Diario de Ibiza

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Un Estiu Jove con 'El último de la fila'

Manolo García, el inspirado cantante de la banda, controlaba y magnetizaba todo lo que sucedía a su alrededor

El Último de la Fila dio un concierto memorable en la cuarta edición del ‘Estiu Jove’. Carles Ribas

Sí, como titularon en castellano la primera película de The Beatles: ‘Qué noche la de aquel día’. Exactamente, la del 29 de agosto de 1990; en el que fue el último concierto de la cuarta edición del ‘Estiu Jove’. Una velada de las que hacen época, con lleno hasta la bandera y con unos protagonistas que estaban en su momento de mayor popularidad, 'El último de la fila', cuando aún estaba Quimi Portet. Como contaba uno en la crónica, claramente entusiasta, que publiqué en este diario: “Dos horas duró el alboroto; y en ellas dos largos bises y agotamiento gozoso general, arriba y abajo del escenario. Puesta en escena impecable, de diseño propio: Esculturas-cuadros ocultas por paños rojos y luego desveladas; telón de apertura, banderolas al viento y un despliegue de luz y efectos especiales a tono con cada canción; salpicones súbitos de explosiones visuales que dejaban apabullado al personal; humos de ambiente y otros detalles que te obligaban a no separar los ojos ni un momento del hipnótico escenario”. Toma ya. Leyéndome 32 años después, me sorprende tal derroche verbal admirativo por un concierto. Se nota que en aquella época uno estaba totalmente entregado a la causa musical juvenil. Como puede que recuerden los oyentes de aquellos años de mi programa de Radio Diario ‘La piel de toro’, de llamativa popularidad en la isla; en el que radiaba y comentaba todo lo referente a la nueva música rock y pop nacional; incluidas entrevistas, largas y enjundiosas, con los protagonistas, seguidores y elementos circundantes.

Manolo García y Quimi Portet en dos momentos de su actuación en Ibiza. Carles Ribas

Radio Diario y la música en Ibiza

Así que no pecaría mucho de vanidad retroactiva si digo ahora que algo tuvo uno que ver con las movidas musicales adolescentes y juveniles que alborotaban la isla en los 80 y por ahí. Porque fue el tiempo de la FM, y en Ibiza no había entonces emisoras independientes y libertosas (si no te metías en política, claro) como lo era Radio Diario. Por lo tanto, no creo exagerar si dijera que ese caldo de cultivo propició la creación de los festivales veraniegos ‘Estiu Jove’. Una idea que surgió del primer equipo del gobierno socialista de Vila, “pero fue secundada por los ‘censores’ populares cuando al tercer verano tomaron ellos las riendas del asunto”, según apuntaba entonces en mi crónica. Vale. Y si esa fue la cuarta edición, ¿cuántas más hubo? No lo recuerdo, ni ahora me voy a poner a buscar el dato. No importa para la intención de este capítulo de la serie.

Mejor sigo con el recuerdo de aquella noche mágica: “Si hubiera que buscar dos únicos adjetivos para calificar el concierto serían, desde luego, los de profesionalidad y seriedad; seguidos de cerca por unas ganas tremendas de entregarse a fondo y convencer de los siete músicos que llenaban el escenario. Porque, además, algo tiene El Último de la Fila que los hace diferentes de la gran mayoría de grupos del país: suenan auténticos; se les nota que lo que dicen, lo que cantan, es material humano e inteligente. Que cada canción está hecha con sinceridad y no engañan a nadie. Podrá o no gustarte su rollo; podrás o no dejarte llevar por unas emociones a flor de piel; la crítica social, las vivencias íntimas, los retratos generacionales. Pero de lo que no cabe sospecha alguna es de que se presentan como son, sin trampas ni cartón; sin el soporte engañoso del marketing fácil. La gente lo sabe, les es fiel y ellos corresponden con generosidad y devoción mutua. Una ceremonia colectiva que tiene algo de religiosa y en la que el sumo sacerdote fue Manolo García”.

