Hace ahora exactamente 20 años Ibiza vivía también una precampaña electoral. Como la ley que impide realizar inauguraciones en vísperas electorales aún no estaba en vigor, la isla era un festival de placas y cintas inaugurales, con desfile de ministros y políticos regionales día sí y día también. Las elecciones locales y autonómicas tuvieron lugar el 28 de mayo y muy poco antes, el día 11, se inauguraba en solemne ceremonia presidida por el ministro socialista de Agricultura Luis Atienza, la balsa de regadío con aguas depuradas de sa Rota, en Sant Llorenç.

Se trataba de una obra pública -sufragada por el Ministerio con un presupuesto de 3,2 millones de euros- consistente en una enorme balsa de hormigón con capacidad para 200.000 metros cúbicos de agua procedente de la depuradora de Santa Eulària. Se trataba de aguas residuales que llegaban ya tratadas y, por tanto, teóricamente apto para regar determinadas especies vegetales en fincas de los alrededores. Se trataba de una depuración secundaria, pero suficiente para regar forrajes y otras especies menos delicadas.

La obra, según se encargaron de resaltar tanto Atienza como el entonces presidente balear, Gabriel Cañellas, en sus discursos de ese día suponía el primer paso para el reaprovechamiento agrícola de las aguas depuradas. Aunque esa inversión -importante para entonces- solo beneficiaba a ocho agricultores y 185 hectáreas en total, se vendió como la primera piedra de una futura estrategia para extender al experiencia a toda la isla.

Cuatro años, ocho payeses

Pero lo cierto es que la experiencia se saldó con un rotundo fracaso. La balsa solo suministró agua para el riego agrícola durante unos cuatro años a esos ocho payeses, pero al cabo de ese periodo apareció un inesperado problema: el agua depurada tenía demasiada sal. Ello era así porque el agua que venía de la depuradora y llegaba a la balsa tenía un exceso de cloruros. De modo que, aunque estaba relativamente depurada, era demasiado salada y mataba los cultivos.

En el año 2000 la balsa ya no se usaba. Al llegar el Pacto Progresista al poder, se intentó solventar el problema con una pequeña planta desalinizadora adosada a la depuradora de Santa Eulària. «Se optó por una desalinizadora portátil, para salir del paso, como a veces hacen los políticos», recuerda Isidro Ferran, que entonces era el jefe de los servicios hidráulicos del Consell. Además, se amplió el perímetro de regantes para incluir a más fincas. El Govern balear -a través del Institut Balear de Sanejament (Ibasan, precedente del actual Abaqua)- gastó otros 2,5 millones en este intento de ´resucitar´ la balsa. En vano. El sistema tampoco llegó a funcionar. Dado que para desalar el agua ésta debe esar libre de cualquier partícula y, en cambio, el caudal que llegaba estaba lleno de ellas, las membranas de la potabilizadora se obstruían continuamente. «Solo duró un verano y luego cogieron la máquina y se la llevaron», firma Ferrán.

Hoy, la enorme balsa de sa Rota es un lugar abandonado que aparece en el paisaje como monumento a la ineficacia de la Administración. En total, 5,7 millones gastados para nada.