El 14 de enero de este año una enorme excavadora le pegaba la primera dentellada al viejo Cine Serra. Tardó dos semanas en demoler hasta los cimientos su historia centenaria. Aunque en realidad sólo era un cascarón vacío. El acta de defunción del Serra se firmó tres años antes, la noche del domingo 2 de noviembre de 2014, cuando salieron los últimos espectadores, tras las dos horas y cuarto de proyección de ´El Niño´.

Con su final se pierde algo más que un negocio, desaparece uno de los últimos grandes reclamos culturales de los barrios históricos de Vila, una zona de la ciudad que fue su centro neurálgico de actividad durante años, pero que ha ido quedándose también sin colegios, sin galerías de arte, sin teatros ni bibliotecas. Lo único que aumenta, como un fenómeno imparable, es el número de terrazas de bares y cafeterías. Y como resultado de este lento declive, barrios enteros se convierten en fósiles urbanos, ideales para pasear y fotografiar, pero con una población escasa y envejecida. Se va de copas, pero nadie se queda allí a vivir.

El fenómeno no es exclusivo de Ibiza y se define como la terciarización de los núcleos históricos. En estos barrios la población va sumando años y son pocas las familias jóvenes que los sustituyen, por la falta de servicios de proximidad como colegios, supermercados o zonas de juego para niños. Nada de ello existe hoy en la Marina, por ejemplo. Y de hecho esa es una de las primeras reivindicaciones en el cargo del nuevo presidente de los vecinos, Pepe Vaquer.

Según el último plan de la infancia municipal, en su barrio residen un total de 80 menores de edad, de los que 14 tienen menos de tres años y 34 están entre los 4 y los10 años. Intramuros la situación es más grave. Dalt Vila es un barrio grande por tamaño pero por sus calles sólo juegan 24 niños y 16 adolescentes. En sa Penya, con un problema de marginalidad añadido, hay en total 86 menores, 17 por debajo de los tres años.´Ibicenqueidad´ perdida

El detonante del cambio pudo ser la pérdida de la actividad primaria e industrial en los barrios históricos. En la Marina y el Poble Nou, el sector pesquero se fue apartando al otro lado del puerto, a medida que perdía peso frente al pujante turismo, y con él desaparecieron los carpinteros de ribera, los tejedores de redes... Las familias que vivían de ello se redujeron y la mayoría se fueron del puerto. Llegó la reconversión de los comercios, para atraer a los nuevos visitantes de paso, y lugares como el Mercat Vell pasaron de ser el principal centro de abastecimiento de productos frescos del municipio a algo folclórico con una actividad residual.

El estudioso Pere Vilàs creció en el apogeo de esa vida unida al mar y ve la situación con nostalgia: «Hoy han perdido su ibicenqueidad -todo rastro de su idiosincrasia tradicional-, que se ha sustituido por actividades más lucrativas», aunque lo ve como la evolución lógica de los tiempos. «Pasa en todos los barrios de todas las ciudades antiguas».

En la fachada marítima de Vila, además, el fenómeno se ha acelerado con la eclosión de la vida nocturna, que concilia mal con los hábitos de una familias convencional. «No son barrios para coches ni para hacer ruido», comenta Vilàs, que cree que el dinero se ha impuesto «a todo lo demás» en esta parte de la ciudad.

Es cierto que en los últimos años se ha rehabilitado mucho, pero el propio Vaquer admite que la mayoría de esas nuevas viviendas se comercializan como turísticas. Opina que «hay un repunte» de nuevos residentes por la llegada de extranjeros al barrio, pero «lo complicado es que vengan familias».

¿Cómo atraerlas si no hay un sólo colegio? En los años 30 empezaron a cerrar una tras otra las pequeñas escuelas de la época, como la que dirigió Antoni Albert i Nieto del Pòsit de Pescadors hasta 1936. La mayoría tenían pocos alumnos, un máximo de 30, y convivían varias en el barrio; incluso en el gallinero del Teatro Pereyra se daban clases, explica Pedro Matutes, al frente de Sirenis Hotels, propietario del viejo coliseo con la otra rama de la familia, Palladium Hotel Group. Vilàs explica que allí recibió clases de Ernest Castelló y que la escuela era tan modesta que contaba con una sola mesa central. «Los alumnos teníamos que traernos las sillas de casa a principios de curso y nos las volvíamos a llevar al acabar las clases», relata. Pero había más, como la de Josep Rosselló, Emilia Noya Casanovas o Marià Tuni. Y luego escuelas que hacían clases de repaso, varias de ellas en la plaza del Parque.