Desde luego, sumo sacerdote o capitán del barco, Manolo García, el inspirado cantante de la banda, controlaba y magnetizaba todo lo que sucedía a su alrededor con una naturalidad y una capacidad sorprendente. Un personaje versátil y carismático, aún en activo en solitario, y al que he ido siguiendo la pista a lo largo de los años; aunque mi interés fuera decayendo notablemente desde que mis labores profesionales me alejaron de Radio Diario. Y es que mi querida y añorada emisora fue vendida (si mal no recuerdo) a finales de 1992 a la Cadena SER, que sigue ocupando desde entonces el 102.8 del dial de la FM local, el número de nuestro indicativo por unos nueve años. Un tiempo lleno de recuerdos intensos, la mayoría gratos; aunque también los hubo amargos, claro, pero esos los olvidé pronto. Y es que era una emisora en la que el equipo humano que la formaba, con un notable grado de ilusión profesional, nos atrevíamos con experimentos radiofónicos que no se conocían en la isla: talleres de radio para oyentes aficionados, concursos curiosos, programas culturales, participación en directo del oyente juvenil e infantil y, sobre todo, una libertad estupenda para que cada uno de los responsables de las distintas franjas horarias emitieran la música de su gusto, según su criterio y disponibilidad. Del rock y el pop más o menos indie al jazz y al flamenco o la copla, pasando por la música clásica y el folklore. Sin olvidar, por supuesto, la poesía, que uno servía a menudo en las horas nocturnas del programa ‘La noche es nuestra’, que realizaba al alimón con Andrés Madrid, un buen profesional radiofónico madrileño que llegó a la isla por casualidad y quedó encantado con la libertad que le permitía (ya digo, dejando aparte la política) la novata e ilusionante emisora del Diario de Ibiza. Por poner un ejemplo: a veces cenábamos en directo con la comida y bebida que nos traían los oyentes. Por sugerencia del colega Andrés, que no se cortaba un pelo a la hora de animar al personal con sus ocurrencias y sus osadías.

un ‘estiu jove’ con el último de la fila

Buff, para, para, que ya vuelves a subirte a la parra del recuerdo alborotado. Y es que los años de Radio Diario darían por sí solos para varios capítulos de esta serie nostálgica. Que ya se va colando poco a poco, también, al albur de los caprichos de la memoria. Tanto, que a veces tengo que atarla en corto para que no se me escape a los cerros de Úbeda; terrenos en los que se siente, la verdad, particularmente cómoda y dispuesta a desbarrar por donde se tercie.

Pero estábamos con lo que estábamos. Así que para cerrar ya esta entrega dominical vuelvo al sonado concierto de marras y a su protagonista principal, Manolo García: “Convertido en un comunicador genial, aparte de un cantante fuera de lo común y con unas tablas bien solidas; sin olvidar sus comentarios oportunos para llevar al huerto a la audiencia. Con momentos intensos, como cuando cantó ‘Querida Milagros’, que dedicó a los objetores de conciencia, bajándose del escenario y poniendo la carne de gallina a muchos”, precisaba en mi crónica. Y sí, entonces el tema de los objetores de conciencia estaba aún calentito. Qué tiempos, qué cosas, qué país... Pero mejor terminó con las referencias que hice al aparato musical de la velada: “Empezando por el magnífico colega y cómplice Quimi Portet, cada vez más seguro con la guitarra. O Pedro Javier González, con la española, arrancando aplausos bien fuertes del respetable. O el apoyo vocal de Juan Carlos García. O la batería de Ángel Celada. O todos y cada uno, justos y eficaces al servicio de la causa y la canción, combinando los éxitos más significativos del grupo hasta llegar a algunos temas de la época de Los Rápidos y Los Burros; formaciones previas a El Último de la Fila. Modulando la noche a modo de ola que nos arrastraba de una balada a un trallazo de rock fuerte; de una ironía a un sentimiento de lo más tierno. Sudando los de arriba y no menos los de abajo; catarsis colectiva que es muy difícil de conseguir”. Y tanto. Uno recuerda bien pocas de la intensidad de aquel sueño de una noche de verano sin sueño; rodeado de queridos amigos cómplices y próximos, la mayoría mucho más jóvenes que yo, que el tiempo y las circunstancias fue dispersando de mi vida y que me han vuelto en tropel al evocar un concierto que ninguno de los que lo vivimos hemos olvidado.

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