mejor conserva las esencias de nuestra tradición, con sus varaderos, la presencia de restaurantes de cocina tradicional en manos de familias locales que cuidan el trato al cliente y, sobre todo, la ausencia de ruidosos clubes de playa que cercenen la posibilidad de escuchar el trasiego del mar sobre la ribera y el murmullo del viento.

Sin embargo, buena parte de los residentes del presente hemos decidido evitar, en la medida de lo posible, la convivencia con el turismo. Hay establecimientos y lugares para quienes nos visitan y otros para nosotros; una tendencia que, además, se retroalimenta con los precios desmedidos y la repulsión que produce sentirse extranjero en casa propia. Recuerdo, no hace tanto, contemplar reportajes por televisión sobre la saturación de las playas levantinas, con esos abuelos que se levantaban a las seis de la mañana para coger sitio para toda la familia, y pensar en la suerte de los ibicencos, que no sufríamos nada parecido.

Ahora somos muchos los que nos quitamos el mono de Cala d’Hort en los albores de la temporada o en sus últimos coletazos, cuando la orilla aún no ha sido tomada del todo por la marabunta, y podemos disfrutar de una paella o un bullit de peix con el panorama hipnótico de es Vedrà en el horizonte y los colores cambiantes del mar, con un nivel suficiente de tranquilidad.

En Ibiza existen lugares extraordinariamente bellos, pero creo que ninguno supera a Cala d’Hort. Pocas sensaciones se pueden comparar con la de descender por la empinada carretera que desemboca en la orilla, ir atisbando los turquesas que el mar adquiere en la zona de los varaderos y, una vez abajo, caminar sobre las lamas del viejo muelle hasta la solidez de su extremo, que es como andar sobre las aguas de un puente que conduce a es Vedrà. Incluso cuando la mar anda revuelta, batiendo posidonia muerta, como en la imagen, constituye un paisaje imbatible. Y lo seguirá siendo a pesar de todo.

(*) Cofundador de www.ibiza5sentidos.es, portal que recopila los rincones de la isla más auténticos, vinculados al pasado y la tradición de Ibiza

El milagro de la orilla

Más allá de que la saturación que se propaga por toda la isla también le afecte, que Cala d’Hort se mantenga como una cala típicamente ibicenca solo puede calificarse de acontecimiento milagroso. Resulta fácil imaginar el tamaño de los cheques que los tiburones foráneos han puesto sobre la mesa de algunos, o probablemente todos, los negocios tradicionales que se suceden en la orilla, con el objetivo de incorporarlos a esta plaga vip que se propaga por la costa con un hambre voraz. Cala d’Hort, sin embargo, sigue resistiendo. El mérito, obviamente, hay que atribuírselo a las familias que han decidido seguir como siempre y hacer oídos sordos a todos esos cantos de sirena. Se merecen un homenaje.

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