Wellington, un brasileño que lleva en Ibiza desde el 2 de enero, dormiría otra noche en la playa de ses Figueretes si no fuera porque los voluntarios de la ambulancia de la Unidad de Emergencia Social le informaron de que se había habilitado un local de la calle Aragón para personas sin techo. «Sobre tres cartones y bajo dos mantas» estaría un hombre nacido en Jaén que vive desde hace siete años en Ibiza. Su sueldo como trabajador en la construcción no le permite pagar un alquiler. «No me da vergüenza venir aquí a pedir ayuda. La necesito y hay más trabajadores en esta situación porque en esta isla es fácil conseguir trabajo si te mueves, pero es muy difícil pagar el alquiler». A Antonio, un italiano que reside en las Pitiusas desde mayo del año pasado, le engañaron en la casa en la que vivía y el domingo se encontró en la calle, con sus maletas y su perro Rocky, de seis años, a pesar de haber pagado por su habitación.

Estas son sólo algunas de las historias de los que durmieron anoche en el local anexo a Santa Cruz cedido por el obispado y habilitado por el Ayuntamiento de Ibiza para acoger a personas sin hogar. Este espacio de la calle Aragón es, desde el pasado jueves, el refugio de aquellos que, más que invisibles, son ignorados por la sociedad. Sin embargo, el frío les ha puesto rostro como consecuencia de la puesta en marcha del protocolo en el que participan el Consistorio de Vila, Cruz Roja y Cáritas.

Para ofrecer esta ayuda, es necesario que la sensación térmica sea inferior a los cinco grados. «Estas personas tendrían que contar con un techo los 365 días del año. Basta darles una cama para que recuperen su dignidad», expresa una voluntaria de Cruz Roja, mientras espera a que el reloj marque las 21 horas para atender a los que acudan a este local de la calle Aragón. Una puerta separa la indiferencia y la hostilidad de la calle al calor y atención de este refugio temporal. Para algunos, estar en el recibidor es como entrar en el cielo o en el paraíso, sobre todo tras haber pasado varias noches a la intemperie.

20 camas

La organización de este albergue improvisado recae en los voluntarios de Cruz Roja de Ibiza. La trabajadora social Flora Aznar insiste en que ellos se limitan a ofrecer una cama y un techo a quien se lo pide. No ponen barreras. No piden explicaciones a los que acuden a ellos. Sólo les preguntan por su nombre para asignarles una cama. Desde el miércoles por la noche hay 20. Con el paso de los días se han ampliado las plazas ante el aumento de la demanda. De las once personas del sábado pasado, la primera noche en la que se abrió este espacio de forma oficial (el viernes 13 no estaba previsto acoger a gente, pero se permitió la entrada a los ´sin techo´ que pidieron dormir allí), se pasó a las 19 del miércoles. Anoche, a las 23.15 horas, había 18, pero los voluntarios esperaban que se ocupasen todas las camas.

´Sister´, de Cruz Roja, era ayer la encargada de atender a los que necesitan un lugar cálido donde dormir. Los que quieren pasar la noche en el refugio, deben pasar antes por una sala convertida en recibidor para ser atendidos por ´Sister´. Ella pasará toda la noche en vela. Cuando se le pregunta qué le llevó a ser voluntaria, mira fijamente a su interlocutor antes de responder, sonríe y con una serenidad que llena toda la sala responde que hay cosas que uno nunca se plantea. La generosidad y la sensibilidad forman parte de su ADN. Para la mayoría, la solidaridad es una virtud. Para ella, es una obligación.

Con el rostro serio, ella comprueba el folio en el que ha dibujado 20 camas y cada dibujo tiene un número. Es un plano de la sala donde se han colocado los colchones, mantas y hamacas. «Como hay varias personas que ya han dormido varias noches aquí, les reservamos la misma cama», señala.

Compromiso y solidaridad

A la derecha hay otra mesa llena de bebidas y alimentos: envases de zumos de naranja, galletas, leche? Manuela, otra voluntaria, recuerda que la mayoría ha cenado en el comedor social de Cáritas. Se supone que nadie se acostará con el estómago vacío. Por si acaso, les dan un vaso de leche caliente a todos, aunque no lo pidan. «Ofrecer un techo a estas personas es una obligación y estar aquí es nuestro compromiso», sostiene Manuela, que se describe como «la sargento» del refugio. «Si a las once digo que ya no se sale a fumar, nadie sale», cuenta con una sonrisa de oreja a oreja.

Mientras ´Sister´ habla en francés con una persona que quiere pasar la noche en el refugio, Wellington espera con su novia en el recibidor. Ella no dice una palabra, pero a él no le importa contar que vivían en Barcelona, donde a él le habían salido algunos trabajos como productor musical. Sin embargo, lo que ganaba no le bastó para ahorrar y cuando concluyó su contrato de alquiler decidieron emprender una nueva vida en Ibiza. Como no tenían dinero, la arena fue su colchón hasta el domingo pasado, cuando descubrieron este refugio habilitado por el Ayuntamiento de Vila. Cuando lo cierren, espera conseguir una plaza para su pareja y para él en el Centro de Acogida Municipal.

El hombre de Jaén, por su parte, espera no volver a extender sus tres cartones en un rincón de un edificio en el que se cuela cada noche para evitar dormir en la calle. A su lado está Antonio, que llena de agua una fiambrera de plástico para que su perro Rocky pueda beber. Tras explicar que se ha quedado en la calle por culpa de un engaño, cuenta que en dos semanas comenzará a trabajar en una pizzería.

A pesar de su situación, este italiano no añora su ciudad natal, Nápoles. «Ibiza es mucho más bella», opina con una sonrisa en la cara. La alegría de Antonio contrasta con la tristeza de otro señor, que prefiere no hablar con nadie. Él espera frente al local, en la acera. Deja en el suelo una mochila de deporte para fumarse un cigarro. Prefiere estar solo. No cambia su intimidad por compasión ni por caridad.