La arena templada de Caló des Moro y sa Conillera

La amplitud del cielo, la arquitectura movible de

las nubes, las coloraciones cambiantes del mar, el centelleo de los faros, son un prisma maravillosamente apropiado para distraer los ojos, sin cansarlos jamás

Muchacha bronceándose en invierno en la orilla de Caló des Moro.

Muchacha bronceándose en invierno en la orilla de Caló des Moro. / X.P.

Xescu Prats

La amplitud del cielo, la arquitectura movible de las nubes, las coloraciones cambiantes del mar, el centelleo de los faros, son un prisma maravillosamente apropiado para distraer los ojos, sin cansarlos jamás. (Charles Baudelaire)

En la imagen se aprecia a una muchacha bronceándose en invierno, en la orilla de Caló des Moro. No hay nadie más y, desde la distancia, casi se confunde con la propia arena. Debido a la ausencia de contraste entre la piel pálida y el bikini claro, incluso parece estar desnuda. Sobre la arena prácticamente no hay nada más: leves montículos de posidonia seca allá donde mueren las olas, algún leño que el mar ha arrastrado durante la tormenta y las gaviotas que van y vienen, observando desde una distancia prudencial. Ni rastro de hamacas, sombrillas, motos acuáticas…

Mientras absorbe la vitamina D que viaja en los rayos de sol, ni tan siquiera lee un libro o consulta el teléfono móvil. Se limita a entretenerse con el paisaje. En esta época, el turquesa casi resulta fosforescente y no se oscurece hasta dos o trescientos metros mar adentro, cuando los fondos arenosos dan paso a la posidonia y la superficie del mar se vuelve oscura. No existe un tramo semejante en el lado norte de la bahía de Portmany. Tan solo leves retazos esmeralda en el recodo de ses Coves Blanques y aún más al norte, en es Salt d’en Portes. Nada, en todo caso, remotamente parecido al arenal que aguarda dentro del agua frente a Caló des Moro, cuya superficie se expande exponencialmente en relación a su minúscula orilla. Ni siquiera Cala Gració, que cuenta con dos balnearios, le supera.

Aún así, Caló des Moro pasa desapercibida. En invierno constituye un reducto urbano insólito, pues su ribera es un remanso de paz. No hay turistas y los escasos vecinos que pasean por los alrededores suelen hacerlo en silencio. Mientras el caminante o el bañista pueda darle la espalda al caótico urbanismo que envuelve toda la costa de ses Variades, nuevamente sembrada de grúas hacia el norte, donde los viejos chalets de veraneo se alternan con hoteles renovados y bloques de apartamentos, la sensación de placidez perdura.

Metáfora del desarrollismo

Caló des Moro conforma un anguloso vértice que cierra la costa de ses Variades, dando inicio después al tramo de costa baja que discurre hacia el Cap Blanc por el Carrer de Ponent. Éste, al llegar al cruce con Lope de Vega, sustituye el asfalto por una superficie terrosa repleta de baches, a pesar de que conduce a una sucesión de edificios y casas bajas situadas en primera línea. Representa una afinada metáfora del desarrollismo chapucero, sin rematar, que impera en toda la zona. El resto de la costa, a ambos lados de la minúscula cala, constituye un roquedal impracticable para todo bañista que no sea todoterreno.

A corta distancia, junto a las terrazas musicales de la puesta de sol, sigue existiendo el antiguo descampado que fuera de los militares, aún vacío salvo por los vehículos que lo emplean como aparcamiento. Es la única zona verde en potencia que queda en todo el interior del pueblo. Qué magnífico resultaría verlo convertido en un gran parque público. Mientras se sigue deshojando la margarita de su futuro hasta la eternidad, siempre nos quedará Caló des Moro. Allí podemos tumbarnos sobre la arena templada en invierno y deleitarnos con la presencia de sa Conillera y su faro.

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LA PUESTA DE SOL, MÁS ALLÁ

Aunque la zona de Caló des Moro está repleta de hoteles y las vistas a la puesta de sol son tan apabullantes como las que se disfrutan unos cientos de metros al sur, donde se sitúan los bares del atardecer, las multitudes aquí son una rareza. Mientras que en ses Variades se reúnen cada tarde miles y miles de personas, la orilla de arena de Caló des Moro se vacía al caer la tarde. Solo los paseantes y quienes buscan algo más de intimidad eligen esta zona.

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