Nació en Barcelona en 1947, de padre catalán y madre alemana. Publicó su primer libro en 1975 con el título de ‘Utopía y subversión’. Decepcionado por el mundo universitario y cultural de Barcelona y Madrid, abandonó España a finales de los años ochenta para instalarse en Estados Unidos. Es profesor de la Universidad de Nueva York, pero frecuenta Brasil, México y Alemania, donde su extensa obra ensayística -casi una veintena de libros- es bien conocida. No se calla ni disimula lo que piensa, tanto en sus ensayos como en las entrevistas, y es sin duda uno de los críticos más implacables e incómodos de la cultura de nuestro tiempo.

—Se dice que su pensamiento es radical y heterodoxo, ¿está de acuerdo con esta definición?

—No. Bueno, es lo que también me decía mi mamá, que yo era muy radical y heteroxo… Son dos categorías relativas. ¿A qué se llama radical y heterodoxo en una España católica, fascista, atrasada y estúpida? Con respecto al pensamiento nacional católico que representa, por poner un ejemplo, Fernando Savater, yo soy un radical peligroso. Respecto a la situación actual de un gobierno incompetente y franquista, soy heterodoxo. Pero en fin, yo no puedo definirme a mí mismo con respecto a esta situación actual, o con respecto a esta intelligentsia liberal, que en realidad nunca fue liberal, pues ha sido maoísta, marxista y leninista, excesivamente ideologizada durante la oposición al franquismo, y que luego se convirtió en una caricatura de lo que criticaba. Hoy son viejos y se han convertido en lo mismo que eran sus padres… En fin, no me considero ni radical ni heterodoxo.

—Pero sí decepcionado con su propia generación, que tanto peso tuvo en la transición y continúa teniendo aún.

—Bueno. Siempre lo vi. Cuando era estudiante en Barcelona, yo no participaba en las grescas marxistas-leninistas, todo era muy torpe y provinciano. Siempre desconfié de estos personajes. Estuve unos tres meses en el PSUC, en una cédula repugnante, y resulta que los que entonces dirigían aquello después los he encontrado ocupando cargos de secretarios de Estado en oficinas ministeriales polvorientas, o jefes de secciones de periódicos como El País, etcétera. Eran provincianos, ignorantes, dogmáticos y profundamente autoritarios. Por supuesto me expulsaron del partido en un acto cómico y ridículo. Pero ha habido una continuidad. Para mí no es nuevo esta evolución. Yo lo he llamado, en un artículo que escribí poco antes de irme de España, la ‘generación del fracaso’. Es una generación que entró de una manera muy banal en la transición democrática y que luego se postmodernizó y se convirtió en una pequeña elite oportunista dispuesta a participar en todos los jolgorios ridículos que ha hecho la democracia, como la falsificación de la historia colonial española, a través del quinto centenario, la falsificación de la crisis del imperio de 1898, y ahora la falsificación de las Cortes de Cádiz, presentadas como radicalidad liberal cuando no fue más que una pseudoconstitución que ni siquiera planteaba la independencia de América Latina en términos mínimamente inteligentes. Asistimos a la verdad desilusionante de esta generación que no estaba preparada para una transición auténticamente democrática y que se dejó arrastrar por lo fácil. Y ahora se enfrenta a un colapso nacional del que no van a salir vivos, ni intelectualmente ni como generación.

—En sus libros suele citar a autores de una tradición considerada heterodoxa, tanto nacional como internacional, es decir, desde Blanco White a Walter Benjamin, por por poner dos ejemplos.

—Se trata de una tradición crítica, y una tradición que ha sido desbancada por el conservadurismo postmoderno. Yo creo que lo que ha ocurrido en los últimos veinte o treinta años en los escenarios de la cultura manipulada por las corporaciones académicas y las editoriales norteamericanas, y luego reproducida por todos los papagayos de las provincias, obviamente también por los papagayos españoles, es que no solo ha sido descartado el pensamiento heterodoxo y crítico, sino también el pensamiento a secas, para sustituirlo por unos eslóganes y una intelligentsia comercial y banalizada, llena de mequetrefes desde el punto de vista intelectual, eficientes burócratas que han manipulado el mundo académico y lo han llevado a niveles patéticos. En Estados Unidos ya ha empezado a haber conciencia de esta crisis, de este vacío intelectual que está siendo determinante en la crisis profunda de la economía y de la sociedad en general.

—¿Cuál es el origen de esta crisis global?

—Un modelo de desarrollo intelectual mal planteado. A partir de 1968 tiene lugar una transformación administrativa de la universidad, caracterizada por la sumisión a un modelo de desarrollo que partía de la base de que todas las actividades reflexivas eran una amenaza para el establishment político y económico. Se reformó la universidad para que no volviera a suceder la revuelta estudiantil de los años sesenta. Se hizo, además, de una manera muy brutal. En Alemania, por ejemplo, a todos los intelectuales que participaron en la oposición extraparlamentaria se les prohibió trabajar. Y los programas reformados han llevado a la fragmentación de los saberes para enfocarlos a actividades productivas, eliminando asignaturas y departamentos enteros. Esto en Alemania, pero en Estados Unidos se hizo de un modo aún más radical. Es un modelo que ha llevado a un colapso, en las humanidades se ve muy claramente, porque no se genera pensamiento en las universidades, ni se pretende que lo haya. El concepto económico actual, derivado de este vacío intelectual, está basado en los intereses y el poder de las grandes corporaciones, lo que ha dado como resultado una mayor desigualdad social y una destrucción ecológica imparable. La crisis es global, económica, social y ecológica. La crisis española es una caricatura de la caricatura. España ha basado todo en un desarrollo fraudulento de una economía especulativa. En el resto del mundo asistimos al mismo fenómeno pero de dimensiones mucho más potentes.

—¿Europa ha fracasado como idea común?

—Bueno, Europa nunca ha sido una idea, nunca se ha planteado en otros términos que no sean económicos y militares. No es una entidad que haya surgido a partir de un movimiento social o intelectual, o a partir de unas coincidencias artísticas. Por su parte, no he visto que España haya contribuido a esta Europa de un modo intelectual, en ningún proyecto de intercambio. Bueno, se han traducido muchas novelas, casi todas descartables, o se han visto películas, no muy buenas… Pero esto no es una contribución importante a la ‘idea’ de una Europa común. Lo que sí ha habido son becas para jóvenes estudiantes que han salido del país y ahora saben al menos lo que es una clase mejor dada que aquí.

—Pero como proyecto económico tampoco le va muy bien.

—El euro va bien para algunos países. Yo veo que a Alemania o a Francia no les va tan mal, aunque por supuesto han aprovechado la crisis para rebajar salarios y todo eso. Lo que se está viendo es una división que siempre ha existido, al menos desde el siglo XVI, una barrera entre el norte y el sur, entre los países católicos, atrasados, de tradiciones autoritarias, y los países protestantes. Europa no es un fracaso, sino una realidad muy desigual desde la época de las guerras de religión, cuando Carlos V enviaba a sus ejércitos de asesinos contra los estados protestantes europeos, pagados con el oro robado a aztecas e incas…

—Usted ha reflexionado sobre la modernidad en la filosofía y en el arte y ha afirmado que las categorías de un pensamiento moderno no se han dado nunca en España.

—Bueno, yo plantearía la cuestión de la siguiente manera: España es una cultura profundamente antimoderna, con pensadores que no han asumido que el gran drama de España ha sido que el poder de la Iglesia católica ha impedido una reforma humanista del pensamiento en los siglos XVI y XVII, una reforma científica en el XVIII y una reforma liberal democrática en el XIX. Y en el siglo XX lo único que ha existido ha sido un proyecto nacional católico hasta el día de hoy. Todo esto se traduce también en las actitudes artísticas, por supuesto, en hechos como que, por ejemplo, Antonio López, que no es más que un realista decimonónico, sea hoy el pintor oficial de Madrid. Bueno, reconozco que no es muy positiva la visión que yo tengo de la modernidad en España, cierto, aunque esto no quiere decir que no se pueda, por ejemplo, escribir un libro con fundamentos modernos, aunque dudo que lo lleguen a leer más de cuarenta o cincuenta personas. Por eso digo también que las categorías de la modernidad no han penetrado en España.

—Al mismo tiempo, usted fue en España uno de los primeros intelectuales en señalar las contradicciones de las vanguardias artísticas, en una época en la que parecían estar sacralizadas…

—España descubrió muy tarde las vanguardias. En Barcelona, por ejemplo, recuerdo que había un tal Brossa… En fin, en la época en que Europa formulaba un proyecto artístico de vanguardia, aquí no se daban las condiciones. Hablo de las primeras décadas del siglo XX. En aquella época, Picasso se fue de una Barcelona provinciana para no volver. También se fueron de España Julio González o Juan Gris. Se decía que Cataluña era lo más ‘avanzado’ pero allí solo se vendía la pintura impresionista… Yo he trabajado sobre las vanguardias durante toda mi vida, al margen del papanatismo local. La primera reacción que encontré a mis investigaciones fue que me expulsaron al segundo año como profesor de la Escuela de Arquitectura de Barcelona porque a su director, que era un imbécil que se llamaba Bohigas, no le gustaba que yo criticara a Le Corbusier o a Adolf Loos, que era lo que él consideraba que era la norma. Entonces me fui a Madrid y allí empezó la moda postmoderna, que la asumían como una superación de las vanguardias, aunque sin saber muy bien qué eran las vanguardias, pues apenas las habían conocido. Y luego ya me fui de España.

—Ha enseñado y ha escrito casi todos sus libros en Estados Unidos durante varias décadas. ¿Cómo ve hoy a este país?

—Nada bien. Ha habido una crisis económica muy fuerte que ha fragmentado la nación en una masa de personas pobres y una elite muy pequeña de ricos. Ha habido una crisis generada por el terrorismo que ha lanzado a la política estadounidense a un nuevo expansionismo militar altamente peligroso. La vida intelectual se ha encogido, después del boom del postmodernismo no ha habido casi nada. Y luego hay una crisis ecológica que, a pesar del lavado de cerebro permanente de los medios coorporativos, empieza a tocar la conciencia del norteamericano medio a través de las catástrofes ecológicas. Y hay una conciencia de que Estados Unidos ya no es la superpotencia que creyó ser en los años noventa, todos piensan ahora que dentro de unos años será China la superpotencia, y China es ahora el gran enemigo. Este es el panorama. Tengo la sensación de que Estados Unidos es un país que está intentando encontrar un nuevo lenguaje político dentro de un contexto internacional que ahora es mucho más plural y complicado, sin centros claros, con mayor número de protagonistas.

—¿Se atreve con alguna predicción?

—Si puedo jugar al profeta amateur, creo que lo que va a venir es una mayor desigualdad social a nivel mundial, el hambre en su expresión más manifiesta, más violencia, los tráficos humanos ilegales en aumento, la destrucción ecológica imparable, con más catástrofes ecológicas… Y un desarrollo de la industria militar que alcanzará el poder absoluto sobre el planeta, sobre todo la industria de Estados Unidos, aunque seguramente también China logrará ser una potencia militar…

—¿Qué quedará de la democracia entonces?

—Bueno, yo creo que la democracia ya no existe en ningún lugar, salvo aquella que nos invita a elegir si queremos plantar pinos o palmeras en la avenida donde vivimos, es decir, a nivel muy local. En Estados Unidos, por ejemplo, en este sentido, el pueblo sí es muy democrático, lo que lo convierte en un país muy vivible, pero el estado no lo es. El concepto de democracia también está en profunda crisis en todo el mundo.