Kafka en las distancias cortas

En los relatos se esconde la que podríamos llamar cuestión kafkiana, el pesimismo radical de toda su obra que es también el de su vida

Franz Kafka

Franz Kafka / Ilustración: Pablo García

Miguel Ángel González

Miguel Ángel González

Días atrás, cuando hablamos de Kafka para celebrar el centenario de su muerte en 1924, nos dejamos algo esencial en el tintero. Entonces hablamos de sus obras mayores, las de largo recorrido, ‘El Proceso’, ‘El Castillo’ y ‘América’, pero no dimos la importancia que tienen para el autor las distancias cortas, sus textos breves, la icónica ‘Metamorfosis’, el ‘Informe para una Academia’ y, sobre todo, la ‘Carta al padre’. Es precisamente en estos relatos escuetos, hiperbólicos y metafóricos, donde se esconde -y sin embargo, mejor se explica- la que podríamos llamar cuestión kafkiana, el pesimismo radical de toda su obra que es también el de su vida, el sentimiento de extrañamiento, desarraigo, perplejidad y absurdo, de quien, sin conseguir pisar tierra firme, camina sobre el filo de una navaja y busca una salida en la escritura que utiliza como ardid, desahogo y metafísico lamento. 

Empecemos por ‘La metamorfosis’ que, a pesar de su brevedad, resulta inagotable. La obra tiene tantas interpretaciones como lectores, pero ofrece argumentos que se repiten. ‘La metamorfosis’ habla de la pérdida de identidad, de la crisis del ser, de enajenación, frustración y soledad, de una existencia que no tiene sentido. Plantea las únicas preguntas que importan y no tienen respuesta, quienes somos y qué hacemos aquí. Nos dice que la libertad no existe y manifiesta con rabia su frustración y su indefensión. El protagonista, Gregorio Samsa, metafórico insecto, no puede hacer nada para solventar su situación, no aspira a nada, no espera nada. Nos habla, en fin, de la insignificancia del ser humano y de la angustia existencial que implica vivir. Nos habla de deshumanización y es una crítica feroz y desesperanzada de la condición humana.

En el segundo relato citado, ‘Informe para una Academia’, la metáfora se invierte. No se lamenta el hombre que se reconoce insecto en ‘La metamorfosis’, sino el mono que se reconoce hombre, una situación que asimismo lamenta, rechaza y asume con resignación porque no tiene otra salida. La historia es simple. Una expedición de caza en la Costa de Oro organizada por el circo Hagenbeck captura un simio que, civilizado y adiestrado, se humaniza y puede hablar. Como el fenómeno resulta insólito, es presentado en la Academia de Ciencias donde da una conferencia en la que relata la experiencia de su mutación y su nueva condición que está lejos de ser la que esperaba. Lo que el simio humanizado explica en su informe es una evidencia desconcertante y amarga: la opción de humanizarse que le han dado ha sido nefasta porque, como sabe ahora, es falso el goce y es falsa la libertad que el hombre cree tener. Él sólo buscaba una salida a su animalidad y a su cautiverio, pero la contrapartida de dejar atrás la inocencia de la selva no le ha servido de nada. Todo lo contrario. Ahora se sabe condenado a muerte y es consciente del sin-sentido de la vida, preocupaciones que como mono no tenía. Ahora debe compartir la desdicha humana: «Liberado de la selva y de la jaula en la que me tenían metido -comenta-, soy hombre, sí, pero he vuelto de nuevo a la selva, estoy en la selva humana. Antes no buscaba respuestas porque no tenía preguntas, ahora tengo preguntas que no tienen respuesta». El mensaje, como vemos, no es distinto del que daba ‘La metamorfosis’, el extrañamiento y el desencanto que conlleva la condición humana. 

'Carta al padre'

Y llegamos al tercer y último relato, ‘Carta al padre’, el más explícito en mi opinión porque se nos ofrece como biográfico. No es un insecto ni un simio el que habla, es el propio escritor. Pero no podemos dejar que sus fabulaciones nos engañen. Uno diría que la carta a su progenitor es sólo un pretexto, un ardid literario para decir lo que quiere decir. En otras palabras: ¿responde a la realidad la imagen que Kafka nos da de su padre, o se trata de un trampantojo como los que suele utilizar, otra metáfora exagerada de más alto voltaje y mayor alcance? Describe a su padre como una persona autoritaria, al que le carga la responsabilidad de todas sus desgracias y tribulaciones, de todo lo malo que le pasa; un personaje que coarta su libertad, que es causa directa de sus complejos y perplejidades, que provoca su soledad, su extrañamiento, sus inseguridades y sus miedos. 

Pero ¿realmente su padre era así? Parece que no. Por lo que sabemos, Hermann Kafka, lejos de ser el ‘ogro’ que su hijo describe, era un comerciante modesto y de personalidad anodina, vendedor ambulante y después dueño de una mercería en la que vendía al por mayor paraguas, sombreros y artículos de fantasía. Un hombre amable y apreciado por sus clientes, amigos y conocidos. Nada hace pensar que fuese una persona antipática, adusta o grosera. Ni tan siquiera los comentarios de Ottla, la hermana de Kafka, corroboran las barbaridades que Kafka dice de su padre. Y si era así, ¿a qué responde la imagen que Franz nos da de su progenitor? No olvidemos, para responder, hasta qué extremo lleva Kafka sus metáforas en ‘La metamorfosis’ y en el ‘Informe para un Academia’, un hombre convertido en insecto y un simio convertido en hombre. ¿De qué padre, por tanto, nos habla el escritor en su tremenda carta? Kafka era demasiado inteligente para cargar tan burdamente todas las culpas a su padre. Mi opinión, -que no es la que la crítica defiende-, es que ese arbitrario, impresentable y despótico progenitor del que nos habla, no es su padre, sino el Padre, el mismísimo Hacedor. Ese es el padre que rechaza, el verdadero responsable de su situación, de sus desdichas e infortunios, el que le ha hecho como es, el que le ha dado una vida injusta y atormentada que no entiende. Ante ese Padre, Kafka se siente pequeño, impotente, sin capacidad de respuesta, condenado, sin ninguna salida. Ese padre fiscal y todopoderoso que nos vigila y nos castiga, ese Dios, es el culpable de que nos sintamos solos, desamparados y culpables. 

Ese es, para mí como lector, el verdadero alcance de la ‘Carta al padre’. Kafka es a tal punto astuto, que se cuida mucho de escribir con mayúscula la palabra ‘padre’. Para el autor de obras tan simbólicas como ‘El Castillo’ y ‘El proceso’, el reduccionismo y la interpretación literal de sus textos son insultos que no merece.