¿Qué había detrás de Salvador Dalí?

La personalidad del célebre pintor Salvador Dalí daba bandazos entre diversos extremos. Se movía entre el amor por cualquier forma de arte y conocimiento y su mercantilización más descarada. También mezclaba una obsesión casi patológica por llamar la atención con el secretismo con el que llevaba grandes partes de su vida privada

Dalí muestra su característico bigote.

Dalí muestra su característico bigote. / Fundación Gala Salvador Dalí/EFE

Miguel González Hormigo

«La pintura, las payasadas, la teatralidad y la técnica: todo es solo una manera de expresar la personalidad total de Dalí». Así se explicó el célebre pintor catalán en una entrevista televisada emitida en abril de 1958 en Estados Unidos cuando conversaba sobre sus ya conocidas excentricidades.

El 11 de mayo se cumplieron 120 años de su nacimiento en la localidad gerundense de Figueres. Sin embargo, la verdadera identidad de Salvador Dalí plantea muchas dudas a pesar de toda la información disponible acerca del artista y de sus múltiples apariciones públicas en vida. Por un lado, están los que difunden su legado convencidos de su autoproclamada genialidad. Por otro, los que le consideran un charlatán, un hombre de negocios o un loco.

Otros, como Rafael Alberti, concilian las dos versiones. El poeta, que trató al pintor en su juventud, aseguró en una entrevista que TVE emitió en 1977: «En aquel momento [principios de la década de 1920] era un muchacho lleno de genio y no el mercachifle y la persona desagradable que es ahora».

La información que el artista de Figueres aportaba sobre sí mismo era, en muchas ocasiones, contradictoria y engañosa. Tanto es así que el historiador Ian Gibson tomó la insólita decisión de desconfiar de sus palabras cuando investigaba para escribir sus obras acerca del pintor. El autor llegó a afirmar en ‘Dalí joven. Dalí genial’, de 2004, que lo que el pintor buscaba con sus obras autobiográficas era «impresionar al lector».

Algo seguro acerca del catalán era que concedía una gran importancia a su reputación y que quería mantener el monopolio sobre el relato de su vida. Un ejemplo fue que jamás perdonó a su hermana, Anna Maria, que publicase ‘Salvador Dalí visto por su hermana’ en diciembre de 1949. En esta obra, ella desmentía la imagen violenta que el pintor daba de sí mismo en su autobiografía ‘Vida secreta de Salvador Dalí’, lanzada en octubre de 1942.

Dalí pintó ‘La persistencia de la memoria’ en 1931. / CentroPompidou/EFE

Gala y Dalí se besan en sus últimos años de vida. / L’espace Dalí/EFE

Dalí familiar

Otro hermano del artista fue una de sus principales obsesiones a lo largo de su vida tanto en su obra como para construir su propio relato. Salvador Dalí recibió el mismo nombre que un hermano mayor que murió sin conocer, por lo que siempre dio a entender que ambos estaban conectados hasta el punto de que el artista afirmaba conservar recuerdos de antes de nacer.

Según afirmaba Dalí, este fue el origen de su terror a la muerte, que se puede encontrar en las imágenes que muestran materia en descomposición que pintó durante toda su trayectoria. A la vez, le servía para explicar sus extravagancias en diversas ocasiones: «Para diferenciarme del hermano muerto, tenía que cometer todas esas excentricidades. Para afirmar constantemente que yo no era el hermano muerto», explicó en una entrevista emitida en RTVE en noviembre de 1977.

En el libro ‘Confesiones inconfesables’, publicado en 1975, Dalí señaló que sus padres habían cometido “un crimen subconsciente” al ponerle el mismo nombre que a su hermano porque lo forzaron a compararse con un ideal. Al parecer, su familia conservaba una foto de su primogénito en el dormitorio de los padres, por lo que el futuro artista lo tuvo muy presente durante su infancia. En ‘Vida secreta de Salvador Dalí’, el artista recuerda que su hermano tenía “la inconfundible morfología facial del genio” y presentaba síntomas de “alarmante precocidad”.

