Memoria de la isla | De aquellas canciones

En la España áspera y desangelada de los años cincuenta triunfaba el piadoso somnífero de la copla que las emisoras de radio emitían a todas horas y que luego el personal cantaba a grito pelado. Incluso las parejas de la Guardia Civil las hubieran cantado de no prohibírselo el reglamento.

La cantante Lola Flores, en pleno esplendor de su carrera. | MAS PERIODICO.

La cantante Lola Flores, en pleno esplendor de su carrera. | MAS PERIODICO. / Miguel ángel gonzález

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Las folklóricas de posguerra, caso de Lola Flores, Conchita Piquer y Estrellita Castro, levantaban con sus coplas la moral del personal que andaba alicaído.La letrilla de 'Ojos verdes' arrancaba con unverso escandaloso que hablaba de una puta, —«apoyá en el quicio de una mancebía»—, pero la censura no pudo prohibirla porque cumplía una función catártica del todo necesaria.

Las secuelas de la Guerra Civil estaban muy presentes cuando yo era niño. La vida que en los años 50 se hacía en Ibiza no era distinta a la de cualquier otra población española, anodina y gris, tal como la percibimos en el blanco y negro de muchas fotografías. Como el personal necesitaba escapar del doloroso pasado, trataba de olvidar sus malos humores como podía. Los hombres lo hacían con el fútbol, el bar y el tabaco. Y nuestras madres, abuelas y tías con los seriales lacrimógenos de Sautier Casaseca, el melifluo consultorio de Elena Francis y las pláticas del Padre Venancio Marcos.

Y cantaban mucho. Se desgañitaban en los patios de vecinos y cantaban a todas horas. Lo hacían mientras cocinaban, al zurcir calcetines, mientras tejían un interminable jersey o cuando colgaban la colada en el tendedero. Todos los balcones de la Marina y de la Penya sacaban las intimidades a las calles, —sábanas, camisetas, calzoncillos y enaguas—, que así se veían como más alegres y familiares. Y nosotros, niños entonces, éramos los dueños de la calle y disfrutábamos del limbo de una infancia que no duró mucho.

Tal vez por aquello de que quien canta su mal espanta, en aquellos años todo el mundo cantaba o silbaba. Cantaba el herrero en la fragua y silbaban el albañil en el andamio y el barbero mientras usaba la navaja. Todos repetían las letrillas que emitía la radio en su programa de Discos solicitados, siempre con una dedicatoria: «De quien ella sabe y bien le quiere, para Manolita, en su aniversario». Hoy nos sorprendería cruzarnos en la calle con la cantinela de un vecino o los silbos de un barrendero.E l por qué de ese cambio, no lo sé. En cualquier caso, recordar hoy aquel paisaje canoro sorprende con particularidades curiosas. Una de ellas es que, en la ciudad, en Vila, donde se hablaba felizmente en ibicenco, se cantaba en castellano. Supongo que por el condicionamiento que digo de la bendita radio. Quienes sí canturreaban en ibicenco, aunque no siempre, eran las niñas al saltar a la comba con aquello de 'Plou i fa sol', 'La lluna, la pruna' y cosas así.

Los chicos no cantábamos, pero gritábamos como locos. Que yo recuerde, sólo cantábamos los ‘flechas’ de la Falange. Lo hacíamos al desfilar el 18 de julio, camino de la Cruz de los Caídos que estaba en la plaça del Revellín, junto al Ayuntamiento y el Instituto. Como arrancábamos desde el local que el Frente de Juventudes tenía en Vara de Rey y el trayecto no era corto, repasábamos casi todo el patriótico repertorio de la institución que, por supuesto, nos sabíamos de memoria como el padre nuestro. La primera canción era el preceptivo «Cara al sol con la camisa nueva que tu bordaste en rojo ayer, me hallará muerte si me llega y no te vuelvo a ver…»; seguíamos con «La mirada clara, lejos, y la frente levantada, voy por rutas imperiales caminando hacia Dios», y con el animoso «Prietas las filas, recias, marciales, nuestras escuadras van…». Para entonces, ya estábamos en la plaça de Vila.

Marciales hacia Dalt Vila

A mí me emocionaba mucho ‘Yo tenía un camarada’, porque después de decir que caminábamos juntos al redoble del tambor, iba la canción y decía que lo mataba una descarga y allí caía herido, al redoble del tambor. El caso es que así subíamos por Dalt Vila, marciales y sin perder el paso, hasta que enfilábamos la Carroza y, hartos ya de aquellas épicas letrillas oficiales,aprovechando que allí el vecindario no nos hacía tanto caso como en la Marina, nos desquitábamos y cantábamos «Un flecha en el campamento, ¡atchís!, un flecha que era meón, chibiribipí, chibiribipón, un flecha que era meón; por no salir de la tienda, ¡atchíz!, un barco allí naufragó, chibiribipí, chibiribipón, un barco allí naufragó…». Excuso decir que aquella letra cabreaba sobremanera al jefe de escuadra, pero ¡qué remedio!, tenía que aguantarse.

También se cantaba muchísimo en las iglesias. Como la feligresía no entendía los latinajos del cura en la misa que de espaldas a la clientela iba lo suyo, el personal se soltabaa la menor ocasión con las melifluas letrillas propias delos oficios, triduos, trisagios y novenarios, «Venid y vamos todos con flores a María…», «Cantemos al amor de los amores, cantemos al Señor», etc. También se cantaba en alguna procesión, caso de la de Fátima con aquello de «El trece de mayo, la Virgen María bajó de los cielos a Cova de Iría, Ave, Ave, Ave María…». Y otra curiosidad es que se cantaba más en la ciudad que en el campo. En el medio rural se hacía en el porxo de las casas, en fiestas, matanzas y celebraciones. Que yo sepa, no se cantaba mientras se pasaba la reja, se recogían patatas o se vareaban los olivos.

A la espera del bigote

Cuando crecimos, más que cantar, oíamos sobre todo las canciones italianas, aquellas de Rita Pavone,Carosone, Celentarno y Marino Marini. Era cuando nos mirábamos cada dos por tres en el espejo para ver si, por fin, nos salía bigote. Pero todavía no. Y aunque no lo confesábamos, también nos gustaban algunas antiguas letrillas como ‘Mirando al mar’ que cantaba Jorge Sepúlveda; y aquella otra que decía «Espérame en el cielo», y que seguía con aquello de «si Dios te ha llamado, te juro que yo, si no fuera pecado, segaría mi vida para estar a tu lado». El P. Alberto, fraile en Sant Elm, la tenía atragantada y en un sermón dijo que era muy mala porque invitaba al suicidio. ¡Qué cosas! 

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