Arte

La pintora granadina que halló su vocación escultórica en la Escola d'Art de Ibiza

Carmen Almécija, alumna del Ciclo Formativo de Grado Medio en Forja Artística, ha recibido una mención de honor por su proyecto de fin de ciclo

Nunca es tarde para descubrir nuevas pasiones, un ejemplo claro es Carmen Almécija, una pintora ya consagrada que ha empezado a sacar a la luz su vocación escultórica rozando la cincuentena. El hallazgo no se ha producido en su lugar de origen, Granada, donde se licenció en Bellas Artes y donde está su estudio, sino en las Pitiusas, en la Escola d’Art d’Eivissa, donde acaba de terminar el Ciclo Formativo de Grado Medio en Forja Artística. Ha concluido los estudios, de dos años, con un expediente brillante y un proyecto de fin de ciclo, ‘El bosque como refugio’, que conquistó al jurado y a la directora de la escuela, Marian Ferrer, que el pasado 13 de junio le pusieron un diez de nota y una Mención de Honor, que se concede al alumnado que roza la excelencia.

A Almécija todavía le dura la sensación de felicidad que le invadió aquel martes y 13 al saber la calificación que había obtenido, la misma que experimentó ayer otra alumna del mismo ciclo, Vitoria Foroni, de 19 años, que con dos enormes alas de murciélago de hierro forjado, a las que llamó ‘Ambitio’, obtuvo un ocho.

Vitoria Foroni con ‘Ambitio’, su proyecto de fin de ciclo.

Vitoria Foroni con ‘Ambitio’, su proyecto de fin de ciclo. / Vicent Mari

La artista andaluza, que ha dedicado casi treinta años de su carrera a la pintura, aunque también ha tocado otras disciplinas como el diseño, el grabado o la estampación, se siente muy satisfecha porque ha cumplido con los objetivos que se marcó cuando se planteó su trabajo de fin de ciclo. El principal era «sacar del metal, tan duro y frío, la sensación de fragilidad y sensibilidad» y salta a la vista que lo ha logrado con ‘El bosque como refugio’, una escultura de 1,90 metros de altura que representa un torso desnudo de mujer sostenido, como el tronco de un árbol, sobre unas largas raíces. Con este proyecto también ha logrado otras metas, como «transmitir sensaciones al espectador, aplicar prácticamente todos los conocimientos adquiridos estos dos años y poner sobre la mesa la relación del ser humano con la naturaleza». «‘El bosque como refugio’ pretende que seamos conscientes de todo lo que nos aporta la naturaleza porque parece que solo sabemos sacar provecho de ella y la cuidamos bien poco», reflexiona.

Aunque el trabajo en sí lo ha desarrollado durante tres meses, la idea la empezó a concebir en 2020, cuando «el amor» le llevó a trasladar su residencia de Granada a Ibiza. En la isla vive su pareja, Augusto Moreno, que es profesor de forja y que fue quien le animó a apuntarse a la Escola d’Art d’Eivissa. Al llegar a las Pitiusas también se enamoró del paisaje de la isla y precisamente fruto de ese idilio nació ‘El bosque como refugio’.

Carmen Almécija consu escultura ‘El bosque como refugio’.  vicent marí

Carmen Almécija, en el taller de forja, con una de sus profesoras, Esther Hernández. / Vicent Marí

«La escultura era una asignatura pendiente que tenía desde que me licencié en artes plásticas y restauración pictórica. Sí que había hecho obra escultórica, pero en el plano bidimensional, y me faltaban las tres dimensiones, que es lo que me ha dado el grado de Forja Artística», explica.

«No tenía ni idea de forja y, al principio, el taller y las máquinas me daban pánico y me asustaba cada vez que saltaba una chispa»

Reconoce Almécija que cuando empezó la formación, «el primer mes» entró en crisis. Pensaba que se había equivocado escogiendo este ciclo y la primera impresión que se llevó fue negativa. «No tenía ni idea de forja y el taller y las máquinas me daban pánico, me parecía todo muy ruidoso y me asustaba cada vez que saltaba una chispa», recuerda. Aquello, pensó, no se parecía en nada a la paz y la serenidad que consigue pintando en su luminoso estudio de Granada, con música suave de fondo y un ambiente que permiten que fluya la creatividad «casi en un estado de trance».

Del «pánico» al entusiasmo

Empezó a cogerle el gustillo a los estudios cuando le encargaron los profesores el primer ejercicio, hacer una obra con lo que encontrara en el contenedor donde depositan los restos de hierro. Hizo una escultura de un músico. «Aquella propuesta me encantó porque mi punto fuerte es la creatividad y, poco a poco, empecé a enfocarme más en el ciclo y a darme cuenta de que tenía muchas posibilidades, influenciada, entre otros, por Augusto Moreno, que me dio clase en el primer curso», dice. También disfrutó y aprendió mucho con la realización del pez gigante de forja que los alumnos de primero y segundo curso crearon conjuntamente para la comparsa ‘La mar de compromesos’, con la que la Escola d’Art d’Eivissa se llevó dos premios en el Carnaval de Santa Eulària, el de reciclaje y el de mejor carroza.

Lo que más pánico le provocaba en las clases, admite, «era la soldadura». Quién lo diría observando las raíces de ‘El bosque como refugio’, que han requerido de «cerca de 200 soldaduras». «El miedo se combate enfrentándose a él», replica a esta observación la artista plástica, antes de relatar el proceso de tres años que le ha llevado a crear esta bella escultura.

«Cuando llegué a Ibiza empecé a ir cada día al bosque, me encantaba su olor y la sensación de paz y refugio que me transmitía así que cuando me tocó elegir el tema para hacer mi proyecto de fin de ciclo tuve claro que me inspiraría en la naturaleza de la isla», relata. En aquellas visitas al campo, Almécija cogía ramas y cortezas y se rodeaba de formas y colores que luego plasmaba en innumerables bocetos. Poco a poco fue dándose cuenta de que el refugio que encontraba en el bosque en realidad estaba dentro de ella misma y empezó a tomar forma el concepto de su trabajo de fin de ciclo. Como ella misma detalla en el proyecto de investigación que entregó al tribunal calificador, su escultura de formas orgánicas «está inspirada en el bosque/árbol, siguiendo la correspondencia entre interior y exterior, creando una conexión entre el cuerpo y el paisaje, como metáfora de un estado de conciencia y de relación con mi entorno mas cercano. La raíz representa el interior, lo que no se ve, el tronco, el exterior».

El proceso de creación

Para crear la escultura que había bocetado, primero hizo dos maquetas de tamaño reducido en barro y en papel con cola. El siguiente paso era modelar el torso de mujer a tamaño natural en barro, pero en su lugar empleó un maniquí de plástico que encontró en el centro. A partir de él fue sacando las formas del cuerpo femenino, primero en papel de estraza. «Como si fuera la corteza de un árbol y para darle calidez fui dando textura al metal simulando material orgánico, superponiendo trozos y dejando huecos porque me interesaba que se viera el interior del torso femenino», explica la artista granadina sobre su técnica, que juega con vacíos y volúmenes, inspirándose en maestros como Julio González, Pablo Gargallo o Miguel Moreno.

El acabado del torso, que es de latón y trabajado con forja en frío, es «en policromía metálica». Lo consiguió, detalla, pulverizando nitrato cúprico y añadiendo fuego potente con un soplete con el que consiguió tonalidades azules. El color, en esos tonos turquesa «inspirados en el mar de Ibiza», es el que cohesiona las dos partes de la escultura, el tronco de la mujer con las raíces, que son de hierro y están trabajadas con forja en caliente. Almécija comenta que, para completar el conjunto, el día que tuvo que defender el proyecto ante el jurado de la Escola d’Art expuso la pieza sobre un círculo de tierra roja de Ibiza.

Carmen Almécija con su proyecto de fin de ciclo.

Carmen Almécija con su proyecto de fin de ciclo. / Vicent Mari

Asegura la creadora que disfrutó a fondo del proceso de creación de ‘El bosque como refugio’, aunque cometió «muchos errores de principiante» y requirió unas cuantas veces de asesoramiento.

Después de este ciclo de Forja artística, parece que el orden de prioridades artísticas de Almécija ha cambiado. «Ahora mismo la escultura es más importante que la pintura, porque con estos dos cursos se me ha abierto un mundo nuevo en el que me apetece mucho seguir investigando», afirma mostrando una pequeña escultura en bronce de una nadadora a punto de lanzarse al agua en la que está trabajando.

«La Escola d’Art es un lujo»

Carmen Almécija sólo tiene palabras de elogio para el centro donde ha estudiado y para su ciclo formativo, del que «los alumnos salen muy bien preparados y con trabajo». «La Escola d’Art d’Eivissa es un lujo, para mí es un 10. En Andalucía este tipo de centros están masificados y es muy difícil entrar. No me explico cómo en Ibiza en estos ciclos formativos, que no tienen además límite de edad, hay poca gente y más cuando hay tantos artistas y artesanos», señala antes de concretar que en este segundo curso sólo eran en clase cuatro alumnos. «Me gustaría que Ibiza no le diera la espalda a la Escola d’Art, que, en mi opinión, es una maravilla por las posibilidades de aprendizaje que ofrece, por el ambiente creativo que se respira y por su profesorado, que se vuelca con el alumnado», insiste.

Tan buen sabor de boca le ha dejado la experiencia en este centro educativo, que si se queda en Ibiza, Almécija, una artista de espíritu inquieto, no descarta seguir estudiando otros ciclos formativos «como el de ebanistería, el de moda o el de diseño».

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