El artista catalán llegó a pintar un cuadro fechado en 1963 que tituló ‘Retrato de mi hermano muerto’, en el que aparece la figura de un niño de unos siete años. Sin embargo, Ian Gibson apunta en sus libros acerca del pintor que el hermano mayor murió antes de cumplir los dos años, por lo que es improbable que el aún bebé mostrase los rasgos que Dalí le atribuía. A pesar de estas invenciones, es posible que la marca psicológica de ser algo parecido a un hijo de reemplazo le quedase durante toda su vida.

Otra figura importante de su infancia fue su padre, también llamado Salvador Dalí. Notario de profesión, se estableció en Figueres en 1900 después de completar sus estudios de Derecho en Barcelona. Era un hombre culto y se suele decir de él que tenía un carácter irascible, autoritario y que dedicaba poco tiempo a sus hijos. Por lo que se sabe, el pintor temía tanto como admiraba a su padre.

Fue por esta época cuando quizá el catalán aprendió que la teatralidad podía servir para lograr sus propósitos. Mimado por su madre, Felipa Domènech, a causa de la pérdida del primer hijo, el futuro artista se enrabietaba para conseguir lo que quería de ella sin que la mujer se atreviese a protestar. En esta línea, se cuenta que sus compañeros de instituto le acercaban langostas porque descubrieron que a Dalí le asustaban estos insectos. Para evitarlo, fingió que las pajaritas de papel le daban todavía más miedo para que los demás chicos se las trajesen.

Durante los veranos, la familia acudía a una finca que tenían en la cercana localidad de Cadaqués, en la Costa Brava. A juzgar por los diarios que se conservan de la infancia y la adolescencia del artista, le encantaba pasar las vacaciones en el pueblo y aprovechaba para pintar sus parajes. De hecho, Dalí pintó las vistas de Cadaqués a lo largo de toda su carrera y éste dijo una vez que su paisaje mental se parece a «las rocas fantásticas y proteicas del cabo de Creus». En otra ocasión, indicó que él mismo se consideraba una encarnación humana del lugar.

A pesar de la ausencia de Dalí padre, éste planificó al detalle la educación artística de su hijo cuando el niño empezó a dar muestras de talento para el dibujo. Así, lo matriculó en la Escuela Municipal de Dibujo de Figueres y decidió que su hijo iba a estudiar en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, después del Bachillerato. El pintor se mostró de acuerdo con trasladarse a la capital de España en una entrada de abril de 1920 de su diario y anotó: «Tal vez seré menospreciado e incomprendido, pero seré un genio, un gran genio, estoy convencido de ello».

Cumplida la mayoría de edad, en septiembre de 1922, llegó a Madrid para incorporarse al centro de enseñanza artística y obtener un título de profesor de arte como su padre pretendía. Sin embargo, él comenzaba a interesarse más por las vanguardias artísticas que por la pintura que los profesores intentaban impartir.

Para colmo, fue expulsado de la academia en octubre de 1923 durante un curso entero por, supuestamente, haber participado en una protesta contra la institución. Después de ser readmitido, el centro volvió a echarlo en junio de 1926 por, según consta en las actas, afirmar antes de las pruebas finales que todos los profesores eran «incompetentes» para examinarle. El pintor contaría esta anécdota una y otra vez durante su vida y según su versión, el pintor renacentista Rafael era el tema del examen.

Durante su estancia en Madrid se alojó en la célebre Residencia de Estudiantes, donde conoció al joven escritor Federico García Lorca. Al parecer, el granadino impresionó mucho a Dalí por su facilidad para lograr la simpatía de los que tenía a su alrededor. No es de extrañar, puesto que el pintor se había propuesto triunfar y alcanzar la fama. Mientras que Lorca parecía estar enamorado del pintor, la actitud del catalán ante la relación no está tan clara.

