El 5 de marzo de 1993 la plaza del Parque se presentó a la ciudadanía con la cara que ha mantenido hasta hace unos días: los pinos que se sembraron a mediados de los años 40 se cambiaron por 70 nuevos árboles, sobre todo tipuanas. Se salvaron cuatro palmeras en las esquinas y poco más. También se instaló una fuente en el extremo más cercano al hostal Parque que a los pocos años se retiró por las quejas de los vecinos y comerciantes. Un lustro después de la inauguración se retiró para no volver a instalarse.

El proyecto, como todo lo que se planifica en la ciudad, comenzó a gestarse unos cinco años antes, en 1988, y fue diseñado por el arquitecto Raimon Torres, responsable también del Pepri de Dalt Vila, la Marina y sa Penya. Las obras costaron entonces unos 40 millones de pesetas, 240.000 euros, incluyendo la nueva vegetación. Con ello la plaza se amplió de los 530 metros cuadrados originales a los 1.630 metros cuadrados, con pavimentos de colores «diferenciados» para delimitar el espacio para coches y vehículos.

Porque a pesar de que se trataba de «transformar este espacio y recuperarlo para la ciudadanía», a la hora de ejecutar la obra no estaba claro que toda la plaza quedaría como peatonal. De hecho, el alcalde de entonces, Enrique Fajarnés, dijo que el espacio se dejaría sin coches «a modo de prueba durante tres meses». Los vecinos y comerciantes desde el principio se decantaron por dejarlo así.

Cuando los trabajos se aproximaban a su conclusión, curiosamente, surgió una amplia contestación entre los vecinos por el «aspecto frío» de la gran plaza con los nuevos árboles, entonces escuálidos. Se echaba en falta la sombra y el «encanto de una plaza de pueblo» que conferían los pinos. Incluso se criticó que los locales se inundaban con la lluvia, tras rebajar la altura de la plaza. Hoy se talan esas tipuanas por haberse crecido demasiado.