Durante décadas, Pere Marí Torres atendió a sus vecinos de Sant Carles en su propia botiga de Can Pep Marí, situada a la entrada del pueblo, y donde, cerrada ya desde hace algunos años, hoy vive tranquilamente, a sus 84 años, con su mujer. Era una de aquellas botigues como las que ya quedan muy pocas en la isla y en las que uno podía comprar desde una escoba a una lata de sardinas, desde un litro de gasolina a un kilo de tomates. Cualquier cosa que uno necesitara podía encontrarlo en Can Pep Marí.

En la misma finca, a pocos pasos de la tienda, cruzando la carretera, se encontraba el colegio del pueblo. Había sido construido en unos terrenos que el padre de Pere Marí había cedido al Ayuntamiento de Santa Eulària, en los años 20, para tales fines educativos. El recordado maestro Joaquín Gadea fue su primer huésped. Por allí pasaron centenares de niños y niñas de todas las vendes de Sant Carles. Los mismos que, muchas décadas después, a principios de los años 90, volverían a encontrarse, en aquel mismo lugar, reconvertido ahora, por obra y gracia de Pere Marí, en club de la tercera edad, para jugar a las cartas, charlar o bailar los sábados por la tarde.

«En Santa Eulària –recuerda Pere Marí, que mañana recibirá en el Club Diario de Ibiza el Premi Illes Pitiüses– ya tenían un lugar para los mayores. Querían que nosotros también fuéramos allí. Pero, aquí, en Sant Carles, nos reunimos unos cuantos y nos preguntamos por qué nosotros no podíamos también tener un local en nuestro pueblo, un lugar que fuera como nuestra segunda casa. El viejo colegio estaba vacío y pensamos que podía ser el lugar ideal. La idea fue aceptada. Sin embargo, decidieron derribarlo –aunque yo estuve en contra– para construir allí mismo un nuevo edificio que sirviera para el médico, en una planta, y para la asociación en la otra».

Así fue como nació, por orgullo de pueblo y tesón de unos pocos, la Associació de Majors de Sant Carles, una de las primeras asociaciones de la isla. Y, aunque, al principio, sus fundadores albergaban dudas sobre el éxito de la misma, ya que «era una cosa completamente nueva, no había precedentes», lo cierto es que los mayores del pueblo respondieron a la llamada con ilusión. «En el primer encuentro-comida que celebramos, había ya unas doscientas personas», recuerda todavía un poco sorprendido Pere Marí.

El éxito de esta asociación, como el de otras asociaciones rurales de mayores, se debe, principalmente, según Pere Marí, «a que los tiempos habían cambiado mucho y en los bares los viejos ya no hacían ninguna falta»: «Antes, los hombres iban los domingos al bar a jugar a las cartas, pero los bares empezaron a ser lugares para jóvenes y los viejos se quedaron sin un sitio adonde ir. Esto ha ocurrido también en Vila, no sólo en los pueblos. La asociación de Puig d'en Valls, por ejemplo, nació debajo de una higuera. Aquellos hombres ya no tenían a dónde ir, dónde reunirse», recuerda.

Conoce bien el tema, sabe bien lo que dice Pere Marí, porque después de poner en marcha el club de Sant Carles, fue nombrado presidente de la Federació de Majors d´Eivissa i Formentera. Entre 1991 y 2008 ha presidido esta asociación de asociaciones y ha visto cómo éstas se han multiplicado y han pasado de cuatro a diecisiete.

Sin duda, estos espacios lúdicos y de reunión han cambiado radicalmente las perspectivas de muchas personas mayores. «Se decía antes que en la vida de un hombre de campo –afirma sonriente Pere Marí– se empezaba guardando ovejas y se terminaba haciendo lo mismo. Nuestra generación ha conseguido cambiar este destino. Los viejos ya no queremos volver a ser pastores, ya lo fuimos de niños, con una vez ya tuvimos bastante».

Esto no quiere decir, sin embargo, que los mayores no trabajen hoy en sus casas. La dispersión continúa existiendo en los pueblos ibicencos. Las casas en el campo continúan dando mucho trabajo. Por eso, «el club», que tiene más de 400 socios, sólo abre los sábados, los domingos y los días de fiesta.

Como a cualquier edad se puede aprender, la asociación ofrece numerosas actividades y cursos para sus socios. Pero sin duda son los viajes la actividad estrella. La primera excursión fuera de la isla fue un viaje a Formentera, donde más de la mitad de los que se apuntaron no había estado nunca. Viajaron después a Roma, a Venecia, a París y, por supuesto, a un buen número de ciudades españolas.

«Todo esto era impensable hace treinta o cuarenta años y continuaría siéndolo sin la existencia de estas asociaciones», afirma Pere Marí, consciente de que su trabajo y su entrega durante tantos años ha dado su fruto y agradecido por el reconocimiento que supone recibir este premio.