Dalí surrealista

Estudioso de los movimientos artísticos surgidos a principios del siglo XX desde su adolescencia, era lógico que Salvador Dalí entrase en contacto con el surrealismo, que terminó por ser la corriente a la que más se vincula al pintor. El escritor francés André Breton lo definió en ‘Manifiesto del surrealismo’, publicado en octubre de 1924, como «automatismo psíquico puro por cuyo medio se intenta expresar verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento».

Por tanto, el catalán pudo haberse interesado por esta sensibilidad artística como una manera de comprender sus propias emociones. De hecho, una de las mayores influencias de los surrealistas fueron las teorías psicoanalíticas del psicólogo austríaco Sigmund Freud, que pretendían entender el comportamiento humano a través de pulsiones reprimidas en el subconsciente.

A principios de 1929, un pase privado de la película ‘Un perro andaluz’, en cuyo guion colaboraron Dalí y el cineasta Luis Buñuel, hizo que los surrealistas les invitasen a una reunión. El catalán recordó sobre ese encuentro en ‘Confesiones inconfesables’: «Asimilé toda la letra y todo el espíritu del movimiento». Sobre Breton afirmó que le pareció «un nuevo padre».

Al parecer, el teórico del surrealismo se mostró entusiasmado con el pintor de Figueres y consideró que era un gran apoyo para la filosofía transgresora de los valores tradicionales que tenía el grupo: «Con Dalí nuestras ventanas mentales se han abierto de par en par».

Mientras tanto, Dalí conoció a Gala Éluard en agosto de 1929, durante una visita de algunos artistas del surrealismo a Cadaqués. Desde entonces, la rusa fue su compañera y musa y modelo de gran parte de la obra del pintor. Aunque se casaron en 1932 y siguieron juntos hasta la muerte de ella, circulan muchos rumores acerca de la relación que mantenían y el papel de ella en su trayectoria. Sin embargo, prevalece la imagen de la adoración del catalán por su esposa hasta el punto de que en ocasiones firmaba sus trabajos como Gala-Dalí.

Salvador Dalí padre no aprobó esta relación y, en 1929, desheredó a su hijo porque Gala era diez años mayor que él, estaba casada con el poeta Paul Éluard y era madre de una niña. En noviembre de ese mismo año el padre tomó la decisión de expulsar de la familia al artista por la publicación de una litografía religiosa en la que el catalán escribió: «A veces escupo por placer sobre el retrato de mi madre».

Felipa Domènech, la progenitora del pintor, falleció de cáncer en febrero de 1921 a los 47 años y no hay indicios de una mala relación entre los dos. Sin embargo, Dalí justificó su obra: «Es totalmente psicoanalítica, pues se puede amar a una madre desde lo más profundo del corazón y al mismo tiempo soñar con escupirla».

Durante los años siguientes, Dalí comenzó a poner su obra al servicio del movimiento surrealista y elaboró sus cuadros en base a símbolos freudianos que le sirvieron para expresar sus traumas, temores y obsesiones. Es el caso de ‘El gran masturbador’, de 1929, que contiene el dibujo de una langosta. También dio rienda suelta a las imágenes dobles con cuadros como ‘El enigma sin fin’, de 1938. En esta última pieza aparece la cara de García Lorca, en lo que podría haber sido un homenaje a su amigo muerto dos años antes.

En 1931 pintó quizás su obra más reconocible, ‘La persistencia de la memoria’, en la que mostró por primera vez los célebres relojes blandos. También colaboró con otros artistas vinculados al surrealismo como Marcel Duchamp con el diseño de la escultura ‘Venus de Milo con cajones’ en 1936.

Dalí muestra su característico bigote / Fundación Gala Salvador Dalí/EFE

Dalí pintó ‘La persistencia de la memoria’ en 1931. / CentroPompidou / EFE

A medida que pasaban los años, las diferencias del artista de Figueres con el grupo de autores se fueron acentuando. Para empezar, grandes figuras del movimiento, como el poeta Louis Aragon o el mismo Breton comenzaron a poner su arte al servicio de la revolución que buscaba el comunismo. También comenzaron a irritarse por los acercamientos de Dalí a la ideología nacionalcatolicista durante la Guerra Civil Española y Breton llegó a acusarlo de racista en un artículo publicado en mayo de 1939.

Otro conflicto entre los artistas del surrealismo y el catalán fue la progresiva comercialización del estilo de Dalí, que el bautizó con el nombre de «método paranoico-crítico». El pintor, cada vez más interesado en el mercado artístico de Estados Unidos, comenzó a interesarse por ganar fama y atención. Por tanto, Breton juzgó que su antiguo discípulo había olvidado la intención del surrealismo de expresar «el funcionamiento real del pensamiento».

Es posible que los dos no volvieran a verse nunca más desde 1939, aunque Dalí siempre se mostró como el verdadero surrealista. A sus 35 años, comenzaba su propio camino en soledad por primera vez en su vida.

Dalí atomicus

Salvador Dalí comenzó su nueva época artística lejos del surrealismo con un insulto de Breton. Éste compuso un anagrama con su nombre para calificarlo de ‘avida dollars’ y ridiculizar el afán comercial del pintor de Girona. Dalí se refirió de manera irónica a este suceso en la entrevista de 1977 de Televisión Española: «Lo hizo peyorativamente, pero se equivocó porque, en América, les gusta más que a nadie hablar de dólares y les gustó mucho llamarme así».

En efecto, la obra y los espectáculos del artista eran cada vez más apreciados en Estados Unidos a finales de los años 1930 y decidió mudarse al país en agosto de 1940. En sus primeras declaraciones después de llegar afirmó que el surrealismo había muerto y que él iba a «salvar el arte moderno» con su vuelta al clasicismo.

A pesar de ello, sus trabajos de los años siguientes seguían con las imágenes dobles y las influencias de Freud, como su colaboración con el cineasta Alfred Hitchcock en la película ‘Recuerda’, de 1945. Sin embargo, Dalí empezaba a transitar hacia un nuevo estilo en el que pintaría el exterior físico y no el interior psíquico. Un primer ejemplo es ‘Autorretrato con bacon frito’, de 1941, que definió como: «Un autorretrato antipsicológico. Pinto únicamente el envoltorio, el guante de mí mismo».

Por esta época comenzó a mostrar la imagen con la que más se le recuerda: su famoso bigote, vestido con un traje, llevando un bastón en la mano y arrastrando las sílabas al hablar. En 1952 dijo acerca de su atuendo, según ‘Dalí joven. Dalí genial’: «El vestir es esencial para triunfar. Siempre voy de uniforme de Dalí».

El lanzamiento de la primera bomba atómica en agosto de 1945 impresionó mucho al artista y retrató el tema en cuadros como ‘Las tres esfinges de Bikini’, de 1947. «A partir de entonces, el átomo se convirtió en mi sujeto de reflexión preferido», confirmó en una declaración recogida en ‘Dalí. La obra pictórica’. En esta línea, comenzó a retratar figuras que parecían flotar en el aire para imitar la nueva concepción de la materia, en la que el vacío se interrelaciona con las partículas. Un ejemplo es su cuadro de 1949 ‘Leda Atómica’.

El fotógrafo Philippe Halsman se fijó en esta nueva manera de hacer del pintor de Figueres y en 1948 le propuso retratarlo en una serie de imágenes acordes a su nuevo estilo. El resultado fue la instantánea ‘Dalí atomicus’, en la que aparece el artista mientras trabaja junto a varios elementos que levitan.

Durante sus años en Estados Unidos, el catalán también redescubrió la mística religiosa, que veía como «la intuición profunda de lo que es la comunicación inmediata con el todo». Así, empezó a fijarse en temas católicos para sus trabajos, como ocurre en ‘La tentación de San Antonio’, de 1946.

Ambas tendencias cristalizaron en el estilo que el artista denominó «mística nuclear», que trataba de conciliar la fe religiosa con los descubrimientos científicos de entonces. Es el caso de ‘Cristo de San Juan de la Cruz’, fechado en 1951. En este cuadro, inspirado en un dibujo del místico al que alude el título, Cristo aparece sereno y sin clavos ni sangre sobre la cruz, que flota sobre la bahía de Port Lligat. Dalí compendió todo el pensamiento que está detrás de este estilo en ‘Manifiesto Místico’, que publicó el mismo año.

A pesar de este giro en su arte, el pintor no dejó de representar los motivos que le hicieron famoso. Por ejemplo, los relojes blandos volvieron en la obra de 1954 ‘Desintegración de la persistencia de la memoria’, que actualiza el cuadro de 1931 con sus nuevas influencias. Mientras tanto, Gala aparecía una y otra vez como representación de la Virgen María.

Estas influencias de la ciencia en su obra llevaron a Dalí a identificarse con sus admirados artistas del Renacimiento, que eran expertos en los hallazgos de su época a la vez que representaban imágenes religiosas. Como afirmó en la entrevista de 1958 que abre el reportaje: «Rafael es el periodo del Renacimiento. Dalí pinta la era atómica y la era freudiana».

Dalí en decadencia

Las siguientes dos décadas del pintor transcurrieron entre apariciones en medios de comunicación tanto españoles como extranjeros, diferentes actuaciones escandalosas para llamar la atención del público y derroches de todo tipo. La inauguración del Teatro-Museo Dalí en su ciudad natal en septiembre de 1974 lo hizo una leyenda viva de la pintura, ya que a muy pocos artistas se les dedica un centro de estas características antes de morir.

A pesar de haber logrado su anhelada celebridad, el catalán comenzaba a dar signos más desconcertantes de lo acostumbrado. A principios de los años 1960, comenzó a firmar reproducciones de obras suyas para hacerlas pasar por originales y más adelante empezó a hacer lo mismo con hojas en blanco a cambio de sumas de dinero. Ian Gibson cifra en decenas de miles los documentos en circulación que solo llevan la rúbrica del pintor.

De hecho, en una entrevista publicada en una cadena de televisión mexicana en noviembre de 1971, Dalí firma decenas litografías mientras responde a las preguntas. «Son ustedes los que quieren que haga declaraciones. Yo, con firmar, tengo suficiente», comentó en esa grabación.

En la mencionada entrevista de 1977 de TVE, afirmó en contra de su autoproclamada divinidad: «Cada día soy más antidaliniano. A medida que me admiro más, encuentro que soy una real catástrofe». A los problemas de salud lógicos a sus más de 70 años se sumaron problemas psicológicos, ya que el neurólogo Manuel Subirana le encontró en 1980 en un «estado depresivo de variedad melancólica», según ‘La vida desaforada de Salvador Dalí’, lanzado en 1998.

Todo empeoró a raíz de la muerte de Gala en junio de 1982 y el artista vivió en unas condiciones físicas y mentales muy deterioradas desde entonces. Finalmente, Salvador Dalí murió el 23 de enero de 1989. En el funeral, su empleado durante 40 años, Arturo Caminada, se acercó entre lágrimas al cuerpo del artista y cubrió el rostro con un pañuelo. El pintor le pidió años antes que no quería que le viesen después de morir.

¿Puede ser que un gran exhibicionista como Dalí pensase que los velatorios iban demasiado lejos? ¿Pudo haber sido el orgullo de querer ser recordado en vida? ¿O quizás estaba cansado de la exposición pública a la que se había sometido a sí mismo durante tantos años?

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