Quizás no puedan competir en monumentalidad con los observatorios fortificados que son las torres costeras, con excepcionales vistas a acantilados y mar. Sin embargo, las otras torres que se construían en la isla como refugio son anteriores, son también parte del patrimonio isleño y representan uno de los elementos de la arquitectura defensiva de los que aún quedan más detalles por desvelar. Y si hasta ahora se ha tenido por cierto que las torres de las casas eran diseñadas y levantadas por artesanos locales, por los propietarios de las viviendas, el arquitecto Juanjo Serra considera que «la autoconstrucción es un mito», especialmente en la baja Edad Media y en la Edad Moderna, y que las torres eran levantadas por los mismos maestros de obra que trabajaban en la ciudad y también construían casas en el campo.

Las torres de defensa rurales se edificaban ya en los siglos XV y XVI, aunque hay muy pocos datos del primer siglo, mientras que el sistema defensivo costero se empezó a cimentar a finales del XVI; la primera torre de defensa fue la de es Carregador, hacia el año 1582, y ya en el XVIII se diseñó todo el sistema defensivo litoral, mientras se seguían edificando torres en las casas. Hay que destacar que la torre de es Carregador o de sa Sal Rossa fue proyectada como torre de refugio colectiva, destinada a dar cobijo a los trabajadores de la sal o a pescadores ante un probable desembarco pirata. Las fortificaciones destinadas a una defensa activa se construyeron ya en el reinado de Carlos III.

La torre de Can Toni Rei, en ses Salines, la zona de Ibiza donde más construcciones de este tipo se han registrado. Foto: Joan Costa

Tanto unas como otras, eso sí, estaban pensadas para defenderse de los mismos enemigos, los piratas, principalmente berberiscos, a los que en el XVI se unieron los turcos, momento en el que, al parecer, más torres de refugio se levantaron. Si bien las torres costeras estaban pensadas como puestos de vigilancia y también lo fueron de ataque, la defensa de las torres rurales era más bien pasiva; eran el lugar en el que los habitantes de las fincas se encerraban si los piratas se adentraban en el campo en busca de bienes y alimentos que robar y campesinos a los que secuestrar. Sin descartar que, en ocasiones, desde la azotea, los encerrados dispararan o tiraran piedras a los piratas esperando ahuyentarlos o matarlos. Actualmente, según los datos que va recopilando Juanjo Serra, se sabe de la existencia de elementos de fortificación, «como parapetos, matacanes, cadalsos, troneras o recintos murados previos, que debieron ser habituales, si bien quedan pocos ejemplos íntegros».

Separadas de la casa por seguridad

El material básico de las torres de refugio rurales es la piedra caliza, lo que había más a mano, y también la piedra de marés, reservada a los elementos singulares de la construcción, como vanos y esquinas. La torre, además, se levantaba, por regla general, sin cimientos, confiando en la estabilidad de los anchos muros, explica Juanjo Serra en el trabajo ´Fortificacions rurals a l´illa d´Eivissa: les torres de refugi predials´, con el que ganó el premi Vuit d´Agost en 1999 y que hoy considera que habría que actualizar. Si entonces señalaba que las torres que se conocían, en peor o mejor estado, alcanzaban un número de 69 (algunas de reciente demolición al editarse el trabajo, como las que se llevó por delante la ampliación del aeropuerto), actualmente estima que la cantidad podría ser mayor y que existen en las fincas más construcciones de refugio que podrían entrar en esta categoría, torres ocultas por modificaciones realizadas en las casas con posterioridad. En realidad, asegura, «aún nos queda mucho por saber de estas construcciones» y confía en que en el futuro se avance en el conocimiento de la arquitectura tradicional ibicenca en todos sus aspectos: históricos, arqueológicos, etnológicos y arquitectónicos.

Las torres no pueden desligarse del estudio de la casa payesa, aunque originalmente debían estar prácticamente todas separadas de la vivienda, por motivos de seguridad.

Ca n´Obrador, en Jesú?s, anteriormente conocida como torre d´en Barcelo?. Foto: Joan Costa

Hoy muchas de ellas aparecen adosadas, pero los expertos consideran que no debía ser así cuando servían de refugio ante el enemigo pirata; si estaban unidas, el acceso a ellas era más fácil. Y si bien permanecen asociadas a la vivienda, se han encontrado casos concretos de torres aisladas completamente, sin casa alguna en sus alrededores, que debían servir de refugio colectivo en zonas de trabajo, para la protección de almazaras (trulls) o molinos.

Curiosamente, en cuanto a su distribución geográfica, más de un tercio de todas las torres de la isla se han registrado en el Pla de ses Salines, lo que, según Juanjo Serra, indica su importancia como zona rica en agricultura y su nivel de poblamiento en siglos pasados, así como la frecuencia de la actividad pirata en la zona salinera, entonces principal actividad económica de la isla. «En su día constituyeron una tupida red a lo largo y ancho de la isla, que además contribuía a la rápida difusión del toque de rebato cuando se producía un ataque», asegura Eduardo J. Posadas en su libro ´Torres y piratas en las islas Pitiusas´.

El historiador Antoni Ferrer Abárzuza, otro de los expertos que más ha trabajado en el estudio de las fortificaciones ibicencas, destaca que una de las cuestiones más interesantes es el hecho de que las torres «marcan el poblamiento de Ibiza en el siglo XVI. Es interesante ver que suelen corresponder, en aquellos casos en los que se dispone de información sobre la familia, a casas ricas. Los primeros años del XVI fueron difíciles y el esfuerzo para construir una torre no era poca cosa», y añade que, en ocasiones, es posible que «varias familias uniesen esfuerzos para levantarlas».

Can Pere Mosson,Balàfia, Sant Llorenc?. Foto: J. Costa

También coincide con Juanjo Serra en que queda mucho por investigar en esta materia. Algunas leyendas, que según los expertos podrían tener base real, hablan de la intervención de esclavos en la construcción de las torres. La mayoría de estas obras comparte el diseño básico de una torre, cilíndrica o troncocónica, con gruesos muros y dos plantas, pero existen versiones de torres de planta cuadrada y cubos insertados en las casas que parecen camuflar sus fines defensivos. Muchas de ellas son hoy Bien de Interés Cultural (BIC), una categoría de protección que declara el Consell Insular. Y lo cierto es que muchas de estas edificaciones quedaron protegidas ya en época de Franco, al ampararse, de forma más o menos generalizada, toda la arquitectura defensiva de la que se tenía constancia desde el cabo Touriñán, en La Coruña, hasta Punta Prima, en Menorca.

Torre de Can Montserrat, en la ´vénda´ d´Atzaro?, Sant Carles, declarada BIC en 2011. Foto: J. Costa

Cuando los turcos ya no amenazaban tierras pitiusas y a finales del siglo XVIII, las torres prediales perdieron su utilidad defensiva, se transformaron en almacenes, graneros o corrales. Algunas se convirtieron en habitaciones o despensas, cambios que precisaron de modificaciones como la apertura de puertas y ventanas. Y otras sirvieron de cantera y las piedras se aprovecharon para nuevas construcciones. Hoy, y aunque algunas de ellas están teóricamente protegidas, están en grave amenaza de desaparición.