También existían colegios más grandes, como el de San Vicente de Paúl, a cargo de las monjas Agustinas, en la plaza de la Tertulia. Las mismas religiosas mantenían otro centro en la calle de ses Cuines -hoy dedicada a Manuel Sorà- y un tercero en Dalt Vila, aunque en los años 30 unificaron esas aulas diseminadas en el colegio de Nuestra Señora de la Consolación, en sa Capelleta, que a día de hoy es el centro educativo más cercano al núcleo histórico de Vila.Sin sitio para el patio

La necesidad de escuelas cada vez mayores obligó a ubicarlas en la periferia de la ciudad, donde había más disponibilidad de terreno y a un precio más barato. Sa Graduada se levantó en tiempos de la República en una explanada entonces alejada del centro. Marcó un camino que siguió, al poco tiempo, también la Escola d´Arts, que compartía espacio con el Instituto Nacional, la prisión y el Ayuntamiento en Dalt Vila hasta que se mudó a su propio edificio de la avenida de España en 1947.

En 1962 también se trasladan los estudios de Secundaria hasta el nuevo Instituto de Santa Maria, que marcó durante años el límite del Eixample de Vila. En Dalt Vila aún seguirá el Seminario hasta 1989, cuando se traslada a sa Real, en la entrada de Vila desde Sant Antoni. Aunque lejos de su etapa de esplendor, a finales de los 70, cuando incluso tuvo un internado en el que pernoctaban los estudiantes de secundaria de Formentera hasta que tuvieron instituto propio, también de la zona rural y aislada de Ibiza.

Es un éxodo que sigue imparable y se ha agravado en los últimos años, cuando los nuevos colegios se han llevado incluso más allá del primer cinturón de ronda. El jolgorio justo antes de que suene el timbre y los grupos de padres antes de recoger a los pequeños ahora se forman en las afueras, hasta donde sólo se puede llegar en coche. Y esa servidumbre complica aún más el futuro de los barrios viejos, donde los aparcamientos son un bien escaso y menguante.

Peatonalizaciones que perjudican

Algunos opinan que la mayor peatonalización del centro les acabará de dar la puntilla. Pedro Matutes apostó hace años por Vara de Rey, donde creció. Sus hijos se han escolarizado en la Consolación, pero hoy «probablemente» no lo volvería a hacer. «Se han creado unas condiciones muy antipáticas para la gente. El Ayuntamiento se equivoca de modelo», piensa. Apoya reservar aparcamiento a los vecinos, pero no «hacer la vida más difícil a los residentes» con restricciones generalizadas. «Aunque el discurso público sea el contrario, la peatonalización masiva promueve una actividad muy estacional y recreativa», y va contra su uso residencial, según este empresario y vecino, que cree que el fenómeno ha sido el contrario: cuando se fueron los vecinos «empezaron a desaparecer servicios».

Como la Biblioteca Pública de la Caixa, la única de Vila hasta los años 80, ubicada junto a la antigua Banca Abel Matutes. También albergaba un pequeño museo etnológico donde se mezclaban vestidos tradicionales con armas propias del pasado corsario de la isla, ánforas y algunos restos arqueológicos como un busto de Tanit.

O como la multitud de galerías de arte, también privadas, que durante los años 60 y 70 «pusieron a Ibiza en el mapa». Espacios como la longeva galería Tanit, o la vanguardista Van der Voort, la última en desaparecer, en 2006. Sin olvidar el papel que durante años desarrolló la Sala de Cultura Sa Nostra cuya gestión asumió el Consell para evitar su clausura hace unos años.

Esa época dorada coincidió también con la de los cines, cuando en un radio de 200 metros en torno a Vara de Rey llegó a haber cinco salas. La más antigua era el Teatro Pereyra, que paradójicamente es el único que parece posible que reabra con otros usos. Los Matutes también eran los propietarios del inmueble que ocupaba otro de los cines más longevos que tuvo la isla, el Cartago. Abrió a finales de los 60, y en 2006 cerró por vacaciones y ya no volvió a abrirse. La idea de reconvertirlo en discoteca se desechó un par de años después.Goteo de cierres

Por el camino quedaron también el viejo Cine Central, junto a la plaza del Parque y que estuvo en activo hasta finales de los 70, y el Católico -propiedad del obispado-, oficialmente el Cine Salón Ibiza, que estaba en la avenida de España y se clausuró a mediados de 1974 tras una etapa como cineclub.

Para entonces ya hacía décadas que había cerrado el teatro que había en un primer piso de la calle Obrador, en la Marina, y el que hubo en la plaza del Sol, en el recinto amurallado. Luego llegarían otros intentos de animar la escena, como el de la Sala Europa, que no cuajó tras varios años de esfuerzos de sus promotores.

Existen pocos contrapesos para frenar el declive y sólo las administraciones tienen los recursos para ello, porque lograrlo implica fuertes inversiones con un rendimiento económico nulo o incierto. Eso cuando el proyecto no resulta fallido, como cuando el Consell, bajo la presidencia de Pere Palau, invirtió 580.000 euros en rehabilitar el local de la antigua biblioteca de la Caixa sólo para que la familia Matutes recuperara su propiedad al finalizar el alquiler, ya con un gobierno insular del Pacte.

Aunque también hay ambiciosas excepciones, como el intento de reabrir el Pereyra que han emprendido sus propietarios. Matutes admite que no conoce otros casos en los que «la iniciativa privada» se embarque en una inversión de la envergadura de esta. Y con las complicaciones que la han acompañado hasta ahora, desde que empezara la rehabilitación del viejo coliseo, el más antiguo de la ciudad.

El empresario no se atreve a pronosticar cuánto más durarán la obra, aunque explica que, cuando esté acabado, el nuevo Pereyra combinará «usos recreativos y culturales» como siempre ha sido en un centro cultural que acogió el primer mitin del PCE en Eivissa.

Vilàs cree que haría falta más para invertir esta tendencia que agrava el despoblamiento y favorece el ocio nocturno frente a la vida de barrio. Propone recuperar el proyecto de un museo marítimo en el puerto que reivindique la dependencia que durante siglos existió entre esta zona de la ciudad y el mar. «Sería una maravilla para revitalizar esta zona».

El concejal de Patrimonio, Pep Tur, admite la situación: «Si se despueblan estos barrios se mata parte de la ciudad», aunque ve indicios para la esperanza con la incipiente estructura comercial y los nuevos hoteles de Dalt Vila, y confía en el papel «dinamizador» que tendrá el futuro Parador de Turismo, que incluso cree que permitirá «revalorizar» el centro histórico. También defiende el esfuerzo que se ha hecho en museizar dos de los baluartes de la muralla y por abrir nuevos museos como el Puget o el más reciente dedicado a Colón: «Ahora es la parte con mayor concentración cultural de la ciudad, mucha oferta en un espacio tan reducido, quizás falta implicar a la ciudadanía».«Cambio de paradigma»

¿Cómo atraer a nuevas familias a estos barrios? Tur apuesta por un «cambio de paradigmas y de mentalidad», y considera que se ha de atraer a un nuevo tipo de ciudadano «más concienciado» de la responsabilidad de vivir en zonas con un patrimonio que hay que conservar y lo valora por delante de cuestiones más prácticas como la facilidad para aparcar o la proximidad a los colegios. El concejal cree que ese cambio ya se está dando, aunque se trata de una impresión más que de una certeza.

Un caso aparte es la degradación de sa Penya, donde Tur confía en que la rehabilitación de su manzana más marginal ejercerá de «núcleo desde el que irradiar la recuperación social de un barrio amputado a la ciudad durante décadas», lo que incluye dotarlo de servicios que «crean barrio», aunque es un proceso «muy lento, de años».