Parricidio

La opaca vida del autor de la decapitación de Oviedo: un rostro amable con problemas mentales que hacía creer a su entorno que tenía trabajo

Pablo Muñiz, de 46 años, había hecho creer en su entorno que mantenía un trabajo, pero no se le conocía ninguna ocupación habitual

La opaca vida del autor de la decapitación de Oviedo: un rostro amable con problemas mentales que hacía creer a su entorno que tenía trabajo

La opaca vida del autor de la decapitación de Oviedo: un rostro amable con problemas mentales que hacía creer a su entorno que tenía trabajo / Redacción

Chus Neira

El lugar común cuando se produce un crimen, y más en casos tan truculentos como el asesinato y decapitación por parte de un hijo a su padre, hace decir a los vecinos aquello de que era una buena persona y que "no nos lo podemos creer". En el caso de Miguel Muñiz y su hijo Pablo, la bondad se intuye por la ausencia de incidentes anteriores, pero pocos vecinos, más allá de la media docena que vivían a su lado, en El Picón, podían ayer dar más noticias sobre ellos.

La víctima era conocida en otros ámbitos, vinculados a su actividad laboral como celador en el hospital. Cuando salía de casa iba a Argame a tomar el café o a Oviedo, pero de su hijo no hay apenas rastro. Sus 46 años de vida parecen quedar reducidos, ahora, a esos minutos violentos en los que un brote psicótico parece haberle llevado a cometer el horrendo crimen y convertirse en un monstruo amenazante en medio del tráfico nocturno de la carretera nacional.

Fuentes muy cercanas a él han asegurado a la Guardia Civil que estaba diagnosticado con una enfermedad mental, posiblemente algún tipo de trastorno esquizoide, pero también han explicado que no tomaba la medicación.

Según relataban ayer varios vecinos, el parricida, en las pocas veces que había hecho algo de vida social en Soto de Ribera, había hecho creer a los vecinos que trabajaba en una empresa local muy próxima a su casa. Pero era falso. Dicen, también, que había llegado a llevar la mentira hasta su propia casa, que tenía al padre engañado con una actividad laboral a turnos y por temporadas que en realidad no ejercía.

Lo poco que se conoce de su vida transcurría entre El Picón y una aldea de Grado donde vivía su madre. La pareja estaba separada y su hijo mayor repartía su tiempo con uno y con otro. De hecho, en el rastro de lo que podría haber sido su vida laboral, consta que en abril de 2006 se apuntó a una convocatoria de plazas para un puesto de subalterno en el Ayuntamiento de Grado.

Hasta allí llegan sus huellas. Cuando estaba en El Picón los vecinos veían a un hombre afable y trabajador. No constaba ningún enfrentamiento con el padre y sí, quizá alimentando esa idea de las temporadas en las que supuestamente estaba trabajando, la imagen de Pablo Muñiz saliendo de casa con una mochila a la espalda, camino, pensaban en el pueblo, de ese empleo.

De la buena relación entre padre e hijo, de la que solo pueden dar fe los vecinos más próximos, hay testimonios tan inmediatos como la misma tarde del día en que se produjo el asesinato. Uno de los habitantes de las casas más próximas a la de la víctima contó que después de comer estuvo ayudando a segar el prado, compartiendo labores con su padre con total normalidad.

En todo caso, y al margen de lo que pudo suceder el lunes, en aquella casa no había conflictos de puertas afuera, más allá de alguna pelea burocrática con el Ayuntamiento de Ribera de Arriba, donde en los últimos meses y semanas recibían quejas constantes de Miguel Muñiz para conseguir que la fibra de acceso a internet pudiera extenderse hasta llegar a El Picón.

Se espera que las investigaciones y los interrogatorios arrojen más luz sobre qué pudo haber desencadenado en la noche del lunes la crisis de Pablo Muñiz y qué tipo de conflictos con el padre acabaron desembocando en el terrible parricidio.

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El parricidio de El Picón se produjo en un entorno rural y familiar, muy cerca de la carretera nacional y de Soto de Ribera, pero apartado de su entorno por una pequeña carretera de 200 metros.

El Picón son apenas cuatro casas y media docena de vecinos, diseminados en una pequeñísima agrupación rural muy frecuente en la región. Ese núcleo habitado está encaramado en la confluencia de los ríos­ Nalón y Caudal en un pequeño cerro, aunque desde allí la presencia más evidente a la vista es la de la carretera nacional, Soto de Ribera, al otro lado del puente, y, en especial, la central térmica.

Son apenas dos minutos los que separan el núcleo de casas de la central. El Picón, pese a ser tan pocos vecinos, se articula en dos áreas. En la baja, una casa se estira a lo largo de la ladera y suma una zona de huertos y cobertizo.

En la parte superior, la casa de Miguel Muñiz, el hombre de 73 años asesinado y decapitado por su hijo de 46, está dividida en dos viviendas, con entrada separada. En la superior vivía la víctima, que pasaba temporadas con su hijo. Abajo había residido otra de sus hijas. Junto a ellos, en otra casa, una familia portuguesa. A unos 40 metros está la vivienda donde la víctima fue a pedir auxilio, una construcción algo más grande con una explanada de entrada en la que Miguel Muñiz encontró la muerte a manos de su hijo.

Pese a la proximidad con Soto de Ribera, vecinos de la localidad indicaron que no era habitual verlo por la zona, y sí, en cambio, en Argame. El hombre, ya jubilado como celador del Hospital Central de Asturias, acostumbraba a acudir todas las mañanas a la cafetería del polígono industrial, a tomar el café y leer­ el periódico. Su hijo Pablo, pese a las temporadas que pasaba con el padre, tampoco era un rostro habitual en Soto de Ribera.

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