El programa ´Pesadilla en la Cocina´, que emite La Sexta, dedicó su capítulo del pasado miércoles a tratar de enderezar un restaurante ibicenco de Cala Vedella. Allí, un italiano con poca sangre trataba de dirigir a una cuadrilla de elementos, que lo mismo se acusaban de envenenarse unos a otros que dirimían sus cuitas a mamporros, mientras los atónitos comensales contemplaban la escena desde la mesa.

Para salvar esta nave sin rumbo, irrumpió el chef Alberto Chicote, el ´Quijote´ de los fogones, que en lugar de cabalgar a lomos de Rocinante y lucir brillante armadura, apareció por Cala Vedella a la grupa de una scooter y con una camiseta molona con el lema «¡Zas!, en toda la boca».

El restaurante, como era de prever, quedó retratado como una pocilga, donde aparecían puñados de grumos solidificados en el fondo de las freidoras, al tiempo que se ofrecía una carta penosa, con sardinas y boquerones camino de la putrefacción y un plato estrella que probablemente se lleve la palma de todas las ediciones del programa: pizza de patatas fritas congeladas.

La primera parada pitiusa de ´Pesadilla en la cocina´ -se grabó otro episodio en un restaurante próximo al paseo marítimo de Vila-, siguió la tónica habitual del programa. Sin embargo, la posibilidad de contemplar territorio conocido nos permitió separar el grano de la paja y concluir que en este tipo de espacios televisivos la realidad siempre queda supeditada a las exigencias del guión.

Entre los miles de seguidores de Chicote que siguieron y comentaron las jugadas en directo a través de las redes sociales, se colaron un buen número de indignados ibicencos. La mayoría con razón, por la inédita movilidad de es Vedrà, que se fue trasladando sistemáticamente de Cala d´Hort a Cala Vedella, como parte del paisaje de esta segunda playa. La reiteración permite descartar el error involuntario.

Este teatrillo televisivo de actores inexpertos, sin embargo, sí consiguió retratar una parte de las miserias habituales de nuestro sector de la hostelería con acertado realismo. En primer lugar, los precios desorbitados de la carta del restaurante -¡dorada a 19 euros y spaghetti a 23! -, una tónica cada vez más habitual en ciertos restaurantes de baja calidad, que contribuye a que los turistas se marchen de la isla con la sensación de que les han timado.

A renglón seguido, los penosos sueldos percibidos por camareros y cocineros. Entre 750 y 1.100 euros por diez horas de jornal, sin un solo día de libranza en todo el verano. La siguiente visita al chiringuito debería ser de la Inspección de Trabajo. Incluso la burbuja inmobiliaria pitiusa tuvo su cuota de protagonismo, ya que el empresario reconoció que el alquiler del apartamento donde convive la plantilla -no sin graves dificultades-, corre a su cargo y le sirve como argumento para justificar los bajos emolumentos.

Tampoco faltó el socorrido tópico de la isla de la fiesta y los empleados marchosos, a los que Chicote se encontró sentados a la mesa, de empalmada, tomando hierbas ibicencas y cervezas cual clientes, en vez de andar a lo que toca. Los millones de españoles que vieron el programa se quedarían sorprendidos por esta cara lumpen de Ibiza, que tanto contrasta con las fiestas de alto copete y los vídeos de famosas en topless a bordo de lujosos yates.

Chicote, como exige su protocolo televisivo, echó los rapapolvos pertinentes, aplicó las dosis adecuadas de psicología casera y redecoró el establecimiento con iluminación tenue y macetas colgantes con hierbas mediterráneas, que probablemente ya anden más tiesas que la mojama. Como remate del atrezzo, una barra luminosa en la playa destinada a servir cócteles. Tal y como las gastan los de Costas, no debió de durar ni cinco minutos.

Hay que reconocer que Chicote tuvo al menos la delicadeza de mencionar la buena cocina que elabora el resto de restaurantes de la playa, dar protagonismo a otros profesionales de Cala Vedella, especialmente al chef Moisés Tamayo de Ca na Sofía, y no mostró ni una sola vez el vergonzoso barranco apuntalado que tanto afea Cala Vedella y que, por la ubicación del local al que acudía, se encontraba constantemente a tiro de cámara.

Sería de mucha utilidad una versión de este programa titulada 'Pesadilla en el Partido', con un Chicote que visite las sedes de nuestros gobernantes o aspirantes a serlo, y les ponga firmes. Que dejen de ponerse zancadillas entre compañeros, sean capaces de elaborar listas sin que vuelen los cuchillos y se centren de una vez en ofrecer «un buen servicio» a los ciudadanos. Falta hace. Esperamos con interés la segunda parte.