Memoria de Ibiza: Cuerpos y almas

La batalla campal de cuerpo y alma que predicaba el clero la ha ganado el cuerpo y hoy tenemos el alma en el baúl de los recuerdos. En vez de acudir al sacerdote que era ‘cura de almas’, ahora vamos al médico que nos cura el cuerpo. Hemos sustituido el confesionario por el diván del psiquiatra. Y si ayunábamos para salvar el alma, hoy lo hacemos para conseguir un cuerpo de revista.

Vistas de Dalt Vila en Ibiza

Vistas de Dalt Vila en Ibiza / Toni Escobar

Hemos sustituido los cilicios por la liposucción y los Ejercicios Espirituales por los ejercicios físicos en el gimnasio. En vez de acudir a la Casa de Retiro de es Cubells, vamos a clínicas de rejuvenecimiento, sustituimos los viajes a Fátima o Lourdes por peregrinaciones a Bali, Ushuaia o Cayo Largo y las saunas han sustituido a los trisagios y novenarios. Todo cambia para seguir igual. Más o menos.

En las clases de Catecismo que nos impartía el Padre Alberto en Sant Elm, como los niños no entendíamos qué era y dónde estaba el alma, nos dijo que era invisible, pero que nos teníamos que portar bien para que no ardiera en el Infierno. Aquello nos dejó patidifusos porque no sabíamos que un espíritu pudiera achicharrarse. Lo sorprendente de aquella batalla campal de cuerpo y alma es que, años después, todavía se explicaba en el año sabático que pasé en el Seminario de Dalt Vila, hoy apartotel para turistas. Pero eso sí, el Padre Riera, nuestro dilecto y sabio Director Espiritual, en vez de mentar el alma que estaba demodé, nos hablaba de la dimensión espiritual del ser humano que, según decía, «demuestra su realidad y se manifiesta en el ansia de trascendencia que todos tenemos». Y aunque aquello quedaba bien, yo me preguntaba si lo del espíritu y la trascendencia no sería un invento para salvar el miedo que tenemos a morirnos del todo, a que todo quede en nada. Es algo que todavía no he resuelto. No sé ustedes, pero yo sigo perdido en el mismo galimatías que, con el Padre Alberto, ya tenía cuando era niño en la Catequesis de Sant Elm.

Y pues nos hemos metido en confidencias, no quedó aquí la cosa. Lo explicaré porque la historia que sigue, con las variantes que se quiera, no sólo fue mía. Resulta que cuando estudiaba Filosofía y Teología en Salamanca, a pesar de que estábamos ya en el cacareado aggiornamento de la iglesia, el cuerpo seguía siendo en los sermones el enemigo del alma. Pero ¡lo que son las cosas!, lo que entonces me parecieron paparruchas, no tardé en comprobar que alguna verdad si había en lo de que el cuerpo tira al monte como las cabras.

Y verán por qué lo digo. Cuando llegaba el verano, regresaba Ibiza y, para costearme en parte los estudios, trabajaba en las oficinas de Iberia que entonces estaba en Vara de Rey, las más de las veces vendiendo billetes en el mostrador a los oriundos y sobre todo a los turistas que eran ya legión. Y lo que enseguida comprobé desconcertado, como algo fatal e inevitable, es que se me iban los ojos cuando atendía a una turista si era moza estimulante y de buen ver.

Estaba claro que lo de ser cura se me complicaba. Y excuso decir hasta qué punto me descoloqué cuando, un buen día, me pidió un billete para el vuelo a Barcelona Ursula Andress, la escultural chica Bond. La verdad es que si no me hubiera concentrado, en vez de enviarla a Barcelona, hubiera podido expedirle un billete a Santa Cruz de Tenerife.

El párpado que delata

Yo era entonces un tanto tímido y, a veces, cuando me ponía nervioso o tenía que mantener una atención forzada, —eso sólo lo sabía yo— me temblaba el párpado derecho. Creí que nadie se daba cuenta, pero sí se dieron porque se me subieron los colores. Cuando la diva se marchó con Fabio Testi que la acompañaba, mis queridísimos compañeros en el tajo, Fina, Lina, Pepito, Elena, Gertrudis, Tancas, Francisca y toda la tropa, –incluso mi jefe, Capdevila-, estuvieron toda la mañana dándome la lata por la suerte que había tenido. Yo andaba entre la risa y el enfurruñamiento.

Y es que algo sí tenía la isla aquellos años, entre los 60 y 70, de Sodoma y Gomorra. Fue cuando los ibicencos acuñamos el ‘ir de palanca’ que significaba ir a la caza de suecas. Porque todas las extranjeras para nosotros eran ‘suecas’. Aquel deporte lujurioso gozaba de cierto prestigio popular y consiguió tal fama, urbi et orbe, que el mismísimo Cela, don Camilo, introdujo la voz ‘palanquero’ en su Diccionario del erotismo: «Voz nacida en Ibiza para el galanteador de varias mujeres, por lo común foráneas. Palanquero se decía del hombre que trataba de aprovecharse de la ingenuidad o deseo de aventura de las extranjeras». Siendo explícito, yo creo que Cela se quedó corto, porque más explicito es el Diccionario de la Real Academia Española (RAE) que, tal vez sin intencionalidad, deja las cosas meridianamente claras. Define palanquero como la persona que mueve, empuja y apalanca, como el ladrón que con una palanqueta fuerza cerraduras y puertas, lo que para buen entendedor es suficiente. Y etimológicamente, palanquero, lleva el sufijo ‘ero’ que indica condición moral, de aquí voces como erótico y erotismo.

La vida siguió su curso. En Ibiza perdió fuelle la conversión masiva que provocaron los Cursillos de Cristiandad que se hacían en es Cubells y cada cual siguió a lo suyo. Las iglesias perdieron clientela y el Padre Venancio Marcos su programa de radiofónicos sermones porque le bajó a mínimos la audiencia. Prácticas piadosas como la Adoración Nocturna y el melífluo marianismo del «Venid y vamos todos con flores a porfía» perdieron practicantes y vinieron los años en que, también en Ibiza, los curas colgaban la sotana. Incluso mi confesor se las piró con una señora casada. A todo aquello le llamamos luego ‘secularización’. Yo, tras el último curso de Teología que me convirtió en agnóstico convencido, tomé también las de Villadiego.

Lo que el cuerpo pide, lo rechaza el alma

Han pasado muchos años y hoy, en Ibiza, cabe decir que a pesar de la debacle religiosa, sobreviven felizmente manifestaciones populares como las procesiones del Corpus, de la de la Virgen del Carmen y las de Semana Santa, espectáculos de valor escenográfico incuestionable que ya en su día aprovechó Información y Turismo. Y aún hoy, ya en otro milenio, las televisiones siguen emitiendo en Semana Santa, como entonces, ‘Ben Hur’, ‘Rey de Reyes’ y ‘Los Diez Mandamientos’. Y es bien cierto que el personal procesiona muy devotamente con nuevos pasos y muchos más capirotes. Yo sigo dándole vueltas a lo del cuerpo y alma que siguen en guerra abierta. Lo que el cuerpo pide, lo rechaza el alma. ¡También son ganas de fastidiar